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El fútbol de todos los días viene con canillas moradas, quemaduras de primer grado en las piernas por la necesidad de cubrir a un oponente. No importan los raspones en las rodillas ni la integridad personal, siempre y cuando sirva para evitar un gol.

20 Septiembre de 2023 15.14

El fútbol es un juego lindísimo. Si sabes patear, te engancha a la primera porque lo único que se necesita para jugar es al menos un pulmón y algo que se le parezca a una pelota. La lógica del juego es muy simple: un equipo tiene que enfrentar a otro para meter una pelota en el arco contrario. El que más veces mete la pelota, gana. Simple. Esa es la esencia del juego. No hace falta nada más por eso es un juego bastante universal que resulta muy fácil de practicar. Para jugar tampoco hace falta un estadio con césped recién cortado, por eso encontrar un espacio es bastante versátil: los mejores partidos usualmente ocurren en el anonimato de una calle, en una sala de la casa bajo la mirada preocupada de arriesgados floreros o en una cancha de tierra donde se juntan los amigos. 

El fútbol es un invento que es parte de nuestra infancia y forma parte de nuestras vidas junto con los mocos, el sudor, la pelota, las lágrimas y los goles. Por eso, sin darnos cuenta jugamos siempre (mientras podemos) porque nos gusta volver a los lugares felices y sin duda una cancha es eso. ¿Quién no gritó alguna vez “penal o gol” con la felicidad de resolver un problema? ¿Cuántas veces el partido terminó en “gol gana”, esperanzados en que eso iba a evitar una paliza? 

¡Qué lindo que es el juego bajo la famosísima regla no escrita de “gol camisetas”! O jugar sin cronómetro porque el partido se termina cuando todos están cansados, cuando llega la noche o cuando la madre del dueño de la pelota le ordena regresar a casa (en contra de su voluntad). La esencia del amateurismo está en resolver los problemas de una manera sencilla. El partido que se juega en el barrio entiende que se necesita una pelota, un arco y un equipo (al que hay que ganar) pero que privilegia la sencillez con la que se resuelve el juego. Por ejemplo, los equipos se escogen entre dos capitanes (que usualmente son los mejores) y nunca se escogen bajo criterios de alineación (jamás se razona cuántos defensas están en el equipo o si ya tengo suficientes delanteros), sino en algo tan sencillo como el criterio subjetivo que tienen los capitanes de cuál es el mejor y cuál el peor. 

El fútbol de todos los días viene con canillas moradas, quemaduras de primer grado en las piernas por la necesidad de cubrir a un oponente. No importan los raspones en las rodillas ni la integridad personal, siempre y cuando sirva para evitar un gol. Luego las rodillas se curan, jamás la humillación de un gol en contra. En la cancha las faltas son marcadas con gritos y, si no son evidentes, son consensuadas. Siempre confiabas en el otro, aunque sea enemigo a muerte en la cancha (porque en la vida real podía ser tu mejor amigo). Todos hemos jugado así, sin offside ni complicaciones innecesarias. El fútbol profesional debería aprender del amateurismo y eliminar el “orsai”. Esta regla inútil, que es una trampa y que prohíbe abrir la cancha, evita los goles que son la esencia del juego. Nadie en el barrio alegó posición adelantada, nunca. Eliminemos el offside por ridícula e inútil, aunque eso será materia para otro artículo.

En todo caso, el fútbol de la infancia es sin pasabolas y con normas no escritas como la de que quién pateaba la pelota a los maíces o a la casa del vecino, va a recoger. Cuando hacemos las cosas porque es lo correcto, aprendemos para aplicarlo en la vida. Es difícil entender la fascinación que causa el fútbol. Por eso, es más que un deporte. El fútbol es infancia, es barro, es morado en la canilla, es gol y amigos. Es dar patadas y jugar con el corazón. Pero no queda ahí, porque, aunque el equipo gira alrededor de la pelota, también alrededor de sentarse en el césped de la cancha y burlarse del perdedor, de compartir las aguas y colas en la tienda, tomar unas cervezas cuando eres más grande o, si nos ponemos exquisitos, de un asado o un encebollado, según gustos. El mundo verdadero no gira alrededor del Mundial ni de los campeonatos profesionales, que sin duda son emocionantes. El fútbol de verdad es el que se juega en la calle. 

Esta es la verdadera esencia del fútbol. El fútbol profundo que construye su narrativa basada en la épica y en lo simple de las formas. Volvamos a la esencia, que es una linda forma de vivir… sin offside. (O)

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