Es difícil entender la fascinación que causa el fútbol. Por eso, el fútbol es más que un deporte. En la cancha no hay diferencias: ahí no hay blancos ni negros, ni azules, ni príncipes, ni sapos. Es el único lugar donde no importa si eres correísta o bucaramista, donde no hay pobres ni ricos. Si falta uno para completar el equipo, nos hacemos amigos y hasta el gordito es bueno. Quien no conoce el fútbol no sabe de amor. Quizás eso explica que en el fútbol no todo se explica.
No soy un referente gambeteador: soy muy malo jugando. Soy de los jugadores a los que siempre le escogen al último (lo digo con orgullo), sin embargo, aunque me falte habilidad no me pierdo un partido y siempre que entro dejo todo en la cancha. Lo que importa es jugar. No creo en el talento, pero sí en el trabajo en equipo y si no hay sangre, no hay faul. He descubierto que a un grupo de amigos no le gana nadie, que el fútbol se trata de un juego donde salen a flote las emociones y que nunca se gana con las piernas, sino con el corazón. Eso es el fútbol y es universal. En el barrio o en Catar.
Sin temor a equivocarme, todos los que jugamos nos imaginamos en algún momento de nuestras vidas ser tan buenos que podríamos vestirnos de futbolista y saltar a la cancha con la camiseta de Ecuador. Pisar el césped. Sentir los cánticos. Meter un gol. Levantar la copa. Con un poco de imaginación, la ilusión de jugar hace que nos identifiquemos con nuestra Selección. En nuestra mente nos pensamos calladitos que César Pardo o Pancho Moreno, leyendas del periodismo, narran que a Ortiz le hacen un pase centro y mete goooooool, para ganar la final del Mundial. Por eso el fútbol nos identifica.
El fútbol puede cambiar todo. En un país al que le falta ilusión, la Selección es lo único que nos une. En lo único en lo que estamos de acuerdo es en esta Ilusión Ecuatoriana de Fútbol que nos representa, que nos une en la distancia y nos emociona, para hacernos un poquito mejores personas y algo más felices. Quizás un poco más locos. El fútbol puede sacar lo mejor de uno.
Hay algo mejor que el fútbol: el amor al fútbol. Por eso tenemos la ilusión intacta. Porque sabemos que lo más importante es dejar todo en la cancha y nuestros jugadores van a dejar la vida. Las tristezas se curan con abrazos. Por eso, hemos mandado a nuestros mejores hombres, a los más talentosos y los que tienen los huevos más grandes. Aquellos que tienen el corazón de los campeones y los nervios de acero. A los que nos representan y con los que nos identificamos. Ustedes son los que tienen nuestro futuro en sus piernas. Benditos los momentos que nos regala el fútbol para decir frente al mundo lo glorioso que es ser ecuatoriano.
El Mundial nos ha devuelto la ilusión de sentirnos los mejores por un rato. Nos permite soñar con la gloria y hace que nos olvidemos nuestros más triviales problemas: el dolor del enfermo se alivia, los presos tendrán algo mejor que hacer que matarse en las cárceles, los comerciantes venderán camisetas y banderas en la calle para mejorar las navidades y los niños seguro se ilusionan pensando en ser Enner, Pervis, Galindez, cualquiera, cuando sean grandes. Al acabarse el partido saldrán a patear una pelota con los amigos del barrio pensando en cada uno de los seleccionados, en el que les represente, porque es mejor jugar un partido que ser sicario o drogarse en las esquinas.
A los seleccionados, no se olviden que son la ilusión de un país. Que ustedes tienen el privilegio de representar el orgullo de nosotros los ecuatorianos. En algún momento todos hemos soñado tener el privilegio que ustedes tienen. No se olviden que son nuestro espejo: las gambetas de Plata son con las que resolvemos nuestros problemas, la jerarquía de Hincapié nos ayuda a entender la vida, el talento de Moi o Caicedo es lo que nos ayuda a ser felices cuando con la misma habilidad completamos la olla a fin de mes. De que Sarmiento siempre será pueblo. Y todos son la Selección. En esta estamos juntos. Ahora les toca a ustedes.
Luego de este Mundial, tendré la suerte de decir: “yo vi jugar a esta selección”. Nos llenan de ilusión, nos llenan el corazón, nos dan aliento y coraje para gritar lo glorioso de ser ecuatoriano, porque son más que unos jugadores en una cancha. Luego habrá tiempo de pensar en lo que vendrá. Hoy, solo repetir el primer mandamiento del fútbol: amar a estos colores por sobre todas las cosas.
Gracias por ser nuestra más grande ilusión. La estabilidad emocional de un país está en sus manos. Son ejemplo y delirio de todos. Somos “los primeros los hijos del suelo que, soberbio el Pichincha decora”. Somos todos. Somos Ecuador… y eso nos hace grandes. ¡Que arranque el partido! (O)