Hace ya cosa de cien años el filósofo marxista Antonio Gramsci, planteó una tesis innovadora dentro del mundo comunista: el triunfo de la revolución proletaria dependía de que el partido se apropiara del campo de la cultura. Gramsci se dio perfecta cuenta de lo importante que era producir pensamiento. A la final, el poder no lo ganaban los hombres, ni las movilizaciones proletarias, sino las ideas. La tesis, lejos de ser extravagante, triunfó y lo sigue haciendo en los ámbitos políticos de la izquierda. Fue así cómo, a partir de la década de 1930, intelectuales rojos se lanzaron a la conquista de las universidades y de los centros académicos.
Esta campaña de ocupación del mundo de la cultura no quedó reducida a Europa sino que también operó en la América Latina. En lo que respecta al Ecuador, la conquista empezó hace aproximadamente ochenta años. Si el mundo conservador había prácticamente monopolizado la cultura, en los años cuarenta su hegemonía empezó progresivamente a tambalearse. Tan crítica es la situación que actualmente las elites ecuatorianas han sido desplazadas casi por completo de sus antiguos dominios. Llama la atención ver cómo sus viejas glorias intelectuales no han podido ser debidamente reemplazadas.
Vistas las cosas en perspectiva, resulta problemático el que la derecha sociológica ecuatoriana perciba a las humanidades como un ogro revolucionario que atenta contra sus intereses. Han asumido una idea totalmente absurda que consiste en pensar que la cultura es un producto subversivo, una herramienta antisistema. En su fuero interno está muy arraigada la ecuación, letras = pamplinas sin utilidad práctica. Un síntoma que delata su liviandad son sus lecturas de mala calidad (best sellers) y en sus discursos cansones, vacíos y a veces casposos que ni dicen nada ni convencen. No se interesan por saber más, ni por actualizarse algo que ha incidido en que su visión de la política sea muy restringida.
De lo que no se han dado cuenta los despistados señoritos ecuatorianos es que todo aquello que más valoran y tienen como moralmente bueno es una creación de esos 'vagos de manual que son los intelectuales. Las ideas innovadoras surgen en esos laboratorios que son las universidades y centros académicos. El neoliberalismo que tanto apologizan o el gusto por las libertades individuales envuelven valores que fueron elaborados por académicos en universidades prestigiosas. ¡Milton Friedman es un intelectual a carta cabal! La derecha debe entender que sus ideas, por más buenas que puedan ser, no resultan evidentes por sí mismas y que en consecuencia hay que sustentarlas con buenos argumentos. Los valores son dinámicos y si no son sistemáticamente alimentados y reprocesados caducan indefectiblemente. El desprestigio de sus referentes es fruto de su negligencia a la hora de formar un equipo de intelectuales capaces de legitimarlos o de reformularlos.
Una de las consecuencias que acarrea esto radica en que la derecha ha dejado de producir una versión moderna e ilusionante sobre el Ecuador. No es una casualidad que las actuales visiones de la historia ecuatoriana estén marcadas con el sello de los neomarxismos y sucedáneos. No han caído en la cuenta de que la cultura es necesaria para ajustarse a los tiempos. Por su propia dinámica, las nuevas generaciones que se incorporan a la vida pública requieren no sólo argumentos frescos sino también de lenguajes más en sintonía con el momento.
Las elites actuales caminan desfasadas y son incapaces de satisfacer las demandas de una población que lee en internet y que profesa otros valores. No han reflexionado sobre que las letras son importantes en la medida en que permiten pensar mejor, en que avivan la imaginación y ayudan a cargarse de razones, de legitimidad y de argumentos más creíbles y seductores. Resumiendo, si las letras son hoy por hoy un coto privado de la izquierda, eso no debe llevarlos a renegar de ellas, sino ser contestatarios y enfrentarse a los otros creando pensamiento. (O)