Como sabemos, las campañas electorales atacan con precisión quirúrgica las emociones. Y entre ellas, el miedo es la preferida. Miedo que no es más que una respuesta automática del cerebro que se activa cuando percibe amenazas, reales o imaginarias. Esta emoción, como la alegría o la tristeza, la ira o el asco, puede manifestarse de forma física, sicológica, conductual. No se queda inmóvil: influye en los comportamientos, en las valoraciones.
Esto lo saben y dominan los estrategas de las campañas electorales. Por eso ponen en segundo plano los argumentos, la lógica, la historia, el sentido común. Saben que el miedo -emoción básica y primaria- es palanca movilizadora: genera adhesiones, tuerce posturas, inclina preferencias.
En la actual coyuntura, distinguimos al menos 3 miedos que pugnan por instalarse.
El miedo al NARCO es uno de los mensajes más fuertes de las últimas semanas. Aunque ha estado presente desde hace tiempo, esta vez su accionar ha sido denunciado por el propio Presidente: amenazas a votantes para asegurar su elección, conexiones de un partido con un líder de Los Lobos, aumento de violencia para amedrentar y generar caos.
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A partir de este detonante, el miedo se extiende. El narco aparece como nuevo actor en las elecciones. Se adivinan las consecuencias si gana terreno: infiltración en altas esferas del gobierno, en las instituciones, en la fuerza pública, en el aparato judicial. Poder que supura violencia y se propaga bajo la forma de extorsiones, secuestros, minería ilegal, asaltos, ajuste de cuentas, sicariato.
Mucho más en la actualidad, en que el mercado de la droga se redefine sobre todo por la irrupción del fentanilo y las nuevas o disidentes pandillas. El narcoestado en su esplendor. El narco colado en nuestras vidas y a nuestras puertas. Minúsculos grupos privilegiados (narcos y aliados); poblaciones excluidas, dependientes, aterrorizados. Una democracia por fachada.
Un segundo miedo identificado es el miedo al Autoritarismo que se expande y profundiza. Sus insignias son el control de los medios y la información (un líder correísta metió la pata al adelantar una propuesta al respecto) y los asedios a la libertad de expresión en todas las esferas de la vida.
Lo más tenebroso, sin embargo, llega con la imposición del pensamiento único. Venezuela y Nicaragua son los ejemplos más dolorosos. Versión única y excluyente del mundo y de la vida, de los problemas y las soluciones, de la moral y los principios, de la cultura. Y una exaltación hasta lo grotesco de los nuevos líderes: héroes irrefutables, libertadores y refundadores de países.
La dolarización solo se fue a volver...
Un tercer miedo en crecimiento refiere a un posible Descalabro del sistema financiero y económico. Los inventos y novelerías planteadas últimamente elevan el riesgo de un desajuste. Se levantan promesas con ligereza: romper con el FMI, suprimir o posponer pagos, utilizar parte de las reservas internacionales, endeudarse con otros prestamistas, bajar impuestos, subir subsidios. Medidas presentadas sin sustentos suficientes, sin condiciones de sostenibilidad, sin alternativas, sin previsión de impactos.
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Nadie a estas alturas promueve de frente la desdolarización. Hacerlo sería un suicidio. Incluso el correísmo que ha apretado 15 años por desdolarizar la economía (Correa, Arauz, Borja...), propugna ahora incluir al dólar como moneda oficial en la Constitución. Las intenciones electorales, sin embargo, no disipan los peligros de monedas paralelas o monedas virtuales. No es necesario plantear la desdolarización de entrada; con crear las condiciones para que ello pueda suceder, puede ser bastante.
Los miedos señalados no son los únicos (inseguridad desbordante, estatismo, polarización extrema...) pero vale la pena visibilizarlos para no engañarnos ni dejarnos engañar. Es preciso un gran esfuerzo para distinguir si los miedos señalados son solo suposiciones o revelan certezas, peligros reales. Solo así podremos votar con conciencia y autonomía, rechazando la manipulación de nuestras emociones.
Hay que destacar que no todo en el miedo es negativo. Al contrario, el miedo funciona como alarma, como mecanismo de defensa. Nos pone en alerta para cuidarnos, para reaccionar a tiempo ante los riesgos. El miedo no es el problema, es la advertencia frente al problema. Nos avisa, nos previene, nos alista.
Las campañas electoreras no van a cambiar. Somos los ciudadanos los que tenemos que inventar nuevos sentidos frente al voto. Finalmente, se trata de sufragar con conocimiento de causa y con seguridad, con libertad y esperanza. (O)