Algunas encuestas revelan preocupantes resultados sobre como se sienten los ecuatorianos y cual es su percepción sobre el futuro del país. Más allá de que la inseguridad, la falta de empleo y oportunidades son evidentes, y que son problemas reales y urgentes que afectan a todos, existe un tema de fondo que genera una gran frustración, ira, descontento y pesimismo en nuestra sociedad: la corrupción, la falta de ética y la impunidad.
La impotencia que todos sentimos el ver como el Estado ha sido utilizado por muy pocos para enriquecerse, obtener beneficios personales o para escalar con practicas cuestionables posiciones sociales, produce un rechazo generalizado hacia gobiernos de turno, instituciones, y al servicio público en general. Esto suscita apatía, sobre todo en jóvenes profesionales, a la cosa pública, la cual es fundamental cuando es bien llevada, para el desarrollo de un país.
No se puede desconocer que en medio de este panorama tan desolador, existen excepciones que generan esperanza. Hay también funcionarios públicos que a un costo personal muy alto, han demostrado valentía, transparencia y objetividad para combatir a la corrupción y todas sus secuelas. Esta lucha contra malos funcionarios, y ahora también contra mafias nacionales e internacionales, han generado estos últimos meses algunos resultados alentadores. Sin embargo, esto no puede ser un trabajo individual, sino que debe estar acompañado por todos los poderes del Estado. Si, de manera independiente, pero con un objetivo común enfocado en el desarrollo y bienestar para el país.
Por otro lado, es también un error encasillar a la corrupción únicamente como un abuso en la administración y en el manejo del sector público. Este doloroso trastorno social no es responsabilidad exclusiva ni se le debe atribuir únicamente a gobiernos u organismos de control. Es un problema nacional y así lo debemos asumir todos los ecuatorianos. Se debe tener claro que la corrupción es uno de los principales obstáculos al desarrollo económico y social, por lo que debe existir un acuerdo entre la sociedad civil y el Estado para combatirla.
Porque aunque asumimos que lo normal en las personas es actuar éticamente, en la práctica muchas veces se percibe lo contrario. Incluso se define a la ética como una virtud, cuando debería ser la norma y no algo extraordinario o fuera de lo común. De esta manera, así como estarían de más los reconocimientos a desempeños éticos y transparentes, nunca debe faltar un escarmiento ejemplar y cero tolerancia para quienes carecen de ellos.
Después de todo en el fondo, es lo mismo robar millones que un dólar, o estafar a una sociedad entera que a una persona. Porque la corrupción empieza por lo poco, como lo es la aceptación colectiva de la mal llamada viveza criolla, muchas veces vista como una habilidad o incluso como una virtud. De ahí la enorme importancia de la educación forjada en valores, primero en la familia, después en las escuelas y colegios, y finalmente en el amplio espectro profesional. Retomar la ética y cívica como materias obligatorias, es un buen comienzo.
La empresa y el sector privado tampoco quedan exentos de esta problemática, no solo por aquellas practicas corruptoras que pueden darse hacia el funcionario público; sino también porque tienen responsabilidad en los productos que comercializan, los cuales tienen incidencia y afectación en el desempeño y los valores de la sociedad, para bien o para mal.
Se habla muy poco del impacto y la responsabilidad que tienen la empresa o los medios de comunicación al fomentar y patrocinar programas de esparcimiento que incentivan la violencia o un consumo de determinados productos nocivos para la salud, el medio ambiente o la buena convivencia social. Por ejemplo, se falta a la ética al auspiciar con publicidad programas en la prensa o redes sociales, que denigran a la mujer o a la dignidad humana en general, y que promueven anti-valores que son evidentemente inmorales. El rating o la excusa de que eso es lo que vende no es justificación. Nos están causando un daño.
Por eso, todos debemos combatir con responsabilidad compartida este, que quizás es el problema mas grande que tenemos como país. No podemos quejarnos de falta de ética sino comenzamos nosotros mismos a trabajar en el cuidado sobre nuestro comportamiento diario en la familia, en actividades sociales o en los negocios. Porque la integridad empieza por uno y en lo pequeño, para tener verdaderos resultados y cambios sociales a lo grande. (O)