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La belleza es apariencia y es aceptación cultural, es la calma que produce la estética, es lo profundo en el espejo del alma. Pero como el infierno de lo bello es lo feo, siempre hay que saber elegir qué y cómo buscamos esta belleza (la interior también es válida) y evitar que, con el paso del tiempo o del ejercicio de un cargo, termine afeando a la gente.

5 Octubre de 2022 17.10

La belleza, qué duda cabe, atrae. Es una fuerza tremendamente poderosa que crea y que se configura de manera personal y social. Lo que es bello para unos, quizás no lo es para otros. Pero todos la buscamos, de una u otra manera, y nos condiciona e influye más de lo que nos imaginamos. La estética tiene el poder para adaptar comportamientos alrededor de ella, qué duda cabe, pero, sobre todo, la apariencia puede ocultar verdades o disimularlas muy bien. 

Decía el poeta Rainer María Rilke que “lo bello es el comienzo de lo terrible. Es aquella parte de lo terrible que todavía podemos soportar”. Por eso mueve el mundo. Pero lo bello, para ser apreciado, tiene como antagonista a lo feo. “Lo que es el agua, lo enseña la sed”, decía Emily Dickinson. Por eso la belleza es apreciada (y escasa) por más subjetiva que sea, buscada de todas las formas, como una manera de vencer lo espantoso. 

En lo personal, hoy en día con la cirugía estética se pueden hacer milagros. Solo es cuestión de presupuesto (billetera mata galán, dice la sabiduría popular). Antes lo único que existía era ropa, maquillaje y una buena sesión en la peluquería. Pero hoy todo puede ser elaborado: tetas, culos, narices, etc., y así, fabricar seres humanos que parezcan hermosos. 

La belleza atrae, decía hace un momento. Por eso, en otro ámbito, los políticos y lo político tiene la tentación de buscarla siempre. Es una vieja táctica para lograr cargos de elección popular. Son recursos que utilizan porque saben del poder que tiene la belleza en el conglomerado: no solo los candidatos pueden ser modelos o famosos, sino que la belleza llama la atención y eso capta a posibles votantes. 

Pero una vez en el poder, este afea. Decía el expresidente de Francia Valéry Giscard d´Estaing, que él había decidido retirarse de la política cuando había descubierto inesperadamente en un espejo que la política lo estaba volviendo feo. En lo local, y para para muestra de que esto es mundial, solo hay que ver el rostro de Rafael Correa. Si comparamos una foto de la toma de posesión en el 2007, cuando todavía no le envolvía las mañas del poder y la política, con una foto actual vamos a ver profundos y evidentes cambios. En ese año, la del 2007, se le veía joven, buenmozo, sonreído y parecía simpático. Ahora, acabado, descompuesto, feísimo. Una lástima que no haya seguido el ejemplo de VGE.

La política, que es el arte de la disimulación y del engaño, decía Antonio Caballero, afea el rostro, que es (dicen) el espejo del alma. Sólo los muy grandes políticos, quiero decir, los políticos que se entregan a las tareas de la grandeza conservan su belleza física. Es el caso, por ejemplo, de ese gran hombre que fue presidente de Sudáfrica: Nelson Mandela. No sé si pueda afirmarse de manera rotunda que a todos los políticos profesionales les convendría una intervención extrema de cirugía reconstructiva, pero sí quiero recordar una anécdota de otro político francés. François Mitterrand sólo logró ser elegido presidente de Francia en su tercer intento, cuando se hizo limar por su dentista los colmillos, que tenía demasiado visibles y afiliados, de modo que, cuando sonreía, adquiría un aspecto inquietante de ogro devorador de niños. A partir de la operación odontológica los franceses no solo lo eligieron presidente dos veces, sino que lo empezaron a llamar cariñosamente “tonton”, o sea “tío”. 

Por eso la búsqueda de la belleza es universal y tiene diversos fines (personales, políticos, sociales). La belleza está en la naturaleza, en lo simple, en lo que nos genera satisfacción luego de apreciarla. En los políticos que la utilizan para sus campañas. En los enamorados que se atraen o en los toreros que demuestran su heroicidad: Manolete llevaba una cornada en la cara, lo mismo que El Juli. En esa marca radicaba la belleza de una expresión épica, de valentía.

Pero hay que tener claro que lo bonito no siempre es lo más inteligente o lo más preparado o lo mejor. La belleza es apariencia y es aceptación cultural, es la calma que produce la estética, es lo profundo en el espejo del alma. Pero como el infierno de lo bello es lo feo, siempre hay que saber elegir qué y cómo buscamos esta belleza (la interior también es válida) y evitar que, con el paso del tiempo o del ejercicio de un cargo, termine afeando a la gente. Debe ser bello que te pongan la banda presidencial, lo que no es tanto es no saber qué hacer con tanta belleza. Y eso afea. (O)

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