Todos los días aparece un nuevo candidato. Quién debe liderar y administrar la ciudad es el tema del momento y es tendencia en redes sociales repletas de comentarios, nombres, perfiles y encuestas improvisadas. Pero, ¿no es Quito una ciudad que desde hace tiempo se mantiene en permanente campaña electoral?
Luego de dos años de abandono, corrupción, improvisación y desorden, estrenamos un nuevo alcalde quien de manera accidentada asumió tan maltratada dignidad, respiro e ínterin necesario que por el momento todos debemos apoyar. Es evidente su esfuerzo por restituir el orden y esperamos a futuro su administración sea reconocida como fugaz pero transitoria hacia mejores días para nuestra capital. Sin embargo prácticamente al mismo tiempo arrancó la campaña, y con eso cualquier iniciativa o gestión va acompañada por la critica y el oportunismo político de quienes sienten que tienen la oportunidad de llegar al poder.
Adicionalmente a raíz de la pandemia, el país y Quito particularmente, han sufrido un grave impacto sobre sus indices económicos, de empleo y desarrollo productivo. El gran riesgo como consecuencia de la crisis, es que la ciudad tome rumbos equivocados fomentados por el populismo en medio de un ambiente de desesperanza ciudadana. Es común que ante una situación de recesión, aparezcan personajes que buscan aprovecharse de las circunstancias para capitalizar su liderazgo temporal y cumplir su objetivo político personal. Los asesores y estrategas políticos proliferan y no pierden oportunidad: necesitan que sus clientes se luzcan en cada tuit, cada post, o incluso en algún ridículo tiktok. Construyen un abanico de mensajes a ratos contradictorios, hechos a la medida para cada audiencia.
De esta manera surgen por tiempo limitado nuevos partidos y movimientos sin trayectoria, ideología o lineamientos claros, los cuales carecen de planes de gobierno completos, técnicos o coherentes. Su discurso se basa en la coyuntura y en el corto plazo, y para evitar complicaciones y agradar a todos, se denominan de centro mostrado de manera elegante su tibieza conceptual. Al mismo tiempo y siempre con alguna excusa y justificación, el cambio de camisetas está al orden del día, de esta manera resurgen los eternos candidatos y sus egos, quienes participan a cuanta dignidad y elección se les presenta, ya que esa es su forma de ganarse la vida. Tampoco faltan en la papeleta quienes conscientes de que no serán electos, utilizan su candidatura para completar sus extensos currículums.
Aparecen también nuevos perfiles, muchos de ellos improvisados y con ínfulas de outsiders, que se aprovechan del mal momento para convertirse en los paladines de la justicia y el desarrollo social. Mas aun ahora que en la región se han presentado recetas exitosas para llegar al poder basados en la formación de grupos organizados, y en ocasiones violentos, que irrumpen con fuerza para potenciar la intolerancia como bandera de lucha. Pretenden engañar a los votantes con promesas que supuestamente son derechos sin obligaciones ni costos, pero que mas temprano que tarde todos terminamos pagando.
Por su parte los partidos tradicionales, también en modo político-electoral, en su gran mayoría han perdido su enfoque y lealtad a sus fundamentos ideológicos originales. Han descuidado la renovación de sus lideres y la formación en la militancia de jóvenes con una visión de largo plazo basada en principios y valores éticos, patriotas y democráticos. Buscan también al candidato influencer en redes sociales o a quien sobresga en la farándula local, con la esperanza de que una vez en el poder sea manipulable para continuar tras bambalinas dirigiendo y controlando todo cuanto pueden.
Lo que sí no entra en tela de duda es que Quito debe recuperar el tiempo perdido, y para eso necesita un administrador y no un político. Que tenga carisma y buena tarima pueden ser requisitos necesarios en un país donde el voto es obligatorio, pero definitivamente bastante mas importante es que tenga trayectoria y experiencia, y que cuente con un equipo técnico, honrado y profesional que lo acompañe tanto en su gestión administrativa como en la política dentro del Concejo Metropolitano. Esos equipos no se arman el día en que se gana, se los debe armar incluso previo a la campaña junto a un plan de gobierno responsable.
Quito necesita un líder que tenga un plan y conceptos claros en materia de responsabilidad y desarrollo social, inclusión, sostenibilidad, competitividad, economía violeta y naranja, innovación y de Smart City. Un estadista que tenga una agenda clara de atracción de inversiones con proyectos que incluyan modelos participativos con el sector privado para el desarrollo de obras de infraestructura que generen empleo y mejoren la calidad de vida de todos. Alguien que asegure la provisión con calidad de servicios básicos, otrora fortaleza de la ciudad. Un alcalde con autoridad, pero que esté abierto al dialogo y a escuchar, que sea democrático y que defienda libertades, haciendo respetar al mismo tiempo la integridad, la seguridad y el ornato de la capital. Un quiteño que de verdad ame a su ciudad, que tenga sensibilidad por los más vulnerables, y que devuelva a sus ciudadanos el orgullo y el sentimiento de pertenencia que siempre nos ha caracterizado. A Quito le urge un candidato con visión de largo plazo, que este dispuesto a servirle y no a servirse de ella.
Con un país y una ciudad empobrecida, esperemos encontrar líderes desinteresados que velen por facilitar su reactivación de manera acelerada, sin populismo, demagogia ni promesas vanas, sobre todo ahora que existe una población tan distante a la clase política después de tantos intentos fallidos. El reto no es fácil, pero ciertamente no es para aventureros, vanidosos ni improvisados. (O)
“Inicia la carrera electoral por la Alcaldía de Quito”, ¿en serio?