Una versión de este artículo fue publicada años atrás. Decidimos hacerlo nuevamente -revisado y aumentado- ante la cantinflesca, penosa y repudiable decisión del gobierno mexicano de no invitar al Rey de España a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum como presidente de su país. Al margen de los complejos mentales que esa resolución refleja, exterioriza la profunda ignorancia y mediocridad intelectual de la mandataria, influenciada por su antecesor, prototipo de todo lo negativo que cabe en un político.
Lo hacemos también con ocasión de conmemorar los 532 años del descubrimiento de América, que constituye un acontecimiento mayor en la historia mundial. El arribo de las naves de Cristóbal Colón -dos carabelas y una nao- a la isla caribeña que la bautizó San Salvador (Guanahaní entre los indígenas) el 12 de octubre de 1492, es motivo de celebración. Lo es como el inicio del proceso de fusión de dos mundos para merced de la humanidad. ¡Viva España, viva América!
Sin remontarnos más allá del siglo XV, que marca un punto de inflexión en la historia española, España es referente de un país digno de admiración en bien. El aporte español ha sido positivo en muchos órdenes, en especial para el desarrollo cultural, material y social americano. En el contexto que nos ocupa, es así a la vera de cualquier crítica negativa que pueda hacerse respecto de sus colonias en América. Tal diatriba es, usualmente, producto de consideraciones ideológicas prejuiciadas e irracionales, y de perturbaciones propias en seres incapaces de mirar en forma objetiva las realidades circundantes. También, de intereses en camuflar los fracasos socioeconómicos de países latinoamericanos.
A diferencias de otros conquistadores -con la excepción por cierto de los británicos en América del Norte y alguna otra positiva- España sí que dejó una huella provechosa en sus colonias, de la cual la gran mayoría nos sentimos orgullosos. No es el caso de imperios europeos en África y Asia, que no se identificaron como sí hicieron los ibéricos con nuestra región del mundo. Un ejemplo negativo es Bélgica en el Congo.
Negar la contribución de España a la formación de una "identidad americana propia" es desconocer evidencias históricas indiscutibles. No cabe cuestionar factores y elementos sobre los cuales los americanos hemos concretado una sociedad multi -cultural, racial y nacional- que describe a Iberoamérica con sus particularidades. Entre los yerros en que incurren analistas poco honestos se cuenta a la abstracción que hacen de las circunstancias en que se dio la colonia.
De allí que fue descabellada la insinuación de López Obrador, en 2019, de que España "pida perdón" por la conquista. El requerimiento de tan corrupto personaje es renegar de los componentes de nuestra identidad: cultura, arte, idioma, idiosincrasia, religión y el mestizaje, por mencionar algunos. Todos estos conforman nuestra América, que la forjamos "junto" con España por más de tres siglos. AMLO y Sheinbaum, por cierto, no representan en este orden al pueblo mexicano digno y pensante. Personifican sí a unos estamentos político-ideológicos colmados de traumas, que lastimosamente ostentan el poder en esa nación.
También historiadores osados pretenden endosar a España responsabilidades sobre las profundas inequidades sociales del continente. Particular referencia hacen de la situación indígena. Corresponde a estudiosos juiciosos y a políticos prudentes observar los hechos en su real dimensión. Pueden estar seguros de que los desequilibrios sociales jamás se superarán imputando cargas a quienes no tienen por qué llevarlas. El rol de la ideología deja de ser válido cuando falla el sentido común. Quienes hagan eco de esas argumentaciones fuera de tramas ecuánimes avalan a los descriteriados políticos en cita.
No es el caso de desconocer los ciertos abusos que se dieron durante la colonia hacia el importante y respetable conglomerado humano nativo. Sin embargo, es inadmisible, por absurdo, perder de vista que su situación de miseria actual es -principalmente- producto de la incapacidad de nuestros países para entender las necesidades de la población indígena y reaccionar en consecuencia. Empecinarnos en achacar adeudos a escenarios que se dieron medio milenio atrás es tan irresponsable como no haber emprendido, desde el siglo XIX hasta hoy, en medidas correctivas. De haber Hispanoamérica asumido las deudas sociales para con los pueblos indígenas, estos gozarían ahora del necesario bienestar y de igualdad de oportunidades para su beneficio y de la sociedad en general.
Tenemos una deuda para con los pueblos indígenas, que debe ser saldada. Debemos honrarla en un ambiente de respeto y armonía. Superemos, de lado y lado, ofuscaciones atávicas. (O)