A puertas de cerrar el año, es evidente que el 2024 será, lastimosamente, un nuevo año en rojo para las ventas y bajo cero para el crecimiento económico. Así el 2024, se sumará a la historia de crisis que hemos tenido en los últimos quince años. La pandemia del 2020-2021, la crisis petrolera del 2015-2016 y la crisis financiera internacional del 2008-2009. ¿Crisis? Sí, con PIB por debajo de 0%. Pese a que no contamos con datos oficiales del PIB trimestral (a la fecha solo había datos del PIB hasta junio del 2024), la data de ventas más reciente, así como la tendencia de los componentes del PIB, con el consumo cayendo en forma permanente desde mediados del año 2023, la inversión desplomándose en todo el primer semestre y el gasto e inversión pública estancados, dan cuenta de lo que estamos viviendo al cierre del 2024. Sin duda una crisis de consumo, que se traduce en una caída fuerte de las ventas y la inversión privada.
Gatilladores de la crisis 2024.
A diferencia de otras crisis, en las que el peso recayó tanto en lo fiscal, el sector público, cuanto en el sector real, las empresas privadas (aunque en realidad todo termina recayendo sobre las empresas y las familias, siempre). Esta vez, desde inicios del año 2024 tuvimos un déficit fiscal anual cubierto por dos fuentes: 1) Por los aumentos de impuestos (IVA, ISD, etc), remisión tributaria, los anticipos de pagos de impuestos a la renta, y el impuesto extraordinario al sistema financiero, que en suma representaron poco más de 4500 millones de dólares de ingresos al fisco. 2) Por el acuerdo logrado con el FMI, que significó un desembolso de poco más de 4500 millones en el 2024. Con ese dinero, se cubrieron prácticamente todas las necesidades de financiamiento público (y de hecho queda algo de liquidez para el 2025, tema que comentaré más adelante) ya sea con fuentes de deuda externa o usando la liquidez privada.
Sin duda era necesario financiar y cubrir el déficit fiscal de más de 4000 millones con el que arrancó el año, pero la forma en la que se financió, desencadenó una contracción adicional en el consumo y las ventas privadas y una reducción en la velocidad de colocación de crédito, así como un aumento de costos de producción para las empresas (el aumento del IVA y el ISD no generaron un incremento de precios al consumidor, pero sí un alza importante de precios al productor, que tuvo que ser asumido por las empresas). Justo lo contrario a lo que se necesitaba para reactivar la producción, que había venido perdiendo fuerza desde mediados del año 2023. Pasamos el hueco fiscal, a costa de profundizar la crisis productiva.
Algunos analistas sugieren que la crisis actual se debe solo a los apagones, lo cual no es correcto. Con datos a junio del 2024 podemos ver que la caída en ventas, consumo e inversión eran previas a los apagones que iniciaron en septiembre. Lo que sí es cierto es que sin los apagones, la tendencia de la economía podía llevarnos en la 2da mitad del año a una ligera, muy ligera, recuperación de ventas (en especial por la liquidez adicional que estaba entrando del FMI). Pero entonces dejó de llover, se fue la electricidad en Ecuador hasta por 14 horas al día, quedamos a obscuras, con las industrias semiparalizadas y cualquier esperanza de recuperación económica se esfumó. El espejismo del ligero crecimiento que vimos en ventas en julio, agosto y septiembre, que posiblemente se materialice en un crecimiento del PIB menos malo que en 2do trimestre (cuando cayó en -2,2%), se verá completamente revertido por la caída que tendrán las ventas, la inversión y el PIB en el 4to trimestre.
Si el 1er semestre el gatillador principal de la caída de ventas no fueron los apagones sino el aumento de impuestos, en el 2do semestre los cortes eléctricos fueron los grandes protagonistas. Por ello, si es que se logra finalmente dejarlos atrás, tendremos una recuperación paulatina de la actividad productiva.
Escenarios 2025.
Con el esperado y anticipado fin de los apagones, la primera mitad del 2025 se muestra menos sombría que el 2024 (la segunda mitad resulta más difícil de predecir, con un proceso electoral de por medio). Hay algunos hechos económicos que sustentan esta aseveración y a los que todas las empresas deberían poner ojo.
PIB: Es altamente probable que haya decrecimiento del PIB 2024, pero ligeramente mejor perspectiva al 2025 (en especial por el crecimiento en exportaciones y la recuperación del consumo).
INFLACIÓN: Controlada y baja al cierre del 2024, por debajo del promedio histórico. Un poco más alta en 2025: probable entre 2 y 2,5% (algo de inflación importada, más rebote de consumo). Para las empresas los costos de producción seguirán altos hasta que no se hagan algunas reformas en el ISD y otros impuestos.
CONSUMO: Rebote de crecimiento tan pronto acaben los apagones. Altos ahorros y liquidez acumulada en el sistema financiero serán el motor de crecimiento. No tan fuerte como en la post pandemia, pero se sentirá un alivio a inicios del 2025.
INVERSIÓN: Se mantendrá muy baja, tanto local como extranjera. Salvo proyectos puntuales en minería o telecomunicaciones (renovación de contratos de las telefónicas y concesiones mineras). El riesgo país por encima de 1000 puntos todavía complica inversión extranjera y salida a mercado de bonos.
DEFICIT FISCAL: Los ingresos del 2024 permiten aguantar justo hasta las elecciones del 2025. Después vendrá un ajuste fuerte nuevamente. Posibles nuevos impuestos, revisión de algunas exenciones y, seguramente, una revisión de tarifa eléctrica. Las empresas que pagaron impuestos anticipados van a querer una devolución, pese a que hay algo más de liquidez, no alcanza para todos y se acumularán atrasos en los primeros meses. Para mediados del año 2025, la caja fiscal estará nuevamente al límite.
BANCOS: Las tasas activas irán caminando lentamente a la baja (pero posible aumento de impuestos a la banca alejaría esa disminución). Las tasas pasivas bajarán más rápido pues los bancos tratarán de deshacerse de depósitos "caros" para manejar mejor su alicaída rentabilidad 2024.
EXPORTACIONES: En general hay buenas noticias, las ventas al exterior se recuperan aunque todavía por debajo del crecimiento en 2022 o 2023. USA y Europa lucen bastante bien en su crecimiento y demanda, China tiene un débil crecimiento pero altas oportunidades con el TLC durante el 2025.
Buenas y malas opciones.
Los meses de octubre y noviembre fueron muy duros para todas las industrias. Debido al estado de ánimo de la gente y la fuerte caída en ventas de estos meses, algunos compararon a esta crisis con la del COVID, sin embargo la realidad es diferente. La caída de la economía y las ventas, en promedio, fueron mucho más fuertes y prolongadas por más de un año durante la pandemia. La crisis actual no se parece al COVID y por eso el rebote posterior tampoco será tan fuerte. Si en algo queremos comparar, la crisis actual se parecerá más la crisis del año 2015-2016, pero incluso podría ser más corta que aquella, por razones totalmente diferentes. Ahí hubo una caída muy fuerte del precio del petróleo y una apreciación del dólar que afectó a las exportaciones, ahora tenemos una crisis de consumo y producción interna generada, casi exclusivamente, por causas internas, y por eso para salir más rápido de ella, necesitamos políticas económicas y productivas diferentes.
Por nombrar algunas opciones, que van más allá de lo que se puede recomendar en este artículo, hay que bajar costos de producción a las empresas (reducir el ISD es una buena señal, pero es insuficiente y discrecional), no pensar en subir impuestos a las empresas, reactivar proyectos de inversión pública que están parados, y acelerar los proyectos de inversión privada (muchos que se pararon a raya, por el freno que el mismo gobierno puso a los contratos de inversión), y acelerar los tratados comerciales (el de Corea del Sur por ejemplo, ya 100% negociado, lleva dormido 12 meses).
Entre las opciones, el gobierno debería desechar dos muy malas ideas propuestas por algunos analistas: hacer un default de la deuda para financiar más gasto público (se necesita más gasto de capital, pero no a costa de romper los compromisos internacionales adquiridos y disparar el riesgo país), o volver a poner impuestos al sistema financiero (hay bancos y cooperativas que tendrían que encarecer y restringir sus créditos y la rentabilidad financiera podría llegar a niveles peligrosamente bajos; hay que preservar al sistema financiero sano, para que pueda apoyar a la recuperación de la economía en 2025).
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Planificar el 2025 se volvió un acto de adivinanza y cortoplacismo, que tendrá a las empresas adaptándose mes a mes, más que anticipándose estratégicamente. Resiliencia en momentos de crisis, pero poco enfoque en competitividad y desarrollo. Al menos, si queremos ver el vaso medio lleno, el arranque del 2025 comenzaría con más esperanza (¿y luz?) que el arranque del 2024. Pero la desdicha es que nuestro largo plazo, no va más allá de los próximos seis meses. Después, tendremos que revisar todo nuevamente, ojalá con algo más de certidumbre y largo plazo. (O)