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"Estoy a favor del derecho de los animales, igual que del derecho de los humanos. Ese es el camino de un ser humano completo". Abraham Lincoln.

30 Septiembre de 2024 15.19

Hasta hace poco tiempo era muy difícil imaginar que la típica familia citadina latinoamericana iba a registrar una mutación considerable, sus miembros empezaron a cumplir roles diferentes o sus componentes- antes numerosos y totalmente dependientes- se decidieron por destinos marcados por decisiones autónomas o definitivamente neutrales y soberanas.

En el caso ecuatoriano, la demografía no solo que reafirmó esa hipótesis sino que mediante datos estadísticos, señaló algunos detalles relevantes:  la migración del campo a la ciudad aumentó, la población creció pero las familias se hicieron más pequeñas, el número de hijos bajó y  los dos padres se dividieron la tarea de "proveedores"  mientras los hijos jóvenes -estudiantes y/o trabajadores-, asumían "que más temprano que tarde" había que salir de la casa familiar para emprender una vida propia o distinta. El síndrome del "nido vacío" se generalizó y tomó una normalidad que pronto se transformó en esperada y natural.

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Así aparecieron entonces familias singulares. Solitarias mujeres o solitarios hombres. Estudiantes, trabajadores o profesionales que, bajo un mismo techo, compartían su día, día. Familias integradas por parejas jóvenes sin hijos, divorciados o separados con y sin cargas o simplemente familias diferentes a la tradicional, donde las representaciones se alternaban, se cambiaban o constantemente se reinventaban. 

El año 2022, dos años después del aparecimiento de la pandemia de COVID, Ecuador realizó su último Censo Poblacional al que por varios aspectos se le consideró particular e innovador, ya que su metodología determinaba entrevistas en línea y presenciales, además se incluyeron inéditas preguntas sobre la fertilidad femenina, la identificación sexual y por primera vez la presencia de mascotas en el seno familiar, entre otras importantes averiguaciones. 

Los resultados del Censo - que deberían servir para orientar la planificación, la política y el desarrollo nacional- arrojaron datos importantes: 16. 938.986 personas viven en el Ecuador, de las cuales un 63.1 % radica en las ciudades y un 36.9 % en la ruralidad. El promedio de edad de los ecuatorianos alcanzó a 29 años, cinco años más que lo tabulado por el Censo anterior (2010).

Al averiguar sobre las mascotas o los llamados "animales de compañía" -caninos y felinos principalmente-  el Censo Poblacional del 2022 determinó que 2.014.575 niños y niñas viven con perros o gatos, siendo su distribución así: 169.491 hogares tienen perros, 34.571 tienen gatos y 73.628 poseen al menos un canino o un felino.

Un total 1.326.537 hogares ecuatorianos con menores de 12 años poseen perros o gatos, 730.435 tienen exclusivamente perros y 146.484 poseen y cuidan uno o más gatos. Importante resulta conocer que solamente el 32,3% de los hogares censados no tienen mascotas.

Las dos ciudades más densamente pobladas del país, Guayaquil con más de 3 millones de habitantes y Quito con una cifra superior a los dos millones de personas, tienen a sus respectivas provincias con los mayores números de perros y gatos, Guayas con 1.609.658 seguida de Pichincha con 1.316.279.

Los datos señalados inobjetablemente nos llevan a afirmar que las mascotas son parte de la familia ecuatoriana, integración que se siente en el crecimiento gradual de un mercado que últimamente ha permitido el aparecimiento de nuevas vetas de negocio y que van desde inusitadas ofertas nutricionales, servicios exequiales novedosos o tratamientos veterinarios altamente sofisticados.

 De simple guardián que dormía en el patio, en la terraza o en el jardín y comía las sobras de sus amos, el perro pasó a ser un animal de compañía, de juegos o de paseos que, con su propia vivienda, su alimentación balanceada, sus vacunas al día, sus periódicas visitas al veterinario y al peluquero, reafirmando su condición de miembro nato de la mayoría de las familias nacionales.

Los felinos - antes utilizados únicamente como animales utilitarios - han ido alcanzado gran aceptación como mascotas. Ya sea por su carácter, sus hábitos conductuales, su apariencia física, o quizás por las facilidades territoriales que brindan su crianza y manejo. Las demandas de los gatos- al igual que los caninos-   van desde la alimentación equilibrada, vacunas, juguetes, espacios propios y desde luego observación frecuente del especialista. El crecimiento de los felinos, como mascotas familiares, ha sido descollante, tal como lo señalan los servicios veterinarios o las ofertas periódicas de las tiendas con nuevas opciones alimenticias o juguetes diseñados para ellos.

Los papeles o roles que las mascotas tenían en el seno hogareño o familiar, también han cambiado. Las tareas de guardianía, de acompañamiento o de deporte se siguen manteniendo, pero es notoria la manera como muchos o muchas personas - jóvenes en su gran mayoría-  han encontrado para convertir a sus peludos compañeros en unos seres amorfos , ridículamente "humanizados", tratando de cubrir vacíos afectivos o simulando una artificial  e inexistente relación filial. Los comportamientos de unos y otros demuestran un rompimiento con la naturaleza tanto de los humanos como de los animales. El perro es perro, el gato es gato y el  humano dueño de una racionalidad única está llamado a actuar en concordancia con esa característica.

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Nuevas estructuras sociales, nuevas maneras de vivir, nuevos datos demográficos, nuevos segmentos de mercado y un mundo de razones para seguir  coherentemente con esos seres a los que se les quiere, respeta y admira como "los mejores amigos del hombre" pero manteniendo las condiciones naturales de cada uno.  (O)

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