Hace pocos días miré una magnífica entrevista realizada hace cerca de seis años por David Letterman al expresidente Barack Obama. El encuentro de estos dos personajes dio como resultado una conversación con pensamientos que no pudieron pasar desapercibidos. Entre los múltiples temas conversados, quedaron en mi mente dos hechos conectados por una profunda reflexión.
Obama habló largamente sobre la lucha por los derechos civiles, el racismo y los cambios presenciados por él desde su infancia, para luego enfocarse en el relato de los eventos acaecidos más de medio siglo atrás en la ciudad de Selma, Alabama, en el llamado Domingo Sangriento. Aquel 7 de marzo de 1965, cerca de 600 personas marcharon desde Selma hasta Montgomery, la capital del estado, en apoyo del derecho al voto, el que a pesar de estar garantizado en la enmienda número 15 de la Constitución de Estados Unidos, era constantemente obstaculizado para los afros estadounidenses. La policía envalentonada por su poder impidió y reprimió aquella marcha con violencia en el cruce del puente Edmund Pettus, dejando heridos e imágenes de terror entre las supuestas fuerzas del orden, perros atacando a los manifestantes, gases lacrimógenos y caos generalizado.
Barack Obama, recuerda a uno de los luchadores, el posteriormente congresista demócrata John Lewis, parte del círculo de Martin Luther King, quien resultó gravemente herido en esas protestas, sin saber en ese momento que aquellos actos tendrían repercusiones fundamentales contra la segregación racial y el empuje político para la posterior aprobación de la Ley de derecho al voto. Respecto de este histórico defensor de los derechos civiles, el expresidente en esta entrevista dijo: En contra de todas las probabilidades él cambió la historia. Y así fue. Probablemente sin la presencia de Lewis en aquel día, muchos hechos posteriores no habrían sucedido, quizá la misma presidencia de Obama cincuenta años después.
Por su parte, el entrevistador se cuestionó a sí mismo, explicando. Yo y mis amigos en abril de 1965 conducíamos a Florida para tomar un crucero para ir a Bahamas porque allá no existía restricción de tomar alcohol a los menores de edad y pasamos toda la semana bebiendo. Letterman se pregunta: ¿por qué no estaba yo en Alabama? ¿por qué no estuve enterado de lo que allá sucedía? Dura y valiente reflexión con la que termina esta genial entrevista y nos deja a los televidentes con nuestras propias cavilaciones sobre la burbuja en que cada uno vivimos a veces desconectados de la realidad. En unos casos por ignorancia, en otros porque nuestros intereses no están más que en nosotros mismos y en algunas circunstancias por el deseo consciente de proteger nuestras propias emociones y pensamientos del dolor que representan las injusticias o actos brutales donde sufren otros seres humanos.
Un ejemplo de ello es lo que ha venido sucediendo después de cien días de la invasión rusa a Ucrania, en la que en las primeras semanas seguíamos atentamente el desarrollo de los terribles acontecimientos, sin embargo, con el paso del tiempo nuestra empatía comienza a disminuir, perdemos el interés o intentamos salvaguardar la salud mental evitando ver y conocer sobre el padecimiento ajeno, especialmente si sentimos que no podemos hacer algo al respecto. Lo cierto es que con frecuencia cambiamos nuestra atención evadiendo la realidad, hacia hechos superfluos que parecen el centro del universo.
Estas inquietudes me rondaban desde hace algún tiempo, cuando un hecho inesperado en un viaje de trabajo a Washington D.C. me tocó profundamente. Almorzábamos con un grupo de colegas en el famoso restaurante el Secreto de Rosita. En un momento dado, con sorpresa recibí la invitación de mis queridos amigos dueños de este fantástico lugar, para acercarme a su mesa y saludar a la embajadora de Ucrania en Estados Unidos que se encontraba presente. En aquel momento me quedé sin palabras, ella representaba a ese pueblo agredido y sufrido. Había tantas cosas que hubiese querido trasmitirle, pero evidentemente no había ni el tiempo ni las circunstancias prudentes para hacerlo. Saludé nerviosamente y regresé a mi mesa para continuar con mi almuerzo. Sin embargo, mi mente daba vueltas sobre aquello de vivir en nuestra propia burbuja, la habituación al sufrimiento de otros, la impotencia de no poder al menos expresar lo que siento. Pasado un tiempo, miré que la embajadora se retiraba con su grupo y me levanté sin saber cómo explicarle que yo, mis seres queridos y muchos más, no habíamos olvidado a los ucranianos, a pesar de que vivamos en nuestros propios y seguros espacios. En esas cuatro paredes, le extendí la mano y solo pude decirle: Estamos con ustedes. Ella tomó mi mano con fuerza y agradeció el gesto con una genuina sonrisa, al mismo tiempo que una profunda tristeza.
Aquel momento lo recuerdo, por más simple que pueda parecer, con intensa franqueza. La frase del expresidente Obama resuena ahora en mi cabeza: En contra de todas las probabilidades él cambio la historia. Poderosas palabras que se aplican ahora a ese pueblo, a sus guerreros y sin duda al presidente Volodímir Zelenski, quien ya modificó la historia para siempre. Se podría escribir una columna semanal sobre aquellos personajes famosos que definitivamente modificaron el destino de sus comunidades, países o del planeta, pero también existen aquellos millones de desconocidos con circunstancias jamás contadas, que con pequeños actos enderezan su camino y él de quienes los rodean cada día.
Si bien no todos podemos salvar al mundo, sí es posible que ayudemos a generar una transformación positiva, siempre y cuando nos atrevamos a salir de nuestros propios encierros. Por pequeño que pueda parecer nuestro empeño, ya sea desde nuestro trabajo, nuestro trato a los demás, a veces solo con recordar a los que necesitan nuestros buenos deseos, o simplemente con la voluntad de no acostumbrarnos al proceder siniestro, podemos causar un efecto. Y si en algún momento creemos que por no ser estos grandes líderes somos impotentes respecto de lo que sucede alrededor nuestro, conviene recordar la frase del Dalai Lama que dice: si crees que eres demasiado pequeño para hacer una diferencia, trata de dormir con un mosquito en la habitación. Tal vez esta pequeña pero profunda reflexión, nos guíe a movernos, a escuchar la canción del momento que estamos viviendo y no nos tengamos que preguntar un día: ¿por qué no supe lo que estaba sucediendo? (O)