En los últimos años, hemos sido testigos de una preocupante transformación en las dinámicas de comunicación y respeto dentro del ámbito educativo. Un incidente ocurrido el 11 de marzo de este año ejemplifica esta tendencia es la agresión sufrida por un docente a manos de un padre de familia, no profundizaré en el motivo (la información al respecto la encontramos en diferentes medios de comunicación) quien reaccionó violentamente, fracturándole la nariz y causándole lesiones severas frente a los estudiantes. Este lamentable suceso nos invita a reflexionar sobre las raíces de tales comportamientos y el papel que todos desempeñamos en la formación de las nuevas generaciones.
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Las reacciones de rechazo llegaron tanto desde la Asociación de Profesionales de la Educación (APE) como del Ministerio de Educación, la UNE y Alegría Crespo, ministra de Educación. En las redes sociales, las reacciones son diversas (recalco, no me centraré en el motivo, sino en la acción) hay quienes censuran este comportamiento, también hablan sobre la excesiva sensibilidad que tienen los estudiantes actualmente y no falta quienes preguntan ¿qué habrá hecho para que le golpeen?. El punto es que en un espacio libre de violencia, como deben ser las comunidades educativas la violencia es diaria, varía la forma y los actores, pero lo más increíble es que de alguna manera la justificamos.
Las agresiones hacia el personal docente no suceden únicamente en nuestro país o son casos aislados. En España, por ejemplo, el 91% de los profesores de la escuela pública ha denunciado problemas de convivencia en las aulas, y 8 de cada 10 han sufrido agresiones físicas o verbales, según un estudio realizado por el sindicato CSIF (Central Sindical Independiente y de Funcionarios)
El diario el Tiempo de Colombia, en un artículo publicado el 30 de abril del 2024, cuenta la historia de una maestra de primaria de Corea del Sur que se quitó la vida, tras no poder soportar más las agresiones y presiones que recibía por parte de los alumnos y padres de familia.
La Agencia de noticias privada española Europa Press en su segmento de Educación afirma que las faltas de respeto hacia los profesores han aumentado del 27% al 29%, y el acoso por parte de padres ha pasado del 29% al 30% según la Asociación Nacional de la Enseñanza (ANPE) de España. Estos datos reflejan una tendencia preocupante que afecta no solo la integridad física y emocional de los docentes, sino también la calidad del ambiente educativo.
Paralelamente al incremento de la violencia, se observa una disminución en el uso de palabras de cortesía y en las habilidades comunicativas formales entre los jóvenes. La comunicación ha dejado de ser formal; el uso de palabras de cortesía es ocasional, muy ocasional. Las nuevas generaciones no han adquirido la destreza de redactar una carta, un correo o una solicitud; a menudo omiten el saludo, no se identifican ni se despiden, y realizan su pedido de forma poco cortés.
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Frente a esto, con mucha frecuencia escuchamos frases como: "es que ahora ya no hay respeto" "ahora ya no hay cómo decirles nada", "los jóvenes de esta época..." y me pregunto: ¿quiénes fueron los responsables de formar a los jóvenes de hoy? Cuestionamos su forma de actuar, hablar, la escasa habilidad social y comunicativa, pero no reflexionamos sobre el rol que cumplió el adulto en su crianza y de forma transversal nos llega a todos, y como dice el refrán, para muestra un botón; cuando entran al ascensor ¿con qué frecuencia escuchas el saludo de quién ingresa?
Los niños aprenden más del ejemplo que del discurso; nuestro comportamiento, tanto motor como verbal, es replicado por ellos. Es cierto que existen otros factores que influyen en su desarrollo, pero los adultos seguimos siendo sus principales referentes. Este caso nos muestra lo normalizada que está la violencia—sin importar su tipo, violencia es violencia—en todos los sectores, incluyendo el educativo, así como en todas las relaciones, incluidas las de crianza. A menudo, seguimos pensando que la agresión como forma de corrección nos llevó a ser "buenas personas" o "personas trabajadoras". Sin darnos cuenta, o tal vez sí, estamos replicando modelos de agresión que hemos aprendido. Continuaremos escuchando o leyendo frases como: "el castigo que recibí cuando niño no me traumó, me hizo bien". Normalizar y justificar la violencia es en sí mismo un trauma.