En nuestra columna anterior examinábamos el tema desde una perspectiva filosófico-religiosa; y en ese contexto, católica. Es necesario complementar el análisis bajo consideraciones que sin dejar de tener ingredientes metafísicos, puedan ampliar el espectro de acercamiento a la conducta erótico-sexual del hombre, imprescindible en todo orden. Con mirada en ello accedemos a M. Foucault (1926 – 1984), filósofo, sociólogo e historiador francés. Autor de la obra Historia de la sexualidad, compuesta de tres tomos, dos de los cuales fueron publicados después de su muerte.
El “comportamiento” sexual del ser humano se sustenta en ciertas nociones que no siempre responden a modos conductuales objetivos y razonados. Las circunstancias sociales están alejadas de teorizaciones idealistas. En los ideales pesan gravámenes ideológicos, doctrinarios o aspiracionales de conveniencia. Los escenarios sociales reaccionan frente a estímulos pragmáticos. Esto puede apreciarse a simple vista en el caso de la sexualidad, llamada a ser gozada para una subsistencia sana.
Precisamente Foucault refiere que la sexualidad tiende a ser asociada con la anhelada naturaleza monogámica del hombre, atada a lo que califica de conyugalidad imposible de ser disociada. En los hechos ello no se da, pues antropológicamente el ser humano no es monógamo. Tomar a la concupiscencia como apetito ligado en exclusiva hacia con la pareja conyugal es desconocer la evidente realidad de lo contrario. En modo alguno significa que no existan seres que se conduzcan con el encomiable principio, pero que tal proceder es excepción. A lo largo de la historia, y en el posmodernismo actual ni se diga, las personas guardan fidelidad más por imperativos materiales que por convicción ética o imposición fisiológica.
Vinculado a lo anterior está, según el filosociólogo, el matrimonio como institución llamada a ser el núcleo de realización de la actividad sexual. En el matrimonio como unión sagrada que forma “una sola carne” (Catecismo), la concupiscencia también está adjetivada para mal. Hasta el límite en que las relaciones íntimas en el lecho conyugal deberían ser sencillas, escuetas e inocentes, y con el único propósito de procrear otros seres de idéntica valía ética, afirman los contemplativos. Penosamente, aún existen seres convencidos de la bondad de este abominable régimen coercitivo de la libertad. Tanto se ha desprestigiado el sacramento que la juventud lo reprueba sin reparos.
Los moralistas hipócritas que se camuflan en cortinas negras, ante la resistencia a reconocer que también tienen apetencias sexuales al margen de sus prejuicios, las satisfacen “a escondidas”. Foucault habla de los principios de aislamiento de la actividad sexual y de la purificación. En virtud del primero, el deseo vehemente y el ansia están convocados a ser secretos; de hecho, tildan de contrario a las buenas costumbres a cualquier expansión pública que pueda involucrar “afanes” de índole sexual… impedir toda “mirada exterior”, dice. Respecto de la asepsia, esos mismos decorosos exigen limpiar rezagos que puedan exteriorizar la impudicia del sexo.
Los más ortodoxos en temas de concupiscencia, como comporte reprensible en el hombre, lo asocian con la propiedad. Si robar es malo en tanto envuelve un apropiarse de lo ajeno – que por cierto lo es – es peor si tal usurpación se da respecto de la “mujer propia”. El “no desear” es mucho más que la simple renuncia de pretensión. Alcanza hasta a la sola mirada hacia quien el ofendido considera su propiedad. Siendo que el macho considera tener derecho de dominio sobre “su” hembra, la mínima manifestación de atracción sobre esa pertenencia merece sanción humana y divina; esta última por ser pecaminosa: no desear la mujer del prójimo.
Como con toda exposición humana en ámbito de influjo actitudinal, según la teoría foucaultina, la naturaleza del individuo está tutelada por una “racionalidad global y coherente”. Obliga al ente a acatar, antes que todo, a sus virtudes personales. Por sobre el obedecimiento a las “leyes de la ciudad” se encuentran aquellas atribuidas por lo que Foucault denomina “ideología moral y cosmología surgidas del helenismo”; entendemos que se refiere al autocontrol y a la moderación. En tal sentido, la conducta sexual de la persona debe ser conducida por los valores de cada uno, con independencia de decálogos surgidos en terceros.
El hecho de que en la concupiscencia esté presente una apetencia física en modo alguno es censurable. Podría llegar a serlo en casos de excesos que representen desafueros, abusos y atropellos. Ciertamente, no lo es si la confesión de gusto para el goce es de orden racional, que los hedonistas lo calificarían de elegantes ante el fin perseguido. (O)