En los albores del siglo pasado, se tenía a la “cultura” como sinónimo de educación exquisita, ésta a su vez equivalente a buen gusto, los dos productos de cierta intelectualidad. Adquirió un giro con E. Tylor, antropólogo británico, que ofrece una definición orgánica al incluir en ella a los conocimientos, creencias, moral, costumbres y hábitos, siempre relacionados con la persona en tanto miembro de la sociedad.
El desarrollo sociopolítico posterior influenció en la materia. Así, fruto de las concepciones aportadas por el marxismo, la cultura pretendió ser concebida como uno de los medios super estructurales con que “podía” también concretarse la explotación burguesa. Con el advenimiento del “neoliberalismo”, la cultura pasa a convertirse en instrumento de transmisión de los beneficios aportados por una economía en que el bienestar humano está ligado indefectiblemente a provechos materiales.
Centrémonos en el momento actual. Las enormes diferencias -en términos de inequidades- que las sociedades deshumanizadas han forjado entre sus miembros, van de la mano de manifestaciones culturales carentes de hondura intelectual. Los “seudo-pensadores” defensores del statu-quo limitan sus esfuerzos sociológico-analíticos a los intereses que representan, abstrayéndose de realidades evidentes dando por ende origen a una falsa cultura despojada de la necesaria axiología. Como bien lo afirma W. R. Crawford (A century of Latin-American thought, 1961) lo que es antisocial es negación de la cultura y del mayor valor creado por el hombre.
Por su lado, los receptores de tales declaraciones didácticas las admiten, igualmente, sin la indispensable crítica inteligente, pues se dejan llevar por aquello que los seduce. Se aprecia una predisposición a transmitir cultura en redes sociales, que por su propia naturaleza son superficiales, frívolas... privadas de esencia. Es lo que nosotros llamamos la “cultura del Tik Tok”. Una serie de mensajes, vídeos y audios que sin calado alguno entontecen a los recipientes, quienes los toman como legítimos a la luz de la gracia con que son expuestos.
La “tiktokción” es un fenómeno que la sociología aún no lo ha enfrentado a profundidad. Se trata del “aprendizaje” en que emprenden los sujetos al claudicar ante medios de transmisión digital de lecciones tergiversadas de los hechos sociales observados. Siendo que esas admoniciones en general van dirigidas a personas sin el necesario intelecto ni la suficiente cultura crítico-analítica, que les permita razonar en lo mínimo indispensable, asumen las “enseñanzas” como válidas al amparo de bobas persuasiones. Cínicamente: “acceded” al Tik Tok para vídeos porno pero no lo “uséis para culturizaros”. La cultura va harto más allá de la satisfacción que produce en nosotros escuchar lo que nos conviene.
Estamos invadidos de mediocridad cultural, aquella en la cual los productos formativos se encuentran ligados al consumismo. Más que ello, atados a la necesidad de por medio de la erudición transmitir la importancia monetaria de cualquier exposición humana. Algunos tratadistas hablan de una “mercantilización”, o mejor “comoditización” (del inglés “commodity”: materia prima, productos básicos), de la cultura. A las obras del esfuerzo erudito -en términos estéticos, literarios, académicos en general- se les concede importancia dependiendo de su valor de intercambio, o al menos del potencial que tienen para coadyuvar a sustentar las conveniencias del modelo económico que se busca imponer.
Traigamos a colación a H. Arendt (1906-1975), pensadora alemana de origen judío. Magistralmente resume lo expuesto al afirmar que “ningún objeto del mundo se libra del consumo y de la aniquilación a través de éste”. Es precisamente lo que sucede con la cultura presente según nuestro análisis en precedencia: se encuentra degradada a consideraciones impuestas por masas decadentes representadas por “élites”, que según Arendt “no quieren cultura sino entretenimiento”.
So pena de dejarnos llevar por ese mar bravío de la cultura malentendida, en que naufraga tanto la ética como la estética, es indispensable retomar a la sapiencia en su real dimensión. Entender que la cultura es un esfuerzo liberatorio de la futilidad intelectual. Nos corresponde comprender que la cultura es la fusión del saber y el sentir, plasmada en el ser.
La cultura implica un adentrarnos en nuestras necesidades de conocimiento verídico, que nos permita percibir el discernimiento en el abismo de nuestra conciencia. (O)