En nuestra columna de la semana pasada conceptuamos a la “estulticia” como la ineptitud para comprender un algo, así como al resultado de emprender en la búsqueda de propósitos nocivos y perversos. Tal aproximación se enmarca en las reflexiones que hace F. Nietzsche sobre el bien y el mal. Afirma que el hombre vive agradecido de dios y del diablo, de la oveja y del gusano que hay en él… dependiente de los honores y del dinero, que yace en los arrebatos de los sentidos.
Complementa el alemán sus ideas sosteniendo que también hay una sabiduría que florece en las tinieblas, en las sombras de la noche que suspira venalidad, dice. De hecho, afirmábamos, el estulto es un ser que se odia a sí mismo, inescrupuloso, fulero y vanidoso, que puede no ser necesariamente tonto pero que cae en estupidez por sus actos. Siglos antes, ya Erasmo de Rotterdam se preguntaba a quién puede amar aquel que se auto-aborrece, con quién concordará el ser que discuerde de sí mismo. Se respondía el neerlandés que ese es el estulto más estúpido que la misma estulticia.
Obra emblemática en la materia que nos ocupa es Las leyes fundamentales de la estupidez humana (Carlo M. Cipolla, Editorial Crítica, Barcelona, 2013). Para el autor, el primer edicto es de orden sociológico: los pueblos tienden a desestimar el número de estultos que circulan entre ellos. Por ingenuidad o simple falta de agudeza, las sociedades dejan de percatarse que el volumen de estólidos que deambulan por las calles es mayor que el imaginado. Aquí la cultura juega un rol preponderante, pues mientras más cultas sean las gentes, más fácil les será identificar a los imbéciles.
El segundo precepto sostiene que las probabilidades de que un ente sea estúpido nada tiene que ver con sus otras peculiaridades. Así, una persona bien puede ser tolerable en determinadas circunstancias, e inclusive poseer un cociente intelectual “aceptable”, pero será estulto por su proceder. Con razón se dice que por sus actos conoceréis al hombre. Hay estúpidos en toda raza, en cualquier estamento social, entre ricos y pobres, independientemente de su género y edad.
La tercera norma concluye en que los estultos producen daño a sí mismos y a terceros, sin provecho propio, aun en detrimento personal. Nuestro teórico de la estupidez en su obra analizando se pregunta por qué un estúpido hace lo que hace… nadie puede entenderlo o explicarlo. Y se contesta que hay una sola respuesta, pues porque la persona es estúpida. El italiano, citando a F. von Schiller, sostiene que “contra la estupidez hasta los mismos dioses luchan en vano”. Pero hay que emprender en el intento, so pena de que la sociedad completa se transforme en estúpida.
El cuarto canon se resume en el hecho cierto de que los individuos no estúpidos subestiman el potencial de daño que los estólidos pueden causar. Y es que en cualquier momento, circunstancia o lugar el ligar con estúpidos representa una seria contingencia. De allí que debemos conservar prudente distancia de los imbéciles, mas nunca dejarlos a sus anchas. Estamos convocados a mantenernos vigilantes de estos seres, a efectos de “caerlos” en toda instancia necesaria, que en realidad es cualquiera de sus actuaciones.
Todo lo expuesto bien puede compendiarse en la quinta ley. Según ésta, para Cipolla, el estúpido es el más peligroso de los seres, catalogado como azaroso, atrevido y temerario. Asevera el italiano que “si todos los miembros de una sociedad fuese malvados perfectos”, la sociedad entraría en situación de estancamiento y “perfecta estabilidad”. Sin embargo, sostiene que cuando “los estúpidos entran en acción (…) la sociedad entera se empobrece”. En nuestro criterio, la contingencia de tal empobrecimiento mayormente relevante no es material, pero de degradación moral, ética, política y social en general.
El ítalo complementa sus ideas aseverando que “en un país en decadencia”, el porcentaje de estultos puede permanecer invariable, pero cuando estos asumen el poder – político – se da un proceso de “proliferación de malvados con elevado porcentaje de estupidez” en los estratos de dirigencia. En tales circunstancias, la nación se encamina a su ruina.
En aras del bienestar personal y social, las sociedades deben estar alertas a toda y cualquier manifestación de los estultos. No podemos perderlos de vista ni dejar de reaccionar frente a ellos. (O)