El asedio a las grandes ciudades, en especial a Quito, la capital y sede del poder gubernamental, ya no se limita a las últimas paralizaciones violentas que han dejado una larga ristra de delitos, daños irreparables y pérdidas cuantiosas, sino que ahora, invocando supuestos derechos ancestrales, alegando presuntas raíces aborígenes en los primeros pobladores de estas tierras, ciertos grupos de avivatos, de politiqueros aprovechadores y de seguidores obedientes y no deliberantes, pretenden invadir áreas de parques públicos, bosques protectores, propiedad privada y terrenos municipales de nuestra fracturada, multiétnica y mestiza nación.
Ya hemos escuchado en otras ocasiones, en tono amenazante, este concepto de la ancestralidad que utilizan ciertos grupos para autonominarse propietarios de tierras ajenas, amos y surtidores de las fuentes de agua, herederos del sol y la luna, y poseedores y titulares únicos de conocimientos universales. Por supuesto, detrás de estas declaraciones está un grupo de vivos e inescrupulosos que pretenden alcanzar el poder de forma violenta, creando el caos y provocando un nuevo estallido social entre la población.
Los intentos de invasión registrados en las últimas semanas son parte del plan desestabilizador que viene tomando forma desde octubre de 2019. Con la mira en el objetivo final, intentan cercar nuestras ciudades para emprender desde ubicaciones estratégicas las siguientes paralizaciones. Con la mira en el objetivo final, se han juntado el agua y el aceite, los que buscan impunidad y recuperar el control de la justicia con los que anhelan montar un gobierno inspirado en los postulados violentos y sanguinarios que en su momento adoptó Sendero Luminoso en el Perú bajo orientación del mariateguismo. No en vano el lema actual del proyecto terrorista es comunismo indoamericano o barbarie, mientras que la consigna común de esta turbia sociedad de coyuntura es derrocar al gobierno legalmente constituido.
Las preguntas que surgen aquí, atentas las circunstancias, son: ¿Quiénes serán los tontos útiles de este juego perverso y quiénes se quedarán al final con el trono si es que los golpistas consiguen el resultado que buscan? ¿Quién y en qué momento dará el golpe artero, traidor, que quebrará definitivamente la asociación conspirativa entre estos enemigos del pasado, cómplices de ocasión? Y, quizás lo que más nos preocupa a la mayoría de ciudadanos que estamos comprometidos con la democracia y el Estado de derecho, ¿con qué país nos encontraremos al final de esta guerra planificada y dirigida por conveniencia común entre bandas contrarias?
Lamentablemente, hay varias razones que nos llevan a mirar de forma pesimista el futuro del Ecuador: la nula institucionalidad que hay en el país; la falta de reacción y firmeza del gobierno frente a la violencia y a los actos vandálicos de junio de 2022, frente a las invasiones y amenazas de todo tipo que están a la vista, sumados a la escasa atención social y solución de problemas básicos de la población como la salud y el abastecimiento de medicamentos, entre otros; la lentitud y vicios de un sistema de justicia que sigue siendo el botín político de todos los corruptos; y, finalmente, la pasividad exasperante, insólita, de la Corte Constitucional que tiene en sus manos los procesos de inconstitucionalidad de las amnistías otorgadas por la Asamblea Nacional a varios de los violentos que siguen amenazando la tranquilidad y estabilidad del país, y también las acciones de protección por violaciones constitucionales a pretexto de justicia indígena de presuntos pueblos ancestrales cuyas demandas, exigencias y oscuras pretensiones, ya vemos por donde van. (O)