La semana anterior se reunieron en Miami, Florida, varias personas que fueron declaradas inocentes y exoneradas años o décadas después de haber pasado recluidas en centros penitenciarios para prisioneros condenados a pena de muerte o prisión perpetua en los Estados Unidos. No se trataba de una casualidad que todos ellos estuvieran en un evento sobre justicia e inocencia en el estado que tiene los peores índices de corrupción judicial de ese país.
Tampoco era coincidencia que los exonerados o sus familiares fueran ciudadanos pertenecientes a minorías raciales, en este caso latinos o negros, pues a esos grupos pertenece una significativa mayoría de condenados en los Estados Unidos.
Todos se habían convocado allí para compartir sus experiencias y apoyar las causas de los que aún se encuentran en prisión y que son víctimas de un sistema judicial que adolece de los mismos vicios, ilegalidades y de la descomposición que caracteriza de forma particular y casi exclusivamente a la justicia latinoamericana.
El caso central del evento fue el del ecuatoriano Nelson Serrano, que lleva ya veinte años en prisión, pero también se habló de Pablo Ibar, el español que está detenido desde 1994, acusado de un crimen triple que no cometió y que ha esperado todo este tiempo por un juicio justo e imparcial en las cortes de Florida.
Escuchar al portorriqueño Felipe Rodríguez, al colombiano Johnny Hincapié, al estadounidense Herman Lindsey o al hermano de Pablo Ibar, Michael, a los abogados y docentes de la Escuela de Derecho de Florida International University FIU, es vivir una experiencia surrealista en la que se repiten una y otra vez historias de testimonios falsos, pruebas fraguadas o plantadas, escenas criminales alteradas, fiscales y policías buscando ser reelegidos a costa de acusaciones y condenas falsas, actos de racismo y xenofobia en un sistema judicial como el de Estados Unidos, que se precia de ser uno de los más confiables del mundo.
Las cifras que se mencionaron allí son escalofriantes: Felipe Rodríguez, declarado inocente tras haber pasado recluido en una cárcel de Nueva York por 27 años. Johnny Hincapié, declarado inocente 25 años después de su detención y juicio sin pruebas. Pablo Ibar, 28 años en centros penitenciarios de Florida con pruebas claras de su inocencia. Herman Lindsey, 6 años en el corredor de la muerte en Florida, quien se convirtió en la persona número 23 en ser exonerado desde que se reinstaló la pena capital en ese estado, que tiene la cifra más alta de exoneraciones en toda la nación. Más de 343 condenados a pena de muerte en Florida esperando sus resentencias por violaciones constitucionales a sus derechos en las cortes de ese estado.
Esos días mucha gente levantó su voz por Nelson Serrano y por Pablo Ibar. Mucha gente compartió su experiencia con la justicia en Estados Unidos, en especial en Florida y Nueva York, una justicia que también se equivoca, una justicia que también acusa problemas graves de corrupción, que también deja en la impunidad a funcionarios y policías que actuaron al margen de la ley y a los verdaderos autores de esos casos criminales, una justicia que tampoco actúa con celeridad y diligencia cuando se trata de corregir sus propios errores.
Esos días comprendimos que no solo la justicia en Ecuador es corrupta, y no solo los jueces ecuatorianos deben ser sancionados y juzgados por sus acciones y omisiones. Es importante señalar, juzgar y sacar a la luz todos los actos de corrupción, los de Ecuador y su endeble sistema judicial y también los de Florida, allí donde tenemos a un ecuatoriano, Nelson Serrano, como víctima de esos vicios del sistema. Es fundamental mirar también la paja en el ojo ajeno, ¿si o no? (O)