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El cambio comienza con pequeñas acciones, y cada una de nosotras tiene el poder de contribuir a construir una sociedad en la que la violencia, de cualquier tipo, no tenga lugar. Por eso, continuaré avanzando en este proceso, convencida de que es posible transformar la realidad que vivimos.

13 Diciembre de 2024 15.08

La violencia es una realidad que afecta a miles de mujeres, muchas veces silenciada por el miedo, las apariencias y la falta de apoyo efectivo por parte de las instituciones. Hoy, este relato busca poner sobre la mesa un tema urgente: la importancia de no normalizar ningún tipo de agresión y exigir justicia real para las víctimas.

En este contexto, quiero compartir mi historia. He sido víctima de violencia psicológica, lo que me llevó a presentar una denuncia formal ante la Fiscalía de Machala, en la provincia de El Oro. El agresor es un familiar directo de género masculino, quien cruzó los límites del respeto. Es importante recalcar que esta denuncia no tiene ninguna relación con mi madre, mi padre ni con mi hermano, con quienes mantengo una relación maravillosa. Ellos siempre han sido mi apoyo incondicional.

Tomé esta decisión porque creo firmemente que ningún tipo de violencia debe tolerarse, venga de quien venga. No estoy dispuesta a aceptar que se perpetúe el silencio o la complicidad en un tema que afecta profundamente a muchas mujeres en este país, Ecuador.

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La realidad detrás de las palabras

Aunque instituciones como la Fiscalía y el Consejo de la Judicatura han expresado públicamente su compromiso de erradicar la violencia contra las mujeres, en la práctica, los resultados son insuficientes. Estas promesas no se traducen en acciones concretas y, lo que es peor, el sistema tiende a revictimizar a quienes buscan justicia. Esto, a pesar de que la Constitución de la República del Ecuador prohíbe expresamente la revictimización.

Vivimos en una sociedad donde se lanzan campañas impactantes y se hacen discursos motivadores, pero la realidad dentro de las instituciones es otra. Me enfrento a un sistema que, lejos de cumplir con la promesa de protección y justicia, contribuye a la vulneración de derechos y al fortalecimiento de las injusticias. Este caso no solo busca justicia para mí, sino también visibilizar una problemática que exige cambios urgentes y profundos.

Las apariencias engañan

Muchos ven una sonrisa y la asocian con felicidad, pero quiero aclarar algo importante: mi sonrisa no es un reflejo de que todo esté bien. Es mi manera de seguir adelante, a pesar del dolor, la frustración y la indignación que llevo dentro, afrontando todo lo que estoy viviendo. Mi lucha es una mezcla de trabajo diario, valentía y fortaleza. Aunque estoy en un proceso difícil, no puedo detenerme.

No necesito lástima ni comentarios que me hagan sentir más vulnerable. Lo que sí pido es acción: compartan este mensaje, apoyen esta causa, y ayuden a exigir justicia para todas las mujeres que han sido víctimas de violencia. La sociedad necesita entender que estas agresiones están tipificadas como delitos y merecen ser sancionadas con todo el peso de la ley.

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Un llamado a las mujeres

A todas las mujeres que estén viviendo situaciones similares, quiero decirles algo importante: no se callen. El miedo puede ser paralizante, pero alzar la voz es la primera herramienta para detener el abuso. Mi lucha no es solo por mí, sino por todas las mujeres que necesitan un ejemplo para saber que su voz importa.

El cambio comienza con pequeñas acciones, y cada una de nosotras tiene el poder de contribuir a construir una sociedad en la que la violencia, de cualquier tipo, no tenga lugar. Por eso, continuaré avanzando en este proceso, convencida de que es posible transformar la realidad que vivimos.

Juntos podemos exigir que las promesas de justicia se cumplan y que la violencia de género deje de ser una situación ignorada. (O)

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