Forbes Ecuador
perro
Columnistas
Share

Jean Paul Sartre decía: “Mi libertad termina donde empieza la de los demás”. Esta sencilla pero contundente frase refleja uno de los principios elementales de la convivencia humana, fija el límite de las actuaciones de una persona con respecto de los derechos de los demás.

6 Agosto de 2021 11.07

Hay dos cosas que últimamente me perturban y creo que les pasará lo mismo a muchas personas. Empiezo así: Jean Paul Sartre decía: “Mi libertad termina donde empieza la de los demás”. Esta sencilla pero contundente frase refleja uno de los principios elementales de la convivencia humana, fija el límite de las actuaciones de una persona con respecto de los derechos de los demás.

La verdad es que, por lo menos respecto a celulares y perros, el principio se quedó con el filósofo francés. ¿A quién no le ha tocado el imprudente compañero de sala de espera o del avión que cree que tenemos que escuchar la canción de “Bad Bunny” que oye a todo volumen sin importarle si a alguien más siquiera le gusta el cantante; o peor aún, como a mí, le parece simplemente inaudible?

El “pet frendly” por otro lado, también ha traspasado los límites de las libertades. Me ha tocado ya varias veces algún perro que pega el ladrido cuando me llevo el tenedor a la boca o que trastorna la sobremesa, al punto que prefiero irme. No falla aquel animalito que por instinto y no acostumbrado a la nueva “tendencia”, no sepa que sus necesidades no se pueden hacer en el almacén de ropa.

Entonces, poniendo en práctica lo dicho por Sartre, lo lógico sería que se entienda que si bien se puede utilizar el celular con su alto parlante, existe un límite para ello, pues puede haber otra persona que o no le interesa la canción que escucha el joven; el juego que juega el niño; o, el chisme que cuenta la vecina. (Yo soy amante de Los Rolling Stones, pero no se me ocurriría, por elemental respeto, ponerle en la oreja de mi compañero de asiento la canción “Satisfaction”, pues ciertamente sé que es bastante intensa).

Igualmente; y, si bien es cierto que los animales son parte de la familia y son por demás importantes para muchos, se debe comprender que el límite para los lugares amigables con mascotas, es que aquellos que ingresen sean bien educados; o, por lo menos lo sean sus dueños, pues de otro lado hay personas a las que no les gustan las mascotas o no les agrada comer con ellas. Por decir algo.

Entonces viene la importancia de los límites de las libertades de uno con respecto a otro. Veamos, ¿qué pasaría si nadie respetase este principio? ¿Qué tal si cada uno de los doscientos pasajeros de un avión se pusiere a escuchar su música, película, videojuego a todo volumen al mismo tiempo? Pues a más de la contaminación acústica (que supuestamente está regulada), ya nadie comprendería absolutamente nada. Indistintamente de ello y volviendo al punto, es obvio que el derecho del fanático del parlante tiene que terminar donde comienza el derecho del que quiere estar tranquilo y en silencio, así como el derecho del dueño del animalito, que debe terminar donde comienza derecho el huésped de la habitación de al lado que quiere descansar.

Y el tema, entiendo, no sería difícil con un poco de creatividad. Es como el humo que relativamente hace poco no sabía leer y por lo tanto traspasaba los límites de los letreros de “AREA DE FUMADORES”. Entonces se debió regular incluso desde lo público el problema para que se respete a aquellos a los que no nos gustaba contaminarnos, prohibiendo el asunto o limitándolo a lugares específicos.

En este caso como digo será más fácil, pues desde el ámbito de lo privado el tema es mucho más sencillo: “Mascotas sí pero bien comportadas”. “Mascotas sí, pero en los lugares destinados para ello”, etc. “A efectos de no molestar al resto de pasajeros, favor utilizar audífonos con sus aparatos electrónicos”? (sería reconfortante escuchar a los sobrecargos en su rutina de seguridad). 

Ah? y no creo que sea por el contrario, es decir, no creo que a otra persona le disguste mi calma o soledad, como para que me digan que mi derecho termina donde empieza el ruido de otro. Es un tema de simple convivencia.   (O)

10