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Hay maneras más amables de mover a la reflexión

Daniel Mafla

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Con las elecciones a la vuelta de la esquina, y lejos de ser motivo de orgullo o emoción, más bien un disparador de mi cortisol y de esas náuseas inevitables cada vez que veo a alguno de los candidatos, surgió en mí un cuestionamiento recurrente entre los ecuatorianos. Ese que nace del famoso "No conquistamos el mundo porque no queremos", una frase que, de tanto repetirse, pasó de ser motivadora a convertirse en un meme. Estoy seguro de que hay maneras más amables de movernos a la reflexión en lugar de que te asalten o te maten.

5 Febrero de 2025 13.21

Es curioso cómo funcionamos como sociedad: parece que necesitamos crisis, tragedias o incluso desastres para detenernos y reflexionar. Como si solo el caos tuviera el poder de sacudirnos, de arrancarnos del letargo colectivo en el que tantas veces caemos. Pero ¿de verdad tiene que ser así? ¿Es necesario pasar por tanto para abrir los ojos?

Ecuador, como muchos otros países, es un ejemplo claro de esta contradicción. Un territorio lleno de riqueza natural, ubicado en el centro del mundo, que podría ser un referente global de innovación, energía y progreso. Pero en lugar de ello, nos encontramos atrapados en un ciclo interminable de problemas que parecen más propios de un guion de tragedia que de una nación con potencial ilimitado.

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La cómoda ceguera de lo malo

Hablemos claro: no faltan los motivos para quejarnos. Narcotráfico, cortes de energía, corrupción política, asesinatos, sicariato, intereses ocultos y un pensamiento retrógrado que ha mantenido al pueblo como siervos de sus propias desgracias durante siglos. ¿Cómo no sentirse abrumado cuando parece que todo está diseñado para fallar?

Sin embargo, si nos detenemos a pensar, ¿por qué siempre estamos lamiéndonos las heridas? Cada problema que enfrentamos tiene el potencial de convertirse en una oportunidad. La historia está llena de ejemplos de sociedades que renacieron de sus cenizas. Hiroshima y Nagasaki son nombres que evocan destrucción, pero también resiliencia. Japón no solo se levantó después de la guerra, sino que se transformó en una de las potencias más innovadoras del mundo.

Lo mismo puede decirse de Alemania, que tras devastar ser devastada en la Primera y Segunda Guerra Mundial logró resurgir para convertirse en el corazón económico de Europa. Y eso no ocurrió porque alguien les regalara soluciones mágicas, sino porque enfrentaron sus problemas con decisión, trabajo y una visión compartida del futuro.

¿Y nosotros, qué?

Ahora imagina que esas bombas hubieran caído en Latinoamérica. ¿Habríamos tenido la misma capacidad de reinvención? ¿O nos habríamos quedado atrapados en buscar culpables, en lamentar la desgracia, en esperar a que alguien más nos rescatara? La pregunta no es cómoda, pero es necesaria.

Tenemos una historia rica y diversa, pero también marcada por un plan ancestral de dominación que intentó borrar cualquier vestigio de rebeldía o fuerza colectiva, piénsalo bien y analízalo, demasiadas coincidencias, demasiadas veces que nos ha pasado lo mismo. Sin embargo, algo sobrevive. Lo vemos en los momentos más inesperados: cuando un equipo de fútbol une al país, cuando un atleta rompe récords mundiales, cuando un artista ecuatoriano pone el nombre del país en alto, cuando vemos al Niño Moi taclear y tumbar a un Inglés. En esos momentos, algo se enciende, como un recuerdo profundo de lo que podríamos ser si lo quisiéramos de verdad.

Del caos al cambio

El problema no es solo lo que hemos heredado, sino lo que seguimos permitiendo. Es fácil apuntar con el dedo a los políticos, a las corporaciones, a los vecinos. Pero, ¿y nosotros? ¿Cuándo empezamos a tomar responsabilidad?

No necesitamos esperar al próximo outsider que prometa ser diferente, al político mesiánico que venga a salvarnos o al milagro económico que caiga del cielo. La transformación empieza con cada uno de nosotros.

Es hora de dejar de envidiar la riqueza del vecino y de obsesionarnos con los problemas de otros. En lugar de eso, enfócate en ser productivo, en mejorar tu entorno inmediato. No podemos controlar el pasado ni las acciones de los demás, pero sí podemos decidir qué hacemos con nuestro presente. 

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La Mitad del Mundo, un mundo de posibilidades

Ecuador tiene más que ofrecer que sus problemas. Su ubicación geográfica privilegiada podría convertirlo en un centro mundial de desarrollo científico y energético. Desde aquí podrían lanzarse transbordadores espaciales, aprovechando las ventajas físicas de estar en la línea ecuatorial. Con suficiente inversión en tecnología, podríamos ser líderes en energía solar, transformando la radiación que tanto nos amenaza en un recurso sostenible, la misma radiación que hace que nuestra azúcar sea la más dulce del mundo, el mismo, suelo donde se da el mejor cacao del mundo, el mismo mar del mejor camarón del mundo, así un XXL etcétera.

¿Por qué no soñamos en grande? ¿Por qué no hacemos del "sí se puede" algo más que un eslogan vacío? Los recursos están ahí. La capacidad está ahí. Solo falta que creamos en nosotros mismos y que tomemos las riendas de nuestro destino.

Seremos la No-ruega de Latinoamérica, o No-Ruegues, actúa!

El día que dejemos de buscar culpables y asumamos nuestra responsabilidad, será el día en que las cosas realmente cambien. Nadie va a venir a salvarnos. Pero no necesitamos que lo hagan. Tenemos el poder de transformar cada conflicto, cada calamidad, en una oportunidad.

Deja de esperar milagros. Empieza a trabajar por lo que quieres ver. Ecuador puede ser más que un país de contrastes; puede ser un ejemplo de lo que ocurre cuando una sociedad decide cambiar su narrativa.

Porque sí, hay maneras más amables de movernos a la reflexión. No necesitamos el caos para avanzar. Lo único que necesitamos es creer, de verdad, que somos capaces de construir algo mejor. Y, más importante aún, actuar en consecuencia. (O)

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