Durante años, una parte de la opinión pública ha cuestionado la exportación de bienes primarios del Ecuador por carecer -según sostienen- de cualquier tipo de valor añadido. Lo cierto es que, en un mundo tecnológico con patrones de consumo más consciente como el que vivimos, la verdadera percepción de valor agregado toma distintas formas en las preferencias de los compradores mundiales.
Basta con conversar unos minutos con empresarios exportadores de diferentes productos para darse cuenta cómo han cambiado sus desafíos en la última década en relación a estas nuevas exigencias.
Es común escuchar a los floricultores trabajar en nuevas variedades -colores, formas, resistencia- que demanda mucho conocimiento genético y propiedad intelectual en el país. Son comunes las discusiones entre bananeros, cacaoteros, productores de frutas y vegetales frescos trabajando en esquemas de trazabilidad con tecnología digital, controles satelitales, previsiones meteorológicas o, simplemente, mejora de consistencia en sabor y presentación.
Es interesante conocer cómo industriales acuícolas y pesqueros ecuatorianos lideran iniciativas mundiales de sustentabilidad en captura y producción ambientalmente responsable que no tiene comparación en otras latitudes.
Industriales manufactureros creando día a día una solución a una cambiante necesidad de consumo. La manufactura mundial se ha vuelto tan dinámica que, producir valor agregado industrializado, obliga a inventar y reinventarse.
Todos coinciden en vender al mundo una marca de calidad de punta y sostenibilidad de altos estándares en comunión con el ambiente, los derechos laborales, la equidad de género, la innovación; y que, permanentemente, los mantiene preguntándose, ¿Qué más pueden hacer?
Es decir, destinan más tiempo a diseñar e invertir en cómo generarle más valor al proceso productivo para tomar distancia de productos similares con los que compiten en mercados internacionales y que tienen ventajas para ofrecer menores precios a los compradores.
Desde luego, aún queda mucho por hacer. El país tiene un amplío reto para extender de manera trasversal este espíritu de distinción por la calidad entre los incipientes esfuerzos de pequeñas y medianas empresas.
El objetivo de facilitar el alcance de estos estándares requiere de importantes inversiones. Inculcar la cultura de calidad en todas las exportaciones asegura reconocimiento y recompensas en el comercio internacional pero tiene un costo.
Entonces, debemos preguntarnos ¿Cómo descargamos de costos innecesarios -algunos más visibles, como impuestos indirectos, y otros más ocultos como tramitología- para liberar espacio financiero a nuestras empresas y permitir que puedan invertir en estas mejoras de la producción?
A veces exigimos interminablemente más esfuerzo empresarial para seguir innovando. Sin embargo, no hemos logrado comprender que cada dólar adicional que cargamos a la estructura de costos por malas regulaciones o nuevos tributos es un dólar menos disponible para invertir en tecnología, productividad o mayor capacidad de producción.
La mejor prueba a las ideas que recoge este artículo se puede palpar en la coyuntura que atraviesa la economía mundial en este momento donde los principales centros de consumo, como Estados Unidos o Europa, enfrentan un incremento generalizado de precios que ha mermado la capacidad de consumo de los hogares.
Este conjunto de condiciones empuja a los consumidores a prescindir de productos premium como los que caracterizan nuestra oferta exportable y emprender una imparable búsqueda de menores precios a nivel global, aunque aquello signifique consumir productos de menor calidad de otros países proveedores.
Este no es un buen escenario para el Ecuador porque todo el espacio ganado con calidad a lo largo de estos años se pone en riesgo con la incapacidad de ofrecer precios que permitan competir por la rígida estructura de costos que se ha venido acumulando por años.
Si queremos seguir liderando el ranking mundial con nuestra canasta exportable necesitamos aliviar la carga de la pesada estructura de costos para incentivar más inversiones productivas de las empresas en seguir el camino de la calidad con precios que permitan consolidar nuestra participación como cabeza de serie a nivel mundial en productos de excelencia. (O)