Tengo la impresión, incluso la certeza, de que el Estado no es una entidad funcional, útil, a la sociedad y a las personas; que se ha transformado en un armatoste ineficiente, enredado en sus propias contradicciones, condicionado a intereses de partidos y grupos; lento en la comprensión de los fenómenos que nos apremian, miope frente a las necesidades que genera la vida. La pandemia, la fuerza mayor extraordinaria, y ahora la violencia planetaria que vivimos, agudiza en mí la evidencia, la absoluta convicción, de la caducidad de muchas instituciones públicas y la perversión de las prácticas políticas en que seguimos anclados.
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Enfrentamos nuevas realidades, insospechados procesos sociales y acciones violentas, y lo hacemos con instrumentos arcaicos, con conceptos del siglo XIX, y bajo liderazgos cuyas lógicas operan mirando al retrovisor, y condicionados por intereses cuyo egoísmo rebasa toda prudencia.
La profundidad de las crisis, y el drama que vive la sociedad, plantea necesidad de cambios urgentes. Los problemas de fondo no se remedian con elecciones, ni con proclamas populistas. Estamos en un momento de seriedad extrema, que supera cualquier juego electoral.
I.- ¿Es funcional la Constitución? - La Constitución debería ser la expresión jurídico-política de instituciones, valores, derechos de las personas, y de obligaciones y tareas del Estado. La nuestra, contradictoria, declarativa y demagógica, puesta al servicio de un proyecto promovido por el último populismo, es un farragoso documento que pretende reemplazar a la vitalidad de la sociedad por la aridez y el cálculo de la organización política, a las libertades con concesiones y trámites burocráticos. Las urgencias de la pandemia, y ahora la violencia, han puesto de manifiesto la caducidad de muchas de sus disposiciones, y el grave error de haber confundido la realidad con los deseos de un grupo de dogmáticos.
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II.- ¿Es funcional la Legislatura? - Frente a los apremios que vivimos y al desafío de sustituir las leyes en armonía con las exigencias que imponen la fuerza de las circunstancias, la Asamblea se revela poco imaginativa, lenta, anclada en consideraciones partidistas. Y, lo que es peor, las emergencias desnudaron su escasa representatividad, su falta de empatía con la comunidad, la enorme distancia entre los intereses que se tejen por allí, la retórica y la verdad ¿Es una institución representativa, democrática, o es una oligarquía de partidos de vieja data y de movimientos de novísima vigencia?
III.- ¿Es funcional la Administración Pública? - El drama de los apagones y los problemas de la seguridad social, la violencia, la corrupción manifiesta de los sistemas de contratación, la lentitud de la burocracia, el enorme aparataje ministerial, la insoportable dimensión del gasto corriente y la ausencia casi total de gestión eficiente de las empresas públicas, contrastan con las angustias de la comunidad y con la urgencia de las soluciones que la situación que vivimos demanda. Esa burocracia, enredada en sus propias telarañas, enorme aspiradora de impuestos, tasas y contribuciones, ¿está a la altura de las circunstancias?, ¿se justifica su tamaño?, ¿no será preciso descentralizar, desburocratizar, delegar, privatizar la prestación de servicios, establecer sistemas de responsabilidad ágiles, poner límites a las "potestades legislativas delegadas" que ejercen una infinidad de agencias y oficinas públicas protegidas por un impenetrable blindaje regulatorio?
IV.- ¿Es funcional el sistema judicial? - La funcionalidad de la Administración de Justicia es un tema que hay que examinar con cuidado, porque es, de algún modo, el corazón y la justificación de una república ¿Son operativos los códigos procesales, valió la pena el ensayo de la oralidad que, hasta aquí, es una rara mixtura del sistema escrito a la vieja usanza, audiencias a veces sumarias y precarias y tardanzas en el despacho? ¿Opera el principio de celeridad? ¿Ha encarnado en las judicaturas el derecho ciudadano de acceso a la justicia y de tutela judicial? ¿Suscitan entusiasmo los derechos constitucionales? Me temo que la coyuntura que vivimos ha acentuado el sentimiento de incertidumbre y agobio que genera el sistema judicial. ¿Hay algún proyecto que articule los retos que plantea la coyuntura que vivimos, que, por cierto, alude a todos los poderes del Estado, y entre ellos a la Administración de Justicia?, ¿Hay un proyecto y un afán de entender y atender las demandas de la comunidad, o no hay nada?
V.- ¿Es funcional la legalidad ortodoxa? - La pandemia, jurídicamente entendida como un caso de fuerza mayor extraordinaria y universal, superó varios principios, supuestos, reglas, sistemas contractuales y preceptos constitucionales y legales, en materia laboral, administrativa, tributaria, civil, procesal, penal, etc. La tecnología descolocó al Derecho, extendió prácticas y opciones no previstas en los códigos; la oralidad se quedó corta, los contratos se celebran de otro modo, las obligaciones de cumplen de otra forma, los vínculos jurídicos concluyen por la fuerza de la realidad. Es imperativo, por ejemplo, pensar en otro Código del Trabajo; el de 1938 quedó superado.
Y ahora la violencia ha descolocado a las instituciones y ha desbordado el principio de autoridad, el sentido y la oportunidad de la justicia, ha desbordado la seguridad y ha inaugurado el miedo sistemático.
¿Alguien, desde el Estado, desde las trincheras de la política, ha pensado en la necesidad de enfrentar técnica y objetivamente estos problemas, o están esperando que las soluciones caigan de cielo, o lleguen del infierno?
V.- ¿Es funcional la política? - Todo esto me lleva a pensar si la política es funcional a las necesidades de la sociedad y de la gente. ¿Es funcional a los derechos, opera hacia a la solución legítima y justa de los problemas? ¿Sirve a la comunidad, o es solamente un método para llegar al poder, condicionar al adversario, planificar y ejecutar los proyectos de cada cual, imponer una ideología o un caudillismo?
La violencia y el miedo, la situación de pobreza y la incertidumbre generalizada, merecen que pensemos en una renovación política de fondo, que supere el electoralismo vengativo, calculador y precario, y que trascienda a la demagogia. Que entienda que lo que vivimos es, realmente, el inicio de otra época que deja en soletas a las ideologías, socialismos y "progresismos" incluidos. Que las soluciones no se reducen a un cambio de caras, o al retorno de los viejos dinosaurios, o a la llegada, entre aplausos, de nuevos gendarmes.
El drama y la paradoja están en que, para salir de semejante entrampamiento, tenemos un Estado que solo es funcional a sus intereses, y una política que no supera la mediocridad y la ceguera. (O)