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Emprender en Ecuador: un proceso sin final

Marco Moya

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El emprendedor ecuatoriano no pide privilegios, solo una oportunidad justa para construir su sueño. Pero la esperanza no puede ser el único combustible en una travesía donde el laberinto parece interminable. La verdadera transformación no llegará con parches ni buenas intenciones, sino con un compromiso decidido de romper las cadenas de lo absurdo.

22 Enero de 2025 12.33

Iniciar un negocio en el Ecuador no es solo un desafío; es una travesía que Kafka podría haber transformado en uno de sus relatos más oscuros y absurdos. Los emprendedores, como modernos Josef K., se encuentran atrapados en un laberinto burocrático que desafía la lógica y la razón. La tramitología excesiva y la ineficiencia administrativa convierten el proceso en una odisea interminable, donde cada paso parece una trampa que los hunde más profundamente en el absurdo.

En este contexto, el emprendedor es una figura trágica, atrapada en un sistema que parece diseñado para frustrarlo. Los trámites, lejos de facilitar la formalidad, se presentan como pruebas arbitrarias sin un propósito claro. El Índice Global de Estado de Derecho 2024, que sitúa a Ecuador en el puesto 97 de 142 países, refleja esta realidad con frialdad. Pero los números apenas capturan la experiencia diaria: meses de espera, formularios interminables y gestiones paralizadas por razones inexplicables. El emprendedor se convierte así en un Gregor Samsa moderno, transformado por un sistema que lo vuelve irreconocible incluso para sí mismo.

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La inseguridad jurídica y la inestabilidad política también son fantasmas que acechan su travesía. Cambios abruptos en las reglas, decisiones judiciales inesperadas y amenazas constantes de nuevos impuestos o regulaciones lo colocan en una posición de constante vulnerabilidad. Como Josef K. en El proceso, el emprendedor parece estar acusado, no de un delito, sino de su intención de construir algo nuevo en un entorno que rechaza la iniciativa. Cada día trae un nuevo obstáculo, inesperado y desalentador, que obliga a replantear sus planes.

Las instituciones, impersonales y todopoderosas, actúan como un ente incomprensible e inabordable. Su funcionamiento está lleno de contradicciones: mientras algunas instancias proclaman su apoyo al emprendimiento, otras imponen trabas insalvables. No existe un camino claro, solo un laberinto donde cada giro conduce a un nuevo callejón sin salida. Esta es la verdadera naturaleza de lo "kafkiano": no solo la dificultad, sino la imposibilidad de encontrar sentido en el sufrimiento.

El término "kafkiano" define con precisión la experiencia de hacer negocios en el Ecuador. La burocracia excesiva, la inseguridad jurídica, la infraestructura deficiente y la falta de incentivos forman un entramado que atrapa y aliena a los emprendedores. Cada intento de avanzar es recibido con indiferencia o resistencia, como si el sistema se complaciera en observar su lucha.

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A pesar de todo, algunos sueñan con transformar esta realidad. Proponen mesas de trabajo, digitalización de procesos y la eliminación de requisitos redundantes. Pero ¿tiene sentido plantear soluciones lógicas frente a un sistema que parece deliberadamente irracional? La verdadera transformación, quizá, no está en los procedimientos, sino en un cambio profundo de las políticas públicas que permita liberar al emprendedor del yugo de la incertidumbre.

El emprendedor ecuatoriano no pide privilegios, solo una oportunidad justa para construir su sueño. Pero la esperanza no puede ser el único combustible en una travesía donde el laberinto parece interminable. La verdadera transformación no llegará con parches ni buenas intenciones, sino con un compromiso decidido de romper las cadenas de lo absurdo. El momento de actuar es ahora, porque sin un cambio real, el emprendimiento en Ecuador seguirá siendo una condena más que una posibilidad. (O)

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