¿Me pregunto, los que ven al Cotopaxi desde Quito, y quienes lo miran desde Latacunga, ven el mismo volcán? Sí y no. Al volcán se lo ve desde horizontes tan distintos, que parecen dos montañas, sin embargo, son dos percepciones centradas en el mismo objeto. Esa es la riqueza no solo del paisaje, sino de la humanidad: la diversidad, el valor de las perspectivas de cada uno, y la tolerancia para admitir que el mundo no es lineal; que la realidad no es blanco y negro; y que en todo hay matices. Se precisa, además, generosidad para entender tema tan obvio, pero tan difícil.
Sí, difícil, porque la tendencia arraigada entre intelectuales y políticos, entre creyentes sometidos a todos los dogmas y entre la gente de a pie, apunta a negar la evidencia de la diversidad, a condenar a “los otros”, a imponer consignas simplificadoras, afirmar verdades absolutas, censurar el derecho a discrepar, y no mirar el volcán desde el otro lado. Y todo ello ocurre bajo el enmascaramiento de la hipocresía, a tono con el discurso falso de la tolerancia y con la mentirosa proclama del debate. La tesis, no exenta de cinismo, es “admitir” los distintos puntos de vista como se oye llover, de modo tal que todos los gatos resulten pardos. La estrategia es hablar de democracia, pero negar los derechos de las minorías, y proclamar la igualdad para inaugurar un sistema sin verdadera libertad.
Uno de los problemas de la perversión de la democracia es pensar que las mayorías –que son simples fórmulas para solucionar el problema de la toma de decisiones-, son la panacea para distinguir lo verdadero de lo falso, lo ético de lo que no lo es. El principal problema es que las mayorías consideran que tienen derecho absoluto a desconocer y objetar sistemáticamente las ideas de los otros, y a afirmarse en la necia postura de las verdades únicas, imponer sus criterios y olvidar que el Cotopaxi puede ser, al mismo tiempo, parte de muchos paisajes y horizonte de otras tantas provincias.
Las mayorías, entendidas como hechos excluyentes, como argumento de negación de los otros, transforman cualquier sistema político en dictadura. El asambleísmo es el peor enemigo de la democracia liberal, porque entre los elementos esenciales del republicanismo están el juego de ideas, el diálogo y el debate racional, es decir, aquello de entender el poder, la sociedad y la cultura, como diversidad; está la tolerancia desde la que se asume que los demás tienen derechos y que las opiniones y las perspectivas desde donde se miran los temas del país, son respetables y deben discutirse. Esa es la actitud liberal que no simplifica el mundo y que entiende que la política no es la imposición de una doctrina, un proyecto o un movimiento. Que no puede ser dictadura de ningún origen.
¿Seremos capaces de entender que el Cotopaxi puede mirarse de muchas formas? (O)