No soy ni de lejos un experto en arte, quizás sé las mismas cosas que todo el mundo: que la Mona Lisa es de Da Vinci, que Miguel Ángel pintó la Capilla Sixtina o que Picasso es el autor del Guernica. También tengo una especial debilidad por los impresionistas como Manet o Monet, y me conmuevo hasta el tuétano cuando veo una obra de Van Gogh, tanto que cuando finalmente pude conocer en persona la Noche estrellada, se me escaparon unas lágrimas.
Y es que creo que de eso se trata el arte, de que nos conmueva, y por supuesto, no nos puede conmover o gustar lo mismo a todos, en especial cuando hablamos de arte contemporáneo, arte moderno y arte actual, que son las últimas fases que hemos atravesado y que quizás sean las más controversiales.
En su maravilloso libro ¿Qué estás mirando?, en el que hace un fabuloso recorrido por estas etapas artísticas, el experto en arte moderno Will Gompertz narra una anécdota: La prestigiosa Tate Gallery de Londres adquirió en 2002 una obra muy poco común: una fila de personas. No las personas en sí, obviamente, pero sí un trozo de papel en que el artista eslovaco Roman Ondák había escrito instrucciones para contratar un grupo de actores que hicieran esa fila en la que tenían que poner expresiones de expectación, como si estuvieran esperando algo. El objetivo era provocar la atención y la intriga de quienes pasaran por ahí.
Aunque parece divertido, la pregunta es obvia: ¿es eso arte? Pues depende. Para el artista sí que lo era y para quienes acudieron a la galería solo para apreciar la fila de Ondák también, pero claro habría a quienes todo eso les parecería una payasada sin sentido. ¿A Ondák y a la Tate Gallery esa opinión les parecía relevante? Pues claro que no, porque si no el primero no la habría creado y la segunda no la habría comprado.
En estos días se develó un mural pintado por el artista español Okuda San Miguel en una casa de la popular calle 24 de Mayo del Centro Histórico de Quito. La obra es un homenaje a las bordadoras de Llano Grande, representadas en tres mujeres, una de las cuales lleva un sombrero de Pikachu, el icónico personaje del juego y de la serie japonesa Pokemón, con lo cual la polémica estaba servida.
Y es que lo que muchos no quisieron o no pudieron entender es que, si bien el proyecto municipal CAMINarte, ruta a la Libertad se está realizando dentro del marco de la conmemoración del Bicentenario de la Batalla de Pichincha, lo que pretende es la realización de una galería de murales que no necesariamente tengan estos hechos históricos como objeto de las obras. Así, el mural de Okuda San Miguel es sobre las bordadoras, no sobre las fiestas patrias.
Esta obra se enmarca en el street art, o arte callejero, parte de una de las últimas fases del arte actual, según Gompertz, y que consiste en obras provocadoras que generen un fuerte impacto en espectador, del que quizás su representante más reconocido sea Bansky, pero en el que Okuda San Miguel ocupa un papel cada vez más importante, con obras regadas por varias partes del mundo.
¿Pero por qué Pikachu como personaje de la obra? No lo sé, habría que preguntárselo a su autor, al que le gusta jugar con diferentes conceptos en sus obras y que ya ha utilizado antes a este personaje. Quizás sea un homenaje al importante papel que ha jugado la iconografía japonesa dentro del desarrollo del arte actual o a que Pikachu sea en realidad un cuy andino, ¿quién sabe? Pero lo que sí queda claro es que su obra ha generado un impacto en el público y ese es su éxito. Si nos gusta o no, es un tema personal que jamás nos debería llevar por el peligroso camino de intentar censurar algo solo porque no nos agrada o no lo entendemos.
Entre gustos y colores, no discuten los doctores. (O)