Hablar de “dialéctica” es referirse a un proceso, método o sistema si se quiere, de relación, tensión y confrontación de opuestos o contrarios. Su origen podemos identificarlo en el presocrático Heráclito (Éfeso, siglos VI y V a.C), para quien el mundo es mutación y ocurrir. Lo resalta en el pasaje de que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, siendo que si bien este es uno el agua siempre será distinta. Refiere también al fuego, que al tiempo de renovarse, destruye y transforma. Luego nos encontramos con Platón, para cuya teoría la dialéctica es segmentación y unificación de lo genérico a través del diálogo; vemos aquí influencia socrática. Han apelado a la dialéctica otros filósofos de distintas corrientes como Aristóteles, G. Leibniz, B. Spinoza y K. Marx, por citar algunos. Sin embargo, su tratamiento metódico lo debemos a G. W. F Hegel; su contribución la desarrollamos adelante.
El suabo (Stuttgart, 1770) enfrenta la materia en una de sus primeras obras, Fenomenología del espíritu. Partiendo de la cognición, el primer momento del pensamiento está dado por el “saber en sí”, que nos lleva al “saber para sí”. Mas siempre se presenta una tercera instancia, en la cual los dos momentos anteriores confluyen en el “saber para nosotros”. A este se arriba a través de la reflexión, que el filósofo la denomina “experiencia de la conciencia”. Estamos, pues, ante un movimiento dialéctico que permite definir la esencia o verdad de los hechos sujetos a análisis.
En el proceso dialéctico del saber, la autoconciencia demanda de un regresar a la instancia inicial de nuestro conocimiento. En el supuesto de quedarnos en el simple “sí”, corremos el riesgo ético de abstraernos de la realidad misma y por ende autoengañarnos. Al margen de todo lo negativo que representó la teoría marxista para el bienestar – sin excepción alguna – de los pueblos que optaron por ella, como metodología de examen de los fenómenos sociológicos sí que es útil. Lo importante está en no rechazar las evidencias pero confrontarlas con las asunciones preliminares para validarlas o rechazarlas. Tomemos a la dialéctica histórica y a la dialéctica materialista como factores de ponderación que permiten emprender en correcciones sociales estructurales. Nada más pernicioso que rechazar aproximaciones analíticas con prejuicios ideológicos.
El grave – gravísimo e inexcusable – error de la dialéctica marxista está en la “solución” socioeconómica que propone, y que factualmente demostró fallida en perjuicio de quienes pretendía proteger. Ello, sin embargo, no resta valor al hecho cierto de que el mundo es una unidad en que prevalece la lucha de los contrarios. Tampoco de que en el cosmos se presenta una constante negación de la negación, ni de que la calidad se ve afectada por modificaciones en la cantidad. Estas las tres leyes identificas por Marx y Engels. A la vera de su validez evidente, fueron mal interpretadas en cuanto a su síntesis de superación.
A diferencia de la dialéctica marxista, la propuesta por Hegel no es materialista, socioeconómica, ni histórica pero de “realidad ideal”. Recordemos estar ante un emblemático representante del idealismo alemán. La dialéctica hegeliana es una “filosofía del espíritu”. Conceptúa al espíritu en tres estados: subjetivo, objetivo y absoluto. El “subjetivo”, como su nombre lo expresa, dice relación con el sujeto, titular de una interioridad e intimidad. En esta fase incluye al “alma” como realidad antropológica distante en todo de cualquier religiosidad. Luego aparece la “conciencia” a título del “saber”. Las dos confluirán en el “espíritu” propiamente dicho… el saber y el querer.
En el “espíritu objetivo” lo determinante es la presencia de un algo no ligado a agente o actor sino al mero “estar”. Son parte de este el derecho, la moralidad y la eticidad. En Hegel, el derecho es la garantía que tiene el hombre como persona, la cual ante una afectación adquiere la prerrogativa de imposición de una pena, que es el regreso al estado de derecho. La moralidad en el suabo está conectada con los motivos que determinan la acción. Entonces llegamos a la eticidad, que es la “verdad” en que se materializa lo subjetivo y lo objetivo.
Por último, el “espíritu absoluto” es el todo que conforma el pensamiento. El ente que no piensa no es un ser. En este incluye al arte, a la religión y a la filosofía. La primera es manifestación de la estética, generadora de la sensibilidad y de la idea que se intuye. La religión para Hegel es la representación de una idea. Algo distinto del sentimiento, siendo que dios es el hombre como tal, razón por la cual se lo considera un panteísta. Así sobreviene en la dialéctica hegeliana la filosofía… idea elevada a concepto, que es el absoluto pleno. (O)