La economía es un ser vivo que se acomoda a las circunstancias. A ratos demuestra un dinamismo vibrante pues encuentra motivos para fortalecer su organismo, mientras en otros se agazapa para defenderse de las amenazas que le asechan. Por eso, para entenderla hay que saber exactamente en que etapa se encuentra y disponer de instrumentos que permitan ayudarla a aplacar su exceso de optimismo o sacarla de la pesadumbre que le embarga.
Ahí caen como anillo al dedo la política económica y la economía política, que en un trabajo armonioso pueden precisamente hacer esa faena mitigante de los descarrilamientos que con frecuencia se producen, se repiten y crean ciclos cuyas variaciones pueden llegar a comprometer no sólo los avances alcanzados por la colectividad con mucho tesón, sino a poner en jaque la organización política y el ordenamiento propio de la sociedad.
Por eso en todo tiempo, la discusión sobre los principios que deben guiar la construcción de esas políticas económicas y la forma de ejecutarlas, estén sometidos a un intenso debate que muchas veces también se salen de su carril sea por visiones ideológicas o por las angustias desquiciantes que las circunstancias de crisis traen consigo. Ese es el momento de la reflexión objetiva, serena, acompañada de acciones oportunas para paliar con razones convincentes las causas de esa realidad desequilibrada. Para eso está la teoría económica que ha logrado articular un conjunto de principios fundamentales que se han convertido en verdaderas leyes ejemplares aplicadas en países con altos niveles de bienestar colectivo.
Todo lo anterior determina que es fundamental tener presente que en la economía nada es gratis. Todo tiene un valor y un costo que deben ser debidamente considerados en el momento en el que se toman las decisiones. Por supuesto no existe certeza absoluta. Hay, por cierto, un riesgo inherente propio de las características de la visión futura de los agentes económicos que encuentran oportunidades o avizoran los potenciales problemas, que pueden convertirse en realidad o terminar como simples percepciones evaporadas. Ese es el punto en el cual actúa la política económica precisamente para llevar esos riesgos a niveles tolerables producto de la consistencia con la cual se regulan, observan e incentivan a las variables claves del quehacer diario.
Pues bien, ya en la vida real todo esto no es tan fácil de manejarlo precisamente por esa característica de la economía de llevar en su seno las condiciones de ser viviente que se defiende, protesta, no reconoce sus errores ni acepta las enmiendas pues en conjunto significan dolores para unos, subsistencia para otros mientras algunos-no pocos- están protegidos, pero aún así son resistentes para contribuir con la solución. O, simplemente ya no se trata de remediar algo sino evitar que la emoción la desborde pues atraviesa por una etapa boyante-aparente o real- que nadie la quiere perder, pero que si mantiene su curso puede terminar reventada.
La lucha contra estos ciclos tiene una larga historia, tan larga como la civilización misma por lo cual el proceso de aprendizaje ha sido arduo y continuo para poderlos enfrentar y reducir sus variaciones. En el fondo, la enorme tarea se ha concentrado no sólo en identificar la etapa por la cual transita la economía, sino prepararla para los momentos en que faltan recursos y las cosas se ponen feas. Esa inevitabilidad sólo se la puede regular cuando la política económica contiene medidas que incuban herramientas para enfrentar esa repentina escasez. Previsibilidad y prudencia se juntan como socios defensores del desarrollo que consolidan la confianza creada por una gestión ordenada, estable, responsable de los recursos públicos acompañados por normativas que adornan -incentivan- a un mundo privado que trabaja por la eficiencia, la creatividad y la capitalización del conocimiento.
El mundo de estos tiempos vive una vez más estas circunstancias, pero sin duda demuestra que aprendió muchas lecciones, aunque como siempre le falta solidaridad a pesar de conocer que, si la pandemia no es erradicada del planeta, la normalidad tendrá dificultades en ser recuperada, más allá de saber que en algún momento deberá hacer cuentas y preparase para pagarlas.
Precisamente esa realidad cambiante hace de la economía una ciencia apasionante, retadora, pues la razón de ser es el bienestar del ser humano.