La noche del 19 de enero se realizó el debate presidencial. 16 candidatos, 2 franjas de 8 aspirantes, 3 ejes temáticos, 3 horas de duración, 2 moderadores, decenas de radios y televisoras enlazadas, cientos de policías y militares. Una maratón más desabrida que sorprendente. Desvelo de domingo.
El formato demasiado estructurado, repetitivo, tieso y telegráfico. Pedazos inconexos, monólogos superpuestos. Todo dosificado en angustiosos segundos. Dos moderadores para dar la palabra y fiscalizar el reloj. No evitaron desvaríos y no repreguntaron, rol esencial de una moderación.
Los debates presidenciales ya son parte del paisaje político. Se originaron en EU, específicamente en el debate entre Lincoln y Douglas en 1858 (para el Senado). Se posicionan en 1960 con Kennedy vs Nixon. En Ecuador, desde 1978, con el retorno a la democracia, fueron organizados inicialmente por periodistas. Desde el 2020 son regulados oficialmente y obligatorios. El más famoso: Febres Cordero vs Rodrigo Borja; con ofensas y desplantes incluidos.
Los debates buscan objetivos altos: lograr un voto informado. Herramientas de la democracia para que los electores comparen y contrapongan propuestas de los candidatos. Promueven transparencia y acceso a la información.
Acorde con el peso de la emocionalidad, las comparaciones no se realizan tanto sobre contenidos, cuanto sobre personalidad: aplomo, convicción, capacidad de improvisar, simpatía. Creatividad en el lenguaje, gestos y miradas. E incluso presentación física... Así, se califican candidatos como frescos, atrevidos, imaginativos, genuinos, expresivos. O inexpertos, aburridos, nerviosos, histriónicos, prepotentes. Estas imágenes perduran e influyen.
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Resulta prematuro emitir conclusiones ahora (este artículo se escribe el 21). Ya vendrán los estudios sobre el impacto en los electores, incluyendo las redes. Sin embargo, caben señalamientos preliminares. Sabemos que inmediatamente después del debate, empezaron los paneles y entrevistas. La diversidad de opiniones es inmensa.
Dos situaciones destacadas. La primera, que el debate es solo un momento (clave) de toda una estrategia electoral. Hay un antes, un durante y un después relevantes. Y la segunda, que los candidatos saben que significa un riesgo y una oportunidad. Un riesgo, sobre todo para los punteros. Y una oportunidad, sobre todo para los anónimos o desprestigiados. Más aun, cuando la mayoría bordeaba el 1% de intención de voto.
UN PRIMER BOCADO
Los candidatos punteros (Noboa y Luisa) sortearon bien la contienda. Tuvieron sí acusaciones fuertes. A Luisa le persigue la sombra de la corrupción, del socialismo XXI, de Glas y de Correa. A Noboa, la evasión de impuestos, los apagones, la inseguridad y el asesinato de los 4 niños. Noboa se mantuvo con perfil bajo. Luisa más serena que otras ocasiones. Según las primeras opiniones podrían moverse un tanto de sus posiciones iniciales, ceder algunos puntos, pero nada sustancial, hasta ahora. Salieron ilesos.
En el resto, hay muchas diferencias. Sin embargo, no surgió una nítida tercera opción, aspirada por muchos. No existió un episodio ni un actor descollante. Unos 4 o 5 candidatos se enterraron definitivamente. Otros hicieron de la mediocridad y los lugares comunes su bandera, con mejor o peor oratoria. Algunos analistas rescatan el papel de Andrea González por su frescura y frontalidad y, con alguna distancia, de Iza por su nivel crítico y sus posiciones menos "indigenistas".
Las propuestas, simplonas, a pesar de que venían cocinadas. Predominaron los lugares comunes, los lemas (cansones), la lista de ofertas superficiales y sin factibilidad. Más de uno necesitó leer las "pollas" preparadas y alguno otro mostró gráficos invisibles. No faltaron las invocaciones a dios. Resultó indignante la "utilización" de los niños asesinados para ganar puntos.
Tres detalles más. Uno, la mayoría, ignoraba la pregunta (sin moderación que actuara) y recitaba su cantaleta de soluciones mágicas, fundacionales. Dos, el sentido personalista omnipotente; todo yo; nada vale antes que yo. Y tres, la obsesión por no identificarse como políticos, ridículo.
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Algunos temas disminuyeron su sentido de mito y aparecieron más como posibilidades que precisan regulación estricta: rol del sector privado, mano dura, cuidado ambiental, tecnología, minería. Se desempolvó un tema añejo: la descentralización. Y estuvo casi ignorada la economía social y solidaria, la interculturalidad, el agro y las implicaciones internacionales.
Un ejercicio democrático que mostró complejidad y virtudes muy limitadas. Resultó al final, un evento insípido. Le faltó color, audacia, creatividad, disrupción. El debate sigue prendido, en las redes con sus distorsiones y memes, en los medios, en los colectivos, entre los amigos... No hay última palabra. (O)