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Niños aspirando a ingresar a bandas delincuenciales... Tragedia que cuestiona al estado. Y a todos nosotros.

11 Diciembre de 2023 08.48

Diciembre no pasa desapercibido. No es un mes cualquiera. Su signo es la ilusión. Sobre el porvenir, los amores, la familia, el terruño...

A nivel del país, confluyen el fin de un año extraño y la inauguración de un nuevo gobierno…  Lastimosamente, el primer mensaje ha sido demoledor: vivimos el “peor momento del país”. La situación económica crítica -socializada por el Presidente- es profunda, generalizada. No tenemos dinero ni quien se arriesgue a prestarnos. Malos presagios. Las ilusiones de diciembre se fisuran, entibian, posponen. 

En la vereda social, Diciembre tiene rostro y sabor de niños. Ilusiones que crecen, ensanchan el pecho, se desbordan. Deseos infantiles que parecen estar a la vuelta de la esquina porque el ambiente se llena de solidaridad, perdón, generosidad y paz. Tiempo para bendiciones, ruido, luces y regalos.

Infelizmente, también en esta esfera las realidades cotidianas nos abofetean. Como el caso difundido hace pocos días por el Diario La Hora sobre deseos de niños en zonas rurales y urbano marginales de Tungurahua. La noticia ha tenido poco eco. Tal vez para tapar los miserias… Finalmente, es Diciembre. 

Las ilusiones de niños consultados muestran otro país. Los niños creen poder salir adelante solo “con el apoyo” de las organizaciones delincuenciales. Sí, de aquellas que siembran terror, que asaltan, extorsionan, trafican, consumen, asesinan.  Niños sin miedo, aspiran enrolarse en las pandillas como “recaderos” por lo menos, porque obtienen dinero y regalos  y porque “se ganan el respeto” de los demás… “Esos manes tienen plata y presencia, cómo no vamos a querer estar ahí, si ellos nos apoyan en todo lo que queremos”.

La Hora trae también datos sorprendentes. El primero, que la Policía detuvo en 2021 a 1.975 niños y adolescentes. Y que para 2022 la cifra alcanzó a 2.129. En este año, las cosas no mejoran. Hasta junio, se apresaron 1.326. Delitos: tenencia de armas, sicariato, microtráfico, robo. A estas alturas, la detención y la prisión no asustan… se entra y sale con tanta facilidad del sistema judicial…

La situación muestra el país de la calle, de las mayorías anónimas. El que se ignora o se comenta en voz baja. Las explicaciones son múltiples pero hay dos constantes inapelables. La primera, pobreza y marginación como caldo de cultivo. Y la segunda, fisuras violentas de las familias. La vulnerabilidad es eso: precariedad de recursos y vínculos, desigualdad de oportunidades, necesidades no satisfechas, diferencias descalificadas, ausencia de voz y de escuchadores.

Las aspiraciones, escondidas en las ilusiones infantiles, son numerosas, pero simples. Necesidad de refugio, de espacio seguro, de lugares donde ir y respirar y descansar, de sustitutos de familias y afectos. Junto con ello, importancia de ser parte de algo, sentido de pertenencia. Que proporciona fuerza, bienestar, complicidades, identidad. 

Estas búsquedas se expresan en asuntos terrenales: recursos, imposibles de obtener por otros medios. Libertad de movimiento y de decisión. Ascenso y futuro en la escala de la violencia. Y poder, fuerza que para lograr reconocimiento. Poder que inspira respeto y que vence el rechazo. No importa la dureza del trabajo, la peligrosidad de las acciones, la vida en un hilo. Las recompensas son mayores. No hay más imanes en su entorno.

Sobre correctivos, ha circulado más tinta que acción. Se habla de medidas integrales. Los pedazos aportan poco. La caridad, la atención a los síntomas, no transforman vidas. Se precisa intervenciones duraderas en todos los frentes: educación, salud, seguridad, servicios locales de calidad. Y empleo. Siempre empleo. Propicia más que ninguno impacto en las condiciones de vida. Consolida protagonismo de los actores… Menos seres que esperan y mendigan.

Dada la trascendencia de la educación -todos la culpan de los males o le delegan las soluciones- es preciso insistir al menos en 2 políticas. Primero, reinserción de niños a las aulas. Hay demasiados chicos en la calle, trabajando o deambulando. Por inseguridad, abandono, falta de recursos, inutilidad de aprendizajes, otras “tentaciones y ocupaciones”. Ningún niño fuera de la escuela es la consigna del momento.

Y segundo,  trocar la pésima enseñanza por una “buena educación”. No se trata de ampulosas reformas. Contenidos priorizados, metodologías activas, sintonía y respeto con estudiantes, complicidad con las familias y las comunidades. Escuelas con los mejores profesores. Enclavadas en el territorio, latiendo con sus gentes. Elevando la ilusión de estudiar.

La tragedia de los niños de Tungurahua se repite en otras provincias. No podemos virar la cara. O cambiar de canal. (O)

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