Las selecciones de Brasil y Portugal sorprendían hasta que llegó el llanto. Neymar y Cristiano Ronaldo como emblemas del fútbol y del desconsuelo. El fútbol en la intimidad termina siendo un ejercicio espiritual y, por lo tanto, carece de sonidos cuando brotan los sentimientos. Se acaba la fanfarrea, el grito de gol, las vuvuzelas, los cánticos y hasta los insultos. En el vestuario hay un estruendoso silencio. Es tan fuerte que ni siquiera las duchas se atreven a interrumpir.
Luego de terminados los partidos, todos lloran (amos). ¡Es que tenemos sentimientos! Lo que nos ha enseñado un evento como el Mundial de Fútbol es que la vida en general radica en revolver los sentimientos, debemos dejar que se descomponga el lagrimal de vez en cuando y no hay motivo para no llorar sin pudor. Con mocos e hipo, que es la mejor forma de llorar. ¿Cómo puedes llorar por un partido del Mundial? Muy simple: cuando se pierde o cuando se gana. Los sentimientos son pensamientos en conmoción decía Miguel de Unamuno, y llorar es una forma de agitar los sentimientos. Parafraseando a José Bergamín, la emoción del fútbol, para el que lo hace como para el que lo ve, nace de ese pensamiento conmovido.
El llanto, como dijo el gran Julio Cortázar, de quién tomo el título de este artículo, luego de los motivos que lo generan, tiene la característica de venir acompañado de una contracción del rostro, lágrimas en los ojos y mocos. Pero los mocos vienen al final, pues el llanto se acaba el momento en que uno se suena enérgicamente. En el caso de los niños, esto viene acompañado de manga de saco. Y eso es lo que sucede cuando se acaba la pantomima de mantener la compostura, como diría algún político ecuatoriano.
Llorar está de moda y no es un signo de debilidad: Suárez, Moisés Caicedo, los coreanos, los semifinalistas (al momento de escribir esta nota todavía no se juegan estos partidos, pero de seguro hubo llanto) y la lista es larga. Equipos enteros. Países enteros. Mujeres, pero sobre todo hombres mostrando sensibilidad, que es como corresponde. Unos, de tristeza, frustración, impotencia al ser eliminados de la competición. Otros, llorando de alegría por clasificar, meter un gol, por levantar la copa. Todos llorando. El fútbol es ese punto de demencia que nos vuelve locos o niños.
El periodista Fermín Apezteguia escribía que llorar no se corresponde con un signo de debilidad, sino todo lo contrario. El derrame de lágrimas ante una crisis o un momento de ternura y afecto evidencia por parte del que llora una enorme capacidad para ponerse en el lugar del otro, que es lo que se conoce como empatía. Llorar, más aún en público, está mal visto socialmente, especialmente si se trata de hombres. Pero, quien más quien menos, a todo el mundo se le escapa una lágrima en un momento determinado. El llanto no es una manifestación de flaqueza o debilidad, sino más bien una condición humana, una forma de expresar emociones tan distintas como la tristeza y la alegría, el dolor y el placer, consternarse ante la muerte y celebrar la vida.
Al final, es una delicia llorar por el desfogue que produce. Pero evidencia lo que escondemos. Todos lloramos. Sin excepción. Correr con lágrimas en los ojos sin que importe nada más que el lamento (y los motivos que lo producen) es algo que asombrosamente olvidamos con el tiempo. No deberíamos. Y aunque no me refiero a temas que causan tristeza, se vuelve necesario llorar sin causa, sin pudor, por el hecho del triunfo, de besar a un hijo y sentirse orgulloso de que dio su primer paso o le seleccionaron para tocar en la banda de honor del colegio. ¿Se vale llanto con moco y berrinche? ¡Claro que sí!
Normalicemos el llanto. Las lágrimas son tan necesarias para el bienestar del ser humano como el aire para respirar. El lloro está considerado como la mejor terapia contra el estrés, la ansiedad y la angustia. Seguramente las personas resultaríamos mucho menos humanas sino es porque el lloro nos conecta directamente con lo más recóndito de nuestros sentimientos.
Apelamos a lo que nos hace sentir; y, en definitiva, a vivir la vida como un sueño. Los toros, dice Fernando Claramunt, como el fútbol, me han ayudado a comprender que, por la práctica repetida de una conducta irracional y apasionada, descubre uno mejor la distancia entre los sueños y la realidad, haciendo que podamos vivir con intensidad momentos irrepetibles e inolvidables. También hay el llanto por pena porque se termina el Mundial. Pero eso dejamos para otro día.
Por todo esto, ¡lloremos! (O)