Hablar de “moral” como fuente de ordenación del quehacer humano, en términos sociológicos durkheimianos, es referirse a mandatos y contravenciones cuyo principal propósito es regular conductas o patrones de comportamiento que atestigüen homogeneidad en las respuestas frente a situaciones similares. Si la réplica de una misma persona para escenarios análogos es distinta, el ente irradia doble moral. La “doble moral” es un proceder mórbido, que también patológico, a través del cual el individuo se arrastra por conveniencias justificativas de su conducta. Esta inconsistencia trasluce acomodos artificiosos en los valores ontológicos. Referimos a E. Durkheim (1858 – 1917). Fue un sociólogo y antropólogo francés, hijo de un rabino y por tanto educado en escrupulosidad moralista.
La doble moral social es por lo general resultado del mismo vicio de que adolecen sus actores, que lo trasladan hacia la comunidad de que forman parte. Para evitar el contagio, la sociedad requiere emprender en un sostenido proceso de consolidación de su ética, que le permita identificar a los miembros agredidos por el mal a efectos de marginarlos de manera oportuna. De no hacerlo, ella – la doble moral – se propagará indiscriminadamente; en muchas ocasiones inclusive de forma imperceptible, siendo que cuando se sistematiza se la asume como normal.
Entre los factores gravitantes en, y generadores de, el defecto particular rol juegan las “enseñanzas” dogmáticas de las ideologías mal entendidas y de la religión. Las dos, al impedir el libre albedrío racional, obligan a los individuos a camuflar sus actuaciones: uno es el discurso y otras del todo distintas las manifestaciones vivenciales. De allí que las convicciones religiosas desquiciantes, al igual que las concepciones políticas extremas, tienden a engendrar agentes titulares de doble moral, harto peligrosos. El tema se torna dramático cuando, como es usual, proviene de seres que se consideran doctos al margen de que son simples “ilustrados” en buhonería. Son oradores de barrio, repetidores de aquello que escuchan sin reparar en su superficialidad.
Los místicos y los ortodoxos en ideales se presentan como puros para guardar su imagen, siendo en la práctica disímiles sus revelaciones. Olvidan que toda sociedad está llamada a ser moral per-se, no por imposición. Quien transgrede las normas sociales y quebranta las ilustraciones religiosas se autoconvence que con el posterior, en su orden, arrepentimiento y rezo, empata… así queda absuelto del deterioro moral que representa su doble faz. Los fundamentalistas siempre encuentran argumentos sin perjuicio de su poca monta.
En el plano sociológico, es una “anomia”, es decir degradación del sentido o realidad; es un no-estado, ausencia de todo para experimentar (D. Hilbert). El hombre “anómico” pierde el concepto capital de moral para manifestarse “des-reguladamente”. Este tipo de actores genera ideas sin apego a estándares éticos, mas transformando la noción en ventaja antojadiza. Rompe principios y adapta valores a comodidades de las que saca provechos indecorosos. Al titulado en doble moral le importa poco o nada el sustento de su proceder pero el resultado de sus impúdicas pretensiones. Es quien juega a dos bandas.
La teoría social exige de tres pilares morales: vincular la ética con el acceso a posiciones de poder; equilibrar las apetencias propias con aquellas de terceros afectados por nuestras acciones y omisiones; y ponderar los contextos sociohistóricos en que nos desenvolvemos. Se resume en la idea primaria de Durkheim en el sentido que “el hombre es un ser moral porque vive en sociedad”. Cuando la persona auto-asume su valía a la vera de su rol comunitario, descúbrese como egoísta nato similar al delincuente atávico lombrosiano.
El ordenamiento social gobernado por individuos de doble moral origina relaciones caóticas que sin perjuicio del daño intrínseco que representan, revela los más bajos instintos de las dos partes del enlace. La moral demanda de coherencia. El interactuar es una vía de dos sentidos. Si uno de los actores dice conducirse por el lado correcto, pero en la práctica actúa por el contrario, más temprano que tarde su patetismo le pasará factura. Uno de los primeros pasos hacia la desintegración social es la doble moral de los ciudadanos.
El hombre de doble moral, cual buen indigno, pone inmoralmente a prueba, en forma permanente, a sus semejantes… los mide, compara y evalúa. Lo hace en la esperanza de que el incauto deje de percibir sus malignas intenciones. En caso sea pillado, en modo inmediato adecúa “una de sus morales”, y así entra en un círculo vicioso que ahonda su perversidad.
Máxima del doble moralista: con el demonio adecuado, cualquier infierno es perfecto. (O)