El ambiente electoral se caldea, aunque algunos candidatos iniciaron su campaña hace rato. Estamos sitiados por múltiples opciones, cuyo número podría ser histórico. Hay de todo como en botica: improvisados y cancheros; novatos y curtidos; locales y nacionales; de partidos políticos e invitados; correístas (o filocorreístas) y no correístas; lenguas largas y pocas palabras, con agenda y sin agenda.
Un arco iris que no refleja el sentir social: no existen 17 propuestas de país en Ecuador. Expresan más bien intereses de colectivos autoproclamados a puerta cerrada. En algunos casos, ni eso: el cacique impone los nombres.
En una primera mirada destacamos tres fenómenos. El primero, la inmadurez, inutilidad y desinterés por dialogar y construir acuerdos. El segundo, la fragilidad de los partidos políticos: una caricatura organizativa sin militancias activas, sin cuadros ni formación, sin vida permanente, sin estructuras nacionales, con bajo conocimiento del país y sin programas (más allá de las declaraciones formales); tiendas o clubes de alquiler. Y el tercer fenómeno, que amerita una reflexión futura: ausencia de líderes de Quito.
En estos días se cierra el plazo para establecer alianzas. Pocas esperanzas de que disminuyan los binomios. Tal vez uno o dos. Ya hubo un primer intento, el de las autollamadas izquierdas, -un engendro que mezcló agua y aceite: populismo, indigenismo, marxismo ortodoxo– bajo la iniciativa de Correa. Algunos valoraron como fracaso, pero es preciso reconocer dos “triunfos” significativos: la no agresión en las campañas y sobre todo, el apoyo en la segunda vuelta al candidato mejor posicionado de la “tendencia”. Si lo vemos bien, esto último puede tener un peso relevante.
Resulta increíble comprobar, que también se exhiben muchos parecidos. Los discursos vacíos se igualan. Expresiones repetidas: “disposición a dialogar con todos; actuación con sentido de país; entierro de intereses particulares”. Y algunos peores y más generales: “hora del desarrollo; de la paz; del progreso; del bienestar; de mejores días para la patria”. Sobre las urgencias (seguridad, empleo, servicios) no pasan del saludo a la bandera.
PERDEDORES PERO NO GILES
En la lista de binomios, más de la mitad no tiene ningún chance de ganar. Son perdedores fijos, incuestionables. Con un agravante: saben que van a perder… La pregunta inmediata que surge es: ¿por qué sabiéndose perdedores insisten en la contienda? ¿Estamos acaso en un escenario de masoquismo irracional masivo? ¿Acaso se participa por amor a la patria y por afán de servicio?. Lo que sabemos es que por torpeza o ingenuidad no es. Algo huele mal…
La experiencia muestra que participar en las Presidenciales trae beneficios, aun perdiendo. Por ejemplo: la sobrevivencia del partido o el acceso a recursos del estado. Pero hay más: mejores condiciones (con presidenciable) para ganar curules; posibilidad de negociación: cargos en el estado o gobiernos locales, acuerdos en la Asamblea, proyectos y contratos. Dos motivaciones adicionales: alimentar egos inflados hasta el absurdo, y posicionar nombres y ganar experiencia para futuras aventuras. Y un motivo político siniestro: dividir la votación a favor de un elegible. En fin, la obsesión por figurar será todo, menos gratuita. Si así ganan perdiendo, ya nos imaginamos lo que ganarían ganando.
Todavía es prematuro aventurar alianzas, tendencias, propuestas, preferencias. Pero está claro que el número de candidatos no significa mejor calidad ni mejor democracia. El asedio a la ciudadanía será feroz. El ataque -mayor que en otras ocasiones- estará en manos de las estrategias publicitarias, su audacia, su ética resbalosa y sus mañas: redes, troles, concentraciones pagadas, animadores e influencers, shows contratados, manipulación de informaciones y encuestas, ofrecimientos, dádivas.
En estas circunstancias -todavía inciertas- resulta casi imposible mantener el optimismo. La galería de candidatos no da la talla, le falta estatura y condumio. Nos toca soportar otra vez una clase política opaca y sospechosa y que parece vivir en otra galaxia. La mediocridad y la codicia (con contadas excepciones) se abren paso para asaltar el poder.
No se avizoran cambios de fondo. Pero no podemos cruzarnos de brazos. La academia, los colegios profesionales, los medios, las organizaciones civiles pueden tener un rol pedagógico importante posicionando propuestas significativas y viables. Al resto, nos queda un esfuerzo enorme: filtrar, seleccionar, comparar, recordar, informarnos. Será más difícil con 17 malabaristas danzándonos en el rostro. Pero no hay otro remedio. No podemos seguir comiendo cuento. (O)