Diego Oquendo se retiró del periodismo este viernes. Y también ese día cerró su radio, radio Visión, en Quito y Guayaquil. Ambos acontecimientos muestran que vivimos un cambio de era. No solo que el tiempo pasa, sino que una radio cultural, con la altura, la finura, la calidad de radio Visión no es viable en el mundo actual, tan reguetonero, insulso y mediocre como el que vivimos.
Diego Oquendo es una cifra mayor de nuestro periodismo. Acucioso, tenaz, dedicado como pocos. Consagrado a la comunicación y también a la creación literaria: poeta, cronista, ensayista, ha hecho sobre todo radio, pero también, y muchos años, televisión y prensa escrita.
Precisamente lo conocí en la escrita. Fue en la redacción de El Tiempo. Y de eso ya son 55 años. Allí fuimos compañeros, y nunca más lo seríamos en la misma redacción o el mismo medio, pero me honro en decir que he seguido de cerca su trayectoria, aunque no siempre haya coincidido con sus apreciaciones, cosa por lo demás muy lógica cuando hablamos de este país fraccionado. Las diferencias, por cierto, como diría el propio Oquendo, nunca fueron sustanciales.
Para retomar la anécdota: en 1967, joven estudiante universitario de 22 años, entré a El Tiempo, llamado por Hernán Rodríguez Castelo, y me encontré con un grupo de periodistas jóvenes, casi todos estudiantes de Derecho de la Católica, que, bajo la conducción de tres maestros --Ernesto Albán Gómez, subdirector y los dos jefes de redacción. Miguel Arias Alencastro y Eugenio Aguilar Arévalo-- habían empezado ese nuevo diario en 1965. Allí estaban Patricio Quevedo, Margarita Ponce, Javier Ponce, Benjamín Ortiz, Marco Lara. Y, claro, un joven delgado, nervioso, original, con un humor irónico a flor de piel, mayor que todos ellos, pues culminaba ya la veintena. Era Diego Oquendo Silva. Ya entonces tenía su propia columna, que la firmaba Agente Dos, lo que me hacía mirarle con respeto.
Concluyó sus estudios de derecho, aunque se graduó de abogado décadas después, por dedicarse de lleno al periodismo y la escritura. El diario El Tiempo fue adquirido por Antonio Granda Centeno, quien también compró el precario Canal 4 de HCJB y lo convirtió en Teleamazonas. Fue en ese canal que Diego se volvió figura nacional como presentador y director del noticiario.
En radio Visión empieza Oquendo en los ochenta. Esta emisora, que había sido fundada en 1971, se dedicó en la primera década a música juvenil. Pero en 1983 la empresa amplió su capital y número de socios, compró nuevos equipos, estableció la FM y nombró director a Diego Oquendo (datos de Luis Dávila Loor en el capítulo sobre la radio para el tercer tomo de la Historia Social de la Comunicación en el Ecuador, que aparecerá en unos meses).
Fue la época en que la radiodifusión optó por entrevistadores de fuste, como Gonzalo Rosero, inicialmente de Tarqui y radio Quito, luego de Democracia; Gustavo Herdoíza León, de Tarqui; Miguel Rivadeneira, de radio Quito; Andrés Mendoza Paladines, de Atalaya; Rafael Guerrero, de CRE; Kléber Chica, de Huancavilca; Carlos Armando Romero, de Cristal; Jorge Piedra, de La voz del Tomebamba.
Hago mías las palabras de Luis Dávila: Con su programa Buenos días, Oquendo se convirtió en figura del periodismo de opinión. Su programa fue ganando grandes audiencias y se mantuvo sin decaer. Querido por muchos oyentes, rechazado por otros, desempeñó un papel destacado de ahí en adelante y figuró constantemente como actor frente a cada gobierno de turno. Si a un radiodifusor hay que darle el mérito de haber logrado que la radio se volviera un referente de opinión, cuestión que antes solo había correspondido a la prensa y a la televisión, es a él, a Diego Oquendo Silva.
Lo suscribo, porque así es. Y pronto, de empleado, Oquendo se convirtió en accionista y, finalmente, en propietario de la radio. En ella infundió su personalidad y, una cosa de agradecer, su cultura: nada de chabacanerías, amor por el arte, por el buen decir, la buena música, los libros (¿qué otro programa de opinión ha hablado tanto de los libros como Buenos Días?), tarea en que fue ayudado por sus hijos, sobre todo por Diego Oquendo Sánchez y Michelle Oquendo Sánchez, de cuya vida, logros y travesuras nos fuimos enterando a lo largo de sus años de crecimiento por boca de su propio padre quien, en un estilo único y desenfadado, nos fue narrando a los oyentes las anécdotas de su vida familiar.
Pude estar cerca de Diego cuando la enfermedad y fallecimiento de su primera esposa, doña Aída Sánchez, pues fui Secretario Nacional de Comunicación de un gran amigo de Diego, el doctor Rodrigo Borja Cevallos. No he estado nunca en su casa ni él en la mía, pero somos colegas, que en un momento como aquel pudimos compartir el dolor.
En los primeros años, Oquendo todavía compartió las labores de la radio con el periodismo escrito, y lo hizo en Expreso y El Universo de Guayaquil (en el que mantuvo por muchos años la columna editorial El gallo de la catedral). Y en Hoy de Quito. Pero pronto Visión le exigió más y más y la convirtió en una radio icónica, con sus horarios especializados, a partir de su programa bandera, Buenos Días. Por ejemplo, Encuentro de Diego Oquendo Sánchez, fue un programa para música novísima y de calidad, con invitados siempre muy especiales. Su deriva, en los últimos años, a la entrevista comercial, seguramente impuesta por las dificultades económicas que ya enfrentaba la radio, le hizo perder la frescura y autenticidad de sus inicios (hoy sabemos todo lo que queremos saber y mucho más, de las sillas ergonómicas, de las uvillas y de alguna universidad de provincias). Pero eso no le quita su puesto de un programa modelo de música innovadora y de calidad, sin par en todo el dial.
El propio Diego Oquendo Sánchez tenía desde hace años y, con sobra de conocimientos dada su formación como violinista profesional, el programa de música clásica de mediodía que lo heredó de Sidney Wright, quien, a su vez, lo heredó de Emilio Izquierdo, que tuvo por varios años en Visión su recordado programa Momentos Musicales. Melomanía, lo llamó Diego, e impartió allí por años una suave cátedra sobre los compositores, las épocas, los estilos y los instrumentistas (y hasta los instrumentos) de la música académica. Lo seguía Jazz, que dejó de estar a la noche y tener un conductor, pero que partía de una discoteca pletórica. Y venía a la tarde Desde Mi Visión de Michelle, la señorita Michelle como le llamaba su papá cuando nos contaba sus travesuras de niña. Pues bien, Michelle innovó en las revistas radiales, con espontaneidad y solvencia, con originalidad y gracia. Y lo siguió haciendo incluso cuando se fue a hacer su maestría en España, lo que solo fue posible por el desarrollo de Internet.
Tras varios intentos de replicar Buenos Días con un programa Buenas Tardes, que no acabó de cuajar, o de hacer el reprise íntegro de Buenos Días, que tampoco funcionó, los últimos tiempos el noticiero Notivisión Plus, conducido por un profesional de la valía de Fernando Cajo Cisneros estaba impecable.
Oí a Diego Oquendo Sánchez, contar que como director y gerente de la radio los últimos años, hizo todos los esfuerzos para salvarla. Que puso mucha ilusión en la nueva programación que lanzó en diciembre, incorporando nuevos programas y segmentos. Pero que la pandemia, primero, luego la guerra de Rusia contra Ucrania y, sobre todo, las manifestaciones indígenas de junio, acabaron por hundir el proyecto y hacerlo inviable. Una radio vive de la publicidad, y si esta se cae, como está pasando con los medios tradicionales, porque los avisos huyen hacia el despeñadero de las redes sociales, los medios no pueden subsistir.
Durante la semana pasada, los diferentes conductores de los programas de Radio Visión fueron despidiéndose del aire. Pero lo hicieron con el espíritu de su padre. Aunque confesó que esta decisión me ha costado muchas lágrimas", dio la cara, con pena, sí, pero también con optimismo, porque él y todos tienen nuevos retos y planes.
Con todo, el sábado y el domingo el silencio de la frecuencia de 91.7 FM en Quito (y supongo que de la 107.7 en Guayaquil) fue atronador. Su ausencia de sonido nos decía que ha concluido una época de la radiodifusión nacional.
Por supuesto que deseo la mejor de las suertes a Roberto Omar Machado, conocido periodista deportivo quiteño, y a quien por estas circunstancias de la vida conozco desde que él era un niño, de la estirpe de otro periodista icónico como fue Carlos Efraín Machado.
Con lo que vuelvo al periodista Diego Oquendo, a quien quiero rendir mi homenaje por su larga, pero sobre todo firme, defensa de las libertades cívicas. Fue varias veces perseguido, con amenazas que, en algunos casos se volvieron, reales, habiendo recibido golpizas y prisiones. Por su voz enhiesta y su independencia fue uno de los periodistas agredidos por las dictaduras y los gobiernos autoritarios y, en especial, por los últimos, los de Lucio Gutiérrez y Rafael Correa. Los enfrentamientos entre el gobierno de Gutiérrez y los medios radiofónicos se detallan precisamente en un libro de Oquendo, Una piedra en el zapato (2008). Correa, a su vez, le insultó y descalificó cuantas veces pudo, y tampoco pudo doblegarlo.
El plan inmediato de Diego es concluir sus Memorias. Nos las está anunciando desde hace unos años, pero estoy seguro de que ahora, que ya no tiene la presión de levantarse todos los días a las 5 de la mañana, de intentar hacer el programa con niveles de excelencia, ni estar pendiente hasta la noche de las noticias, tendrá la calma necesaria para redondearlas. Nos las debe. Pero todos sus radioescuchas y sus colegas le debemos, en cambio, el homenaje más sentido a su límpida trayectoria. (O)