La sicóloga social Dannagal Young sostiene que los políticos de izquierda se preocupan menos por los peligros y toleran mejor la ambigüedad, por eso tienden a ser más liberales en temas como la migración, el crimen o la sexualidad. Los políticos de derecha, en cambio, se preocupan por los peligros y prefieren las certezas, por eso son conservadores en temas sociales y culturales. La ventaja de los políticos de derecha es que están siempre alerta, toman decisiones rápida y eficientemente.
Advierte que las diferencias no son fijas e inmutables, que hay conservadores que toleran bien la ambigüedad, así como hay progresistas que controlan los peligros. Sin embargo, es interesante observar las diferencias señaladas y el modo como influyen en las doctrinas y prácticas de la política. En realidad, son dos maneras de ver el mundo. Los que ven el mundo como algo seguro y bueno, toleran la incertidumbre; los que se preocupan por las amenazas, prefieren la seguridad de lo previsible a la exploración o experimentación.
Estas maneras de ser afectan también a las élites políticas y a los medios de comunicación nuevos y tradicionales que utilizan las diferencias para generar miedo y hasta odio. El discurso político y los mensajes de las redes sociales hacen creer a sus seguidores que aquellos que piensan diferente son un peligro y llegan hasta el punto de hacer creer que estarían mejor si el otro bando no existiera, es decir que utilizan las diferencias como arma en defensa de sus intereses políticos, económicos o personales.
Todos hemos advertido las diferencias entre la izquierda y la derecha y hemos visto cómo se contagian entre ellos, con enorme facilidad, las opiniones y juicios respecto de los acontecimientos. Incluso resulta evidente que algunas de las valoraciones se convierten en banderas que definen la identidad y la pertenencia. Cuando los valores se convierten en signo de identidad resulta difícil mudar. Los cambios de camisetas, tan frecuentes en nuestra política, se dan entre partidos o movimientos de la misma tendencia; es más extraño el cambio de la izquierda a derecha o viceversa y cuando eso ocurre suele ser muestra de lo peor de la política, lo más egoísta, puro interés personal que resulta lo contrario de la política, que es interés o preocupación por lo social.
En la política ecuatoriana hemos visto personajes de derecha que se han convertido en líderes de izquierda por conveniencia. El expresidente Rafael Correa era considerado por muchos más de derecha que de izquierda, por su formación, por sus creencias, por su manera de ver el mundo. Ya en la política y más en el gobierno, se arrimó a la izquierda y estableció amistades, intereses, compromisos que le definieron como izquierda.
El presidente Guillermo Lasso puede estar sufriendo un proceso similar, aunque menos pronunciado. Su propuesta electoral era de derecha, principalmente en lo económico, pero también en sus valores religiosos y sus posiciones sobre temas como el divorcio, el aborto o las diferencias sexuales. La primera apertura se produjo cuando anunció que sus principios eran inamovibles, pero que esos principios no se convertirían en políticas de Estado.
En lo económico ha sufrido un distanciamiento del sector empresarial. La reforma tributaria y el incremento salarial delatan ese distanciamiento y el interés por manifestar sensibilidad con propuestas sociales y de izquierda. Impuestos a las empresas y a una élite económica que representa, como ha dicho, el 4% de la población, mientras plantea alguna rebaja al 96% de la población, indican esa variación en el discurso y la propuesta. El incremento salarial, impuesto desde el gobierno, sin considerar inflación, competitividad, población beneficiada o consecuencias en los precios, señala un giro hacia el discurso sindical y de izquierda en la justificación de la medida.
El giro presidencial puede ser sólo instinto de supervivencia política, aunque puede obedecer también a un cálculo más estratégico: una concesión populista, el afán de neutralizar una protesta que presiente está gestándose en amplios sectores de la población, o un genuino cuestionamiento de su propio planteamiento económico que señalaba el crecimiento económico como el mejor mecanismo para mejorar las condiciones de vida de toda la población. A las decisiones señaladas habría que sumar la deliberada decisión de dar largas a la reforma laboral, tan importante para la derecha y tan cuestionable para la izquierda.
El presidente Lasso parece poco reconocible ya para la derecha, aunque no sea todavía confiable para la izquierda. Los que confiaban en una implementación inmediata de la economía de libre mercado, en la desmovilización de la burocracia correísta y el desmontaje de la institucionalidad armada por el populismo de izquierda, ya no son capaces de apostar nada. La ambigüedad que ven en el presidente Lasso atribuyen a su compañera de gobierno, la democracia popular, que siempre generó recelos. Algunos están colaborando abiertamente, otros están entre bambalinas, pero el gobierno tiene los síntomas, los ademanes y las tácticas de la democracia popular.
La sicóloga social Dannagal G. Young se hace una pregunta que bien podríamos plantearnos también los ecuatorianos a la vista de lo que estamos viviendo. Ella se pregunta si las diferencias de izquierda y derecha son realmente el peligro: “¿Y si el peligro real está en las élites políticas y mediáticas que intentan hacernos pensar que estaríamos mejor sin el otro bando y quienes usan las divisiones para su propio beneficio personal, financiero y económico?”
Equivale a decir que el bienestar de los ciudadanos estaría mejor asegurado si nuestra política recogiera de la izquierda la apertura y la flexibilidad para hacer frente a la incertidumbre y explorar nuevos caminos hacia la innovación, la creatividad, el descubrimiento científico. Y de la derecha recogiera esas inclinaciones conservadoras hacia la vigilancia, la seguridad y la tradición que nos garantizan protección y estabilidad como las Fuerzas Armadas o el sistema bancario. (O)