Ir al fútbol casi siempre es buena idea y eso lo confirmamos quienes pudimos ir estos días al estadio Atahualpa a ver jugar a la selección Sub17, la nueva alegría que tiene un país golpeado por varios frentes en los últimos meses. Allí estuvimos familias, grupos de amigos, parejas, abuelitos con sus nietos… todos felices y contentos de ver a unos muchachitos con un corazón gigante, unas ganas infinitas y una sonrisa dibujada en cada jugada.
En mi caso fui al estadio con la familia: con mi hijo, mis tíos y primos hicimos un grupo para los partidos contra Brasil y Venezuela. Unos compraron las entradas en línea, otros llevaron algunas golosinas y todos llegamos a tiempo. Adentro empezaron las bromas, las palabras de 'cariño' al árbitro y los gritos de gol. También hubo la ola, las empanadas de morocho, las vaciladas a los policías, los nervios y, sobre todo, esa sensación que se estaba perdiendo: saber que un partido de fútbol puede unir al país y alegrar a miles de personas.
Solo bastaba ver al padre de traje y corbata que llevó a su hijo de 6 años al partido con Brasil. O mirar familias enteras que caminaban por la Seis de diciembre o la Naciones Unidas rumbo a su hogar luego de los partidos. Fue hermoso escuchar las risas de tres pequeños niños que miraban de pie los últimos minutos del partido con la inocencia que solo tienen los más pequeños, viendo al fútbol como lo que es, un juego. También emocionaba abrazarse con la familia o sonreír con desconocidos luego de los goles de esos guambras, casi niños, que estaban en la cancha y emocionaron a todo el país.
Ver a la gente en el palco, en la tribuna, en la preferencia y en la general aplaudiendo a estos muchachos emocionaba a cualquiera. Ni el frío, ni la lluvia apagaron los ánimos y esas buenas vibras nos hicieron olvidar por unos momentos los problemas que enfrentamos todos, los temores que nos persiguen. Así es el fútbol, ese deporte, ese fenómeno social, amado y odiado (lo más importante de lo menos importante, según Jorge Valdano y Arrigo Sachi).
Es que no es lo mismo el hincha de la selección que el de un club. Tristemente es común ver o enterarse de peleas entre los fanáticos de equipos del torneo nacional, pero qué diferente es hinchar por la selección, por el Ecuador. Buscar la camiseta amarilla, alistar las chompas para el frío y caminar hacia el estadio son pequeños y secretos rituales de quienes disfrutamos con la selección ecuatoriana de fútbol.
Las sensaciones con la Sub17 son positivas por donde se las mire, así se haya escapado el campeonato en el último partido. Entonces, por qué no hacer lo mismo en nuestro día a día, en la oficina, en los estudios, con la familia o los vecinos. Seamos hinchas de nuestros negocios, de nuestros trabajos, de nuestros profesores y compañeros. Suena utópico, pero podemos hacer un intento, tal como ocurrió hace ya más de veinte años también movidos por el fútbol y tal como lo han demostrado estos jovencitos en la cancha en estos días. Actuemos como los deportistas y los emprendedores que hacen país, que arriesgan, que quieren ganar y que - tal como la Sub17- contagian alegría.
En resumen, unas pocas noches de fútbol bastaron para mostrar que ese simple juego es sinónimo de alegría, de unión y ahora con unos muchachitos, unos adolescentes maravillosos que pintan para cracks. No quedamos campeones, pero gozamos con los partidos, las gambetas, los lujos y los goles. ¡Gracias guambras! (O)