Nací en Loja pero vivo en Quito. El tema de la migración no es nueva para mí ni para la historia de mi provincia. En la obra “El éxodo de Yangana” escrita por Ángel Felicísimo Rojas, se relata la historia de las 160 familias del pueblo de Yangana que deciden huir al Oriente luego del asesinato del 'gamonal' local, una persona extremadamente influyente y cruel que es asesinada. Y por temor a la represalia, inician su viaje sin rumbo. Este es un caso de migración interna que se repite de provincia en provincia, de ciudad en ciudad, de hogar en hogar. Y se divide en dos grandes bloques (sin tomar en cuenta el turismo), para:
1. Encontrar más y mejores oportunidades (fuentes de trabajo y educación).
2. Huir de la violencia (inseguridad).
Y así como existe la migración interna, nuestro país tiene una amplia historia de flujos migratorios hacia el exterior. Las más destacadas ocurrieron en 1960, 1980, 2000 y ahora se vive una cuarta gran ola migratoria, a lo Nostradamus, en flujos de cada 20 años. La primera ola nos llevó a EE.UU., Canadá y Venezuela. En esa época, sacar la residencia legal era lento pero posible. La segunda ola se cuadruplicó con destino a Nueva York debido a la crisis de producción de paja toquilla. La tercera ola se dividió en dos, su etapa inicial tuvo como protagonista a los habitantes de las provincias de Azuay y Cañar, especialmente de la ruralidad, con destino, nuevamente, hacia EE.UU. Mientras que la segunda etapa se centró en España, como consecuencia del mal manejo de las finanzas públicas y la falta de regulación bancaria.
Sin embargo, esta ocasión es diferente. Los problemas económicos siempre habían sido los principales artífices detrás de esta cruda realidad. Pero, en los últimos años, nuestra 'isla de paz' se ha convertido en la versión latina de la 'purga'. Un Estado fallido cuya mala imagen internacional encabeza los titulares de los principales medios de comunicación mundiales. Y es necesario explicar cómo se divide esta violencia. Por un lado se encuentra el crimen organizado, que como su nombre lo explica, tiene una constitución extensa, amplios fondos de capital e influencia global. Las Naciones Unidas estiman que este sector ilegal mueve, cada año, US$ 870.000 millones, equivalente al 1,5 % del Producto Interno Bruto (PIB) mundial.
Y por el otro lado tenemos el crimen común, desorganizado por naturaleza y que pulula en países con poca presencia del Estado y atada a gobiernos débiles. Estos dos espectros viven y conviven todo el tiempo, uno fondea al otro para ejercer influencia y así viven una relación simbiótica con representantes en todo el territorio nacional. En lo que va del año, han ocurrido 4.200 muertes violentas y se estima que al ritmo actual, para finales de este año podríamos alcanzar una tasa de criminalidad de 40 homicidios por 100.000 habitantes, ubicándonos entre los países más violentos del mundo. En fin, esta nueva ola recién está tomando impulso, pero las condiciones migratorias son distintas y cada vez más difíciles. Entonces, ¿es hora de salir de Ecuador? Lamentablemente, este ya es un problema para millones de familias ecuatorianas y un lujo destinado para otros pocos. Un destino que se repite cada dos décadas en nuestro país. (O)