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: ¿Debe la democracia ser eficiente? ¿Es legítima la  democracia ineficiente? Para hacer ese debate, hay que poner en cuestión a unos cuantos mitos y a otros tantos sacerdotes de la hipocresía que ofician la mitología perversa que le tiene liquidado al país y que va matando  la fe del ciudadano, sin la cual no hay ni democracia ni legitimidad ni nada.

20 Diciembre de 2023 17.02

¿Debe exigirse eficiencia a  la democracia? ¿Es legítimo cuestionarla  por sus resultados humanos, sociales y económicos, o es suficiente tenerla como sistema de elección de presidentes, asambleítas y alcaldes?  ¿Es tolerable, respetable y legítima la democracia sin resultados?

Sobre América Latina pesan las consecuencias del Estado ineficaz y la democracia  ineficiente. Muchos de sus pueblos viven, y vivimos, esa dolorosa realidad. Pese a la importancia del tema, en el país se elude  ese debate. Preferimos vegetar entre el disimulo y el encubrimiento de los dramas de una república desvencijada, enredados en los escándalos y haciéndonos de la vista gorda ante el creciente descontento provocado, precisamente, por un sistema  político mediatizado e injusto, que se dice democrático.

Desde el punto de vista de los resultados,  la democracia ecuatoriana ha sido un desastre. La inseguridad, el desempleo, las deudas externa e interna, el descalabro institucional, el déficit fiscal, la inseguridad y la pobreza, son testimonios que ponen en aprietos a cualquier teoría, y que abren la enorme y complicada interrogante de si la democracia es buena y legítima solamente porque es “democracia”, o si, además, debería legitimarse ante la comunidad por sus resultados, y por las oportunidades que los ciudadanos tengan bajo ese régimen político que asegura, cierto es,  el voto, la vigencia de la Constitución y hasta la libertad formal, pero que, a mucha gente, no le  brinda oportunidades razonables para vivir sin temor y con dignidad.

Hay que pensar la democracia. La adhesión a ella excluye la condescendencia y la mentira. Su defensa sincera exige franqueza, veracidad y realismo. No hay que adular a la democracia. Hay que criticarla para que se depure y perfeccione. Hay que cuestionar sus defectos, si queremos que sobreviva. Encubrir sus problemas económicos y sociales, disimular sus debilidades y hacer discursos retóricos sobre sus tragedias, no es bueno ni para los demócratas, ni para las instituciones. La mojigatería frente a los hechos y el discurso del despiste no conducen sino  a desencantos mayores. 

El Ecuador vive una crisis institucional  y un fracaso político anunciado desde hace años. El país atraviesa una grave crisis económica que, en buena medida, se origina en los descalabros producidos por un sistema político que no enfrenta las realidades, que  las disfraza y elude, que difiere las soluciones, que vive de sueños, suposiciones, cálculos y demagogia,  y que ha sido un pésimo negocio para la gente común que ve bloqueado su porvenir por el desempleo, la frustración y la pobreza.

La democracia -además de ser un sistema idóneo para elegir a los gobernantes- debe ser un medio apropiado para lograr algún grado de progreso. La  falta de educación suprime la posibilidad de elegir con responsabilidad, y hace de la gente presa del populismo y de la oferta electoral. El clientelismo existe porque la democracia no ha sido eficiente. El caciquismo es una respuesta a la nula cultura política, es una trampa a la credulidad de los ciudadanos y es resultado de la irresponsabilidad de los electores y de los gobernantes. La corrupción es el resultado de instituciones malas, leyes inoperantes y élites que no tienen compromisos con la democracia de verdad.

La democracia ineficiente mata la fe en la democracia buena. Por eso, la responsabilidad cívica y la militancia  por una democracia verdadera -que es la militancia de este columnista- imponen la obligación de hacer una radical y exhaustiva crítica del sistema político, de sus instituciones, bloqueos,  personajes y conductas. No es bueno quedarse en la democracia formal. No es razonable callar ante  los resultados de un régimen político que ha deteriorado no solo las instituciones, sino, lo que es más grave,  que está matando el respeto a la nación y el entusiasmo por la libertad. Por eso, si algún debate está pendiente es éste: ¿Debe la democracia ser eficiente? ¿Es legítima la  democracia ineficiente? Para hacer ese debate, hay que poner en cuestión a unos cuantos mitos y a otros tantos sacerdotes de la hipocresía que ofician la mitología perversa que le tiene liquidado al país y que va matando  la fe del ciudadano, sin la cual no hay ni democracia ni legitimidad ni nada.  (O)

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