El pasado mes de julio la UNESCO a través del Informe Global de Monitoreo de la Educación (GEM 2023) recomendó prohibir el uso de celulares en las escuelas puesto que, puede disminuir el rendimiento académico. El informe está compuesto por 433 páginas y evidencias de carácter científico que analizan el impacto de la tecnología y las redes sociales en el aprendizaje de niños, niñas y adolescentes.
Advierte de que, si bien las tecnologías en el aula pueden ser beneficiosas para el aprendizaje de los estudiantes, también pueden tener un impacto perjudicial si se utilizan de forma inadecuada o excesiva, como en el caso de los teléfonos inteligentes.
También indica el informe que "Los datos de evaluaciones internacionales a gran escala, como los proporcionados por el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA), sugieren una relación negativa entre el uso excesivo de las TIC y el rendimiento de los estudiantes",
El principal problema de acuerdo con los expertos es que, el uso de smartphones y computadoras interrumpe la actividad de aprendizaje de los estudiantes. Como respaldo se muestra un meta-análisis que incluyó a niños desde nivel pre escolar hasta nivel superior, provenientes de 14 países, entre las conclusiones se muestra efectos negativos en la relación entre el uso de celulares y los resultados académicos, esto principalmente a que, generan distracción y existe una tendencia a usarlos para actividades fuera del ámbito académico durante las horas de estudio.
Este informe ha generado un cierto debate sobre el uso de la tecnología dentro y fuera de las aulas y ha llevado a considerar que la prohibición es una opción para evitar dificultades en el progreso de los estudiantes, sin embargo, la UNESCO aclaró que no se habla de una prohibición de todo uso de la tecnología, sino que ésta se use cuando apoye el proceso de enseñanza aprendizaje.
La aclaración que realiza la UNESCO, debería llevarnos a una reflexión y análisis más individual y personal sobre cómo manejamos y usamos la tecnología, tanto los maestros en las aulas, como los padres o cuidadores en casa y de esto surgen varias preguntas: ¿cuántas horas permitimos a nuestros hijos el uso de pantallas? ¿en qué espacios les damos los celulares? ¿su uso tiene un fin educativo? ¿hemos normado o regulado el uso de pantallas en el hogar? o simplemente ¿usamos pantallas porque creemos que nos facilita la crianza, calmando el llanto de los niños, evitando que se frustren, acompañándolos mientras queremos que coman algo o evitando que se aburran y generen algún berrinche?
Y en las aulas ¿reemplazamos algo que podría utilizarse en papel, por pantallas sin ninguna evidencia de que esto mejore el aprendizaje?
En definitiva y en opinión muy personal la dificultad no está tanto en las pantallas y tampoco en la tecnología, el problema se centra en la ausencia de normas de utilización de los dispositivos y en el incorrecto uso de este recurso que debería estar al servicio de la educación y no al revés.
Si utilizamos la tecnología, pero ésta no apoya el proceso de aprendizaje, estamos hablando de una innovación vacía, es decir, sin un objetivo pedagógico claro y sin evidencias de que su uso genere impacto positivo.
De esta manera, lo ideal sería propiciar la formación en el uso de tecnología tanto para maestros como padres y cuidadores, regular su uso en el caso sobre todo de jóvenes y emplear recursos que basados en evidencia sean un aporte innovador en las aulas, esto requiere investigación constante de aquello que funciona y apoya el proceso educativo y aquello que como dije es solo innovación vacía.
De esta manera podemos evitar caer en una visión tecnófoba, en un mundo tecnológico donde lo ideal hoy por hoy, es propiciar una buena alfabetización digital. (O)