La certeza del momento imperfecto
Esperar certezas es como esperar el "momento perfecto", ese que no termina de llegar. Pero las oportunidades están ahí, sin entender de momentos, esperas o entornos, aunque sí de optimismo y de confianza.

La incertidumbre ha pasado a formar parte inexorable de nuestro día a día, a ser un estado casi permanente frente a situaciones poco predecibles y coyunturas políticas que no permiten terminar de alcanzar la estabilidad. Todo ello, sobra decir, impacta notablemente en una economía que viene desde hace tiempo en modo supervivencia.

Los interrogantes se acumulan en torno a la contienda electoral, se paralizan decisiones y se genera un clima de expectación que poco o nada nos ayuda a movilizar recursos y a generar el dinamismo que necesita el país.

Sin embargo, las empresas y, especialmente, las personas que hay detrás, tenemos mucho más poder e influencia de lo que imaginamos. Si las certezas no acompañan en contextos estables, mucho menos lo van a hacer en los que no lo son. Y sin embargo, aquí seguimos. Desde los más nuevos que se lanzan a emprender contra todas las voces que les llaman a la cordura, hasta las empresas que llevan más de cincuenta años en el mercado sin rendirse, a pesar de los altos y bajos. La tentación de colgar el cartel de "cerrado" siempre está ahí, pero la responsabilidad es lo que realmente hace la diferencia. Las empresas no se paran. Los gobiernos van y vienen, pero las empresas nos quedamos.

Es por este motivo que cuando me preguntan por la coyuntura política y le dan un gran peso en la toma de decisiones, por ejemplo de inversión, propongo que en su lugar observen a las empresas del país, locales y extranjeras, su desempeño, su apuesta. Su confianza. Y cuando se observa el esfuerzo del sector empresarial, la realidad definitivamente cambia. A pesar de un entorno sumamente volátil, el sector privado demuestra una extraordinaria resiliencia y voluntad, pero sobre todo, el compromiso de seguir aportando y generando valor.

Somos muchos los que más allá de los balances y cuentas de resultados, vemos las personas y las familias que hay detrás de nuestra actividad; vemos el impacto en otras empresas, ya sean clientes, proveedores o aliados; el resultado de hacer las cosas con valores y poniendo a la gente en el centro. Nuestras acciones tienden puentes, crean vínculos y, aunque no siempre sea evidente, abren puertas a nuevas oportunidades.

Todo ello se ha traducido en dinamización, crecimiento y empleo, pero también tiene una gran repercusión en la sociedad. Porque como empresas, al igual que como personas, podemos elegir la huella que dejamos.

Creo firmemente en el cambio, no como parte de la estrategia para lograr los objetivos, sino como el objetivo en sí mismo. Es parte de lo que nos mantiene a flote, de la mano de algo tan básico como la capacidad de adaptación. Pero más allá, soy una convencida de que aquello que no cambia y evoluciona de manera constante, tiende a estancarse y a ir en dirección contraria. 

Esperar a que todo mejore, al contexto idóneo, a que se alineen los elementos... Suele ser una opción. La más cómoda y, para los que llegamos antes de la generación Z, es posible que parezca la más natural. La otra es innovar, retarnos a buscar nuevas formas de hacer las cosas, hacerlas mejor, ayudar más, generar otras oportunidades. Eso también supone atraer las ideas frescas que el cambio y la valentía traen consigo, junto con aquello que nos permite continuar y avanzar. A veces conlleva un poco de vértigo, ese que se siente mirando al vacío, la incomodidad de no tener claro qué viene después, eso que susurra al oído "¿para qué te complicas?".

Pero si algo sabemos hacer las empresas es navegar esa incertidumbre y gestionar los riesgos que, por otro lado, nunca desaparecen y le ponen un poco de emoción a la aventura.

La coyuntura rara vez nos acompaña, puede ser la política, pero también el clima; puede ser algo externo y general, o interno e intrínseco a nuestra actividad. La realidad es que todo proyecto, grande o pequeño, inició sin una red de seguridad, avanzó sin ella y este momento no es diferente. Si estos momentos deben servir para algo, no debería ser para poner freno a los planes, sino como recordatorio de porqué y cómo seguimos, del esfuerzo que supone, de lo que importa y del orgullo que hay que sentir por todo ello.

Esperar certezas es como esperar el "momento perfecto", ese que no termina de llegar. Pero las oportunidades están ahí, sin entender de momentos, esperas o entornos, aunque sí de optimismo y de confianza.  (O)