Las ganas de explorar que tiene el ser humano son infinitas. Traspasar fronteras y descubrir lugares es parte de nuestro ADN y no importa que esos territorios o espacios estén en el planeta o fuera de la Tierra. Ya lo dice Yuval Harari en su libro 'Sapiens' que el ser humano explorador ha desempeñado un papel crucial a lo largo de la historia, desde las primeras aventuras como cazadores-recolectores, hasta las recientes expediciones por el océano y el espacio.
Basta hacer un poco de memoria o leer la historia para recordar algunas gestas del ser humano en su afán de conocer y, de algún modo, cruzar umbrales sin saber lo que se pueda encontrar. Un primer ejemplo que me animo a mencionar es la expedición del portugués Federico de Magallanes, quien en la segunda década del siglo XVI recorrió cerca de 72.000 kilómetros en una aventura de tres años que le costó la vida a la mayoría de sus acompañantes, incluido él. Uno de los hitos de esa travesía fue el descubrimiento de un pasaje entre los océanos Pacífico y Atlántico.
Siguiendo con otro ejemplo de una expedición por los océanos del planeta están los viajes de Cristóbal Colón, también en el siglo XVI, que terminaron con el descubrimiento de América. También debo mencionar al italiano Marco Polo y su viaje al Asia, marcado por leyendas, pero también por ese espíritu aventurero del ser humano, que muchas veces no mide riesgos, ni peligros. Ni hablar de Antoine de Saint-Exupéry, el piloto y escritor francés que batalló desde niño para cumplir su sueño de ser un aventurero y que desapareció en el desierto para convertirse en leyenda, no sin antes dejarnos El Principito, esa maravillosa obra de la literatura universal.
Estos míticos personajes y sus viajes descabellados han tenido consecuencias políticas, económicas y científicas. Harari lo detalla de manera impecable en Sapiens, al hablar de una de las tantas expediciones científicas que organizó el imperio británico en sus mejores épocas. Esta ocurrió entre 1768 y 1771 con un recorrido que incluyó varias islas del pacífico, Australia y Nueva Zelanda. Los hitos de esa expedición alcanzaron ciencias como la astronomía, hasta la geografía, pasando por hallazgos en la medicina, en la zoología y la antropología. Uno de los descubrimientos más relevantes llegó con una simple orden que James Cook, marinero y cartógrafo experimentado, dio a sus hombres: antes de desembarcar en lugares desconocidos tenían que comer chucrut, fruta fresca y verduras. Esa simple instrucción fue el remedio para hacerle frente al escorbuto, la enfermedad que cobró miles de vidas de expediciones que cruzaban mares y océanos. Y de paso fue la receta que acompañó a los exploradores y conquistadores en sus excursiones por norte, sur, este y oeste del planeta.
Las aventuras mencionadas muestran que el ser humano ha sido, es y será un explorador empedernido. Para algunos esos viajes son locuras, travesías innecesarias y absurdas, pero para sus protagonistas son una manera de hacer historia, son un camino para pasar a la posteridad dejando un legado.
En los últimos días hemos conocido de dos nuevas travesías o viajes absurdos. Una terminó con un trágico final cuando un submarino privado se sumergía en el océano para 'recorrer' la zona donde yacen los restos del Titanic. Y el segundo viaje que ha llamado la atención de millones de personas en estos días es el que organizó el pasado 29 de junio Virgin Atlantic, en un paseo espacial que duró apenas 90 minutos.
Para algunos son excentricidades, vanidad y ego. Pero leyendo entre líneas uno puede ver que la curiosidad de hoy y de siempre por la exploración sigue intacta. ¿Puede ocurrir una tragedia? Sí, es una probabilidad, pero ni Magallanes, Cook, Colón o cualquier otro aventurero pensaron solo en los riesgos. Explorar el océano, los desiertos, las montañas o el espacio significa ganas de trascender. (O)