En Pecunia non olet. Una novela sobre la corrupción, que acabo de publicar, la protagonista, Bernarda Araya, guapa mujer quiteña de 37 años, cabello castaño y piel ligeramente morena, viaja a un paraíso fiscal en Estados Unidos. No va a Dakota del Sur, aunque estaba entre sus posibilidades junto a Delaware, Wyoming... Ella a donde va es a Nevada, y allí es espléndidamente atendida por los representantes del bufete de abogados panameño Mossack Fonseca, ahora disuelto, para abrir varias cuentas a su nombre y a los de la ministra de Obras Públicas y del coordinador de ese ministerio, en un país que se parece sospechosamente al Ecuador.
La joven, que entra como asistente de dicho coordinador, se va involucrando paulatinamente en la corrupción y este viaje es un salto importante en su estatus en la trama corrupta. Como había vivido en California y tiene asuntos pendientes allá, y además conoce bien Nevada, a cuyos casinos iba a jugar con su exmarido (lo cual lo cuento con algunos sabrosos detalles en el libro), los capitostes del ministerio aprovechan su viaje para encargarle estas no tan turísticas gestiones.
Si esos abogados son tan buenos y pueden abrir cuentas en cualquier país, ¿por qué necesitan que yo viaje?, pregunta Bernarda. No sería indispensable, pero ya que vas, queremos encargarte que agilites el trámite, que te conozcan, que seas nuestro contacto, porque siendo ciudadana estadounidense, podrías viajar en cualquier momento? incluso con efectivo, le contesta muy orondo David Escamilla, el coordinador de marras.
Viaja, hace las gestiones, pero al documentarse, lee en alguna parte lo siguiente: Qué irónico y qué perverso es que Estados Unidos, siempre tan mojigato en su condena a la actuación de los bancos suizos, se haya convertido en un referente del secreto bancario, palabras que, según capta ella, fueron escritas con rencor por un abogado suizo.
La decisión de Estados Unidos de no sumarse a los estándares de la OCDE 'representa un importante factor del crecimiento de nuestro negocio', escribía en cambio el director ejecutivo del Boston Global Capital, Ray Grenier, en un correo electrónico dirigido a los banqueros. Gugleando un poco sobre el tema Bernarda encontró que había quienes opinaban que Estados Unidos es 'el mayor paraíso fiscal del mundo' y que, según datos de la ONU, cada año entran a ese país desde otras naciones al menos 1,6 billones de dólares, con el propósito de ser blanqueados u ocultados al fisco.
La novela ----que permítame, desprevenido lector, se la recomiendo---- tiene mucha acción, suspenso e intriga, pero lo que nunca creí al escribirla entre el año pasado e inicios del presente, es que el presidente Guillermo Lasso apareciera en una revelación periodística por haber movido activos desde 14 compañías en paraísos fiscales a dos fideicomisos en Dakota del Sur, uno de los más despoblados y desconocidos de los estados norteamericanos, cuya única atracción, para los incautos que no sabían de estas movidas, parecía ser esa montaña donde están tallados los rostros de 18 metros de alto de Washington, Jefferson, Lincoln y Roosevelt, el monte Rushmore.
Gracias a su amor por la desregulación, el estado de las cabezotas se volvió muy rápidamente the most profitable place for the mega-wealthy to park their billions, como decía Oliver Bullogh ya no en mi novela sino en un artículo del Guardian hace dos años. En una novela hay que poner lo que es plausible, es decir aquello que el lector lo va a aceptar sin esfuerzo; es crucial que no parezca postizo. Si yo hubiera escrito que un presidente movía fondos desde Panamá a Dakota del Sur habría resultado inconcebible; mis lectores no lo hubieran creído y estarían botado el libro a la basura.
Ese es el reto que al día de hoy tiene Lasso: demostrarle al pueblo ecuatoriano y a los inversionistas nacionales y extranjeros no solo que su plata fue ganada con corrección, que creo que todos lo sabemos, sino que no la ocultaba para evadir al fisco. (O)