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El problema es que la magia, y la violencia que suscita, nunca han resuelto nada. El problema es que los fetichismos son solo eso, y que ni el mundo ni la economía se acomodan a  sus designios, y que al final, la aventura resulta trágica; que cuando el discurso se agota y el mago se va y el tumulto se disipa, quedan ilusiones perdidas, frustración, quiebras, ruina social, corrupción.

17 Junio de 2022 10.33

Hay pueblos que aún viven en el tiempo del fetichismo y  la magia. Hay pueblos que se niegan a enfrentar, con racionalidad y rigor, la verdad de los tiempos que corren. Hay quienes creen que la democracia es sentimiento desbordado, ilusión difusa y aplauso. Hay los que se niegan a admitir que los discursos son vocerío que se lleva el viento. Hay quienes creen que la sociedad y la  economía pueden  domarse con el látigo de la ideología y el fermento del prejuicio. Y que la solución está en la violencia.

El populismo es la expresión política del fetichismo.  El populismo apuesta a la magia. Sus herramientas son la demagogia y la propaganda. El populismo apuesta a fabricar enemigos, ilusionar multitudes y hacer del sentimiento primario la razón de sus gobiernos. Confunde las mentiras con la realidad, y construye imaginarios en que la felicidad está a la vuelta de la esquina, sin más esfuerzo que el voto, sin más rigor que la  asistencia a las marchas y la manipulación de los tumultos. Derrotadas las revoluciones como opción de poder, la izquierda populista ha descubierto  la violencia multitudinaria como alternativa para sus planes.

Las izquierdas latinoamericanas han sido hábiles en manipular la magia política, en transformar el populismo en doctrina e instrumentalizar el  instinto suicida que hace que los pueblos sigan a los redentores como los niños al flautista de Hamelín. Ese instinto, por obra de la gestión de las izquierdas y de los caudillos y caciques, se ha transformado  en ideología, en dogma y en multitud enfurecida, que grita y clama por déspotas cuyas trágicas historias desconoce y  por mitos que no entiende.

El problema es que la magia, y la violencia que suscita, nunca han resuelto nada. El problema es que los fetichismos son solo eso, y que ni el mundo ni la economía se acomodan a  sus designios, y que al final, la aventura resulta trágica; que cuando el discurso se agota y el mago se va y el tumulto se disipa, quedan ilusiones perdidas, frustración, quiebras, ruina social, corrupción.

El fetichismo político está liquidando la democracia; la magia ha convertido el voto en una opción irracional,  al pueblo en clientela,  la política en propaganda,  la ideología en un refugio disparatado que niega la realidad. El fetichismo ha convertido la historia en un cuento que debe reescribirse para uso del caudillo de ocasión.

La verdad cruda y dura es que ni la pobreza, ni la devaluación de las instituciones, ni la corrupción, se remedian con magia, fetichismo y violencia. Se remedian con grandes dosis de realismo que hagan de la democracia una pedagogía, que se atrevan a decir que lo popular no siempre es bueno, que la economía no puede estar al servicio de los demagogos, y que los poderosos, como el pueblo mismo, tienen límites. (O)

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