Nos interesa la culpa en su acepción filosófica ligada a la conciencia, que nos hace asumir responsabilidades ante el daño implícito o explícito de un acto cualquiera. También en su conceptuación sociogénica, relacionada con las reacciones motivadas por la sociedad, las cuales pueden darse en función de valores o de contravalores. En definitiva, hablar de culpa es referirse a la actitud que adoptemos frente a una conducta reprochable en eticidad.
En materia de culpa la conciencia juega un rol preponderante, siendo que mueve al hombre a actuar en consecuencia. Cuando la gnosis es ontológicamente pecadora la persona será incapaz de identificar la culpa en su comportamiento, y por tanto dejará de proclamarla. En la Fenomenología del espíritu, G. W. F. Hegel sostiene que las heridas del espíritu se curan sin dejar huella. Pensamos que al ser la culpa una lesión en el espíritu absoluto, si se hace abstracción de aquella en la conciencia, la secuela irremediable será el inmoral ensimismamiento y consiguiente negación de la culpa. Negarla es propio de seres endebles en ética, pues acomodan el actuar a sus solos provechos.
En las sociedades desprovistas de solvencia estructural abundan agentes para quienes hacerse cargo de la culpa es señal de debilidad. Por ende, impresentablemente viven sumidos en autoengaño… importándoles poco o nada la humillación metafísica que representa sumergirse en la inculpabilidad cuando la culpa está llamada a ser aceptada.
La metafísica y la psicología clasifican a la culpa en varias categorías. Refirámonos a dos en particular, según las describe J. Lacroix, autor de Filosofía de la culpabilidad. El francés las cataloga más bien como expresiones. Así tenemos a la culpa normal, que es manifestación de arrepentimiento; y a la culpa mórbida, exteriorizada en la mente y en la conducta por medio del remordimiento.
Para los dos tipos de culpa se requiere del individuo asumirla a título de adeudo para con quien sufrió los efectos de su acto. El hombre que se disocia de su compromiso reparador es un maníaco no necesariamente en términos médicos pero sí sociales. Es el caso de quien autojustifica su proceder bajo consideraciones acomodaticias. La asunción de culpa es el inicio de un proceso restaurador del desequilibrio producido por acciones y omisiones dañinas, que pueden ser negligentes o dolosas. Al margen de la cualificación, que asciende incluso al campo del Derecho, lo determinante radica en la circunscripción ética y moral.
La deontología como principio rector de los deberes sociales gravita igual en la materia. Hacemos referencia a la admisión de la carga en su proyección comunitaria. Las sociedades que se resisten a hacer un mea-culpa de sus distorsiones jamás lograrán superarlas. Solo posesionándose de los gravámenes particulares podemos emprender en el camino de las rectificaciones.
Las ciencias sociales hablan de sociedades anómicas para catalogar a aquellas que sufren de anomia. Es decir de las que evidencian situaciones que derivan de la carencia de normas enlazadas a la solidaridad, o que producen degradación social. En esta enfermedad psicosocial los actores son dos. En primer lugar se encuentran las fracciones resistentes a reconocer su propia ignominia, la cual se manifiesta a través de la mezquindad, el egoísmo y la falta de pudor para con las necesidades de los segmentos menos afortunados de la comunidad, a los que se niega oportunidades de progreso integral. Son los grupos obscenos que abogan por la titularidad del monopolio de la razón en materia de políticas económicas, defensores del desarrollismo a costa de la justicia social.
De la vergonzosa realidad antes comentada toman provecho los segundos histriones, también vergonzosos, que divierten al público cual bufones teatrales. Es la realidad del populismo político que valiéndose de las infracciones de desprotección solidaria por los primeros, se abanderan en la defensa de los desabrigados. Explotando la ingenuidad de las porciones que dicen apadrinar emprenden en la generación de caos social sin que sus pupilos caigan en cuenta de su malignidad.
En las dos situaciones se presenta una desconexión con la culpa. Mediante tal desmembración unos y otros endosan el delito sociogénico a terceros. El resultado es la polarización de fuerzas, cuyos mayores perjudicados son las grandes masas poblacionales que no comparten las filosofía e ideología de ninguno de los dos polos.
Continuaremos en nuestra próxima columna. (O)