Los héroes de verdad no tienen capas ni poderes sobrehumanos o extraordinarios, no se envanecen con sus obras ni aparecen en los carteles mostrando su rostro remarcado con sonrisas ladinas, no se roban el dinero de los más necesitados, no persiguen las cámaras ni se exhiben en los medios de comunicación, no buscan la aprobación de nadie, pues no la necesitan. Los héroes de verdad son discretos, humildes, silenciosos.
El Ecuador es un país al que ciertamente no le sobran héroes. Los que tenemos por tales, que surgieron en los tiempos del colonialismo y la independencia, se han ganado su espacio en la historia por su valor, por su coraje, por la tenacidad y el sacrificio que representó para esta república y para todas las repúblicas latinoamericanas, el proceso de secesión de las naciones europeas. Aquellos eran los tiempos de esos hombres y mujeres que entregaron sus vidas en los campos de batalla y en las calles de nuestras ciudades por las causas libertarias. Pero desde entonces, desde la formación de la República del Ecuador en mayo de 1830, los héroes de verdad son tan escasos que cuesta mucho reconocerlos o identificarlos, y, por supuesto, no entran en la categoría de héroes ni los caudillos ni los déspotas ni los asesinos ni los curuchupas ni los montoneros, ni los ebrios ni los drogradictos ni los ladrones ni los cohechados ni los cohechadores, ni los redentores ni los avivatos ni los multimillonarios ni los tiranos de ninguna laya o tienda o ideología…
Manuel Antonio Muñoz Borrero (Cuenca, 1891 - México, 1976), es el verdadero héroe que tuvo el Ecuador en el siglo XX. Por desgracia, es todavía un héroe desconocido para buena parte de los ecuatorianos que no saben quién fue y qué hizo este diplomático cuencano entre 1939 y 1945, durante la Segunda Guerra Mundial. Pero como toda historia tiene sus distintas ópticas, por fortuna para nosotros y para quienes sí lo conocen, Muñoz Borrero es un héroe reconocido en todo el mundo, en especial por la comunidad judía que valora y agradece cada día el hecho de que haya salvado la vida de cientos de personas, quizás algo más de mil doscientas, emitiendo pasaportes ecuatorianos falsos para que estas pudieran escapar de los campos de concentración nazis.
La hazaña de Manuel Antonio Muñoz Borrero empezó en Suecia en 1935, cuando el gobierno ecuatoriano de entonces lo nombró cónsul en Estocolmo. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Suecia mantenía intactas sus simpatías por la causa alemana, a pesar de que mostraba al mundo una posición de neutralidad frente al conflicto. La realidad, casa adentro, era que buena parte de la economía sueca dependía de los minerales que vendía a Alemania.
Muñoz Borrero, un hombre cauto, culto y circunspecto de notable inteligencia y don de gentes, hizo amistad con el rabino de Estocolmo Israel Jacobson, quien lo persuadió desde el inicio del conflicto, de que le ayudara a entregar pasaportes ecuatorianos a los judíos (declarados apátridas por las leyes de Nuremberg de 1935), para poder escapar de Europa bajo la nacionalidad supuesta de un país neutral como el Ecuador.
En 1941, Muñoz Borrero emitió más de un centenar de pasaportes en blanco para ayudar a salvar un grupo de judíos de origen polaco que debían ser transportados en barco hacia América. El descubrimiento de los pasaportes por algún entuerto diplomático frustró el viaje de los judíos que murieron más tarde en los campos de exterminio nazi, y también ocasionó la destitución de Muñoz Borrero del cargo de cónsul honorario del Ecuador por parte del gobierno de Carlos Alberto Arroyo del Río.
Sin embargo la historia no acaba allí, pues el diplomático cesado al no tener un reemplazo nombrado por su país, ni recibir ninguna orden del gobierno sueco para separarse oficialmente de su cargo, mantuvo su despacho y siguió expidiendo pasaportes ecuatorianos a quienes los necesitaban. Así, entre 1942 y 1945, el depuesto cónsul extendió pasaportes (falsos evidentemente) a varios grupos de judíos, especialmente de origen polaco, alemán y holandés.
Se calcula que cientos de familias de judíos que recibieron pasaportes ecuatorianos emitidos por Muñoz Borrero, salvaron su vida. Por esta razón, en el año 2011, el Museo del Holocausto de Jerusalén, Yad Vashem, incluyó en la lista de Justo entre las Naciones, el reconocimiento más alto del Estado de Israel, al ex cónsul del Ecuador en Estocolmo.
Después de la guerra Muñoz Borrero no fue restituido a su cargo. Permaneció en Suecia hasta inicios de los años sesenta. Vivió con escasas posesiones materiales, con la ropa siempre raída pero con una buena colección de discos y una biblioteca respetable. Murió en México en 1976 sin haber compartido con nadie el secreto de sus actos heroicos.
En 1961, durante el juicio del criminal nazi Adolf Eichmann en Jersusalén, se presentó el testimonio de la señora Charlotte Salzberger quien exhibió ante el jurado un pasaporte ecuatoriano que se le había concedido a ella y a su familia durante la guerra. El pasaporte lo firmaba el doctor Manuel Antonio Muñoz Borrero, cónsul del Ecuador. Sin embargo, transcurrieron todavía muchos años más hasta enero del 2005 para que dos historiadores judíos, Efraim Zadoff y Seth Jacobson, investigaran los hechos acontecidos entre 1939 y 1945 con la entrega de pasaportes ecuatorianos que sirvieron para salvar la vida de centenares de personas durante la guerra.
En el año 2018, el Ministerio de Relaciones Exteriores del Ecuador, póstumamente, restituyó el cargo de Cónsul del Ecuador en Estocolmo a Manuel Antonio Muñoz Borrero.
Hace pocos días, el 7 de marzo de 2023, el gobierno del Ecuador entregó la condecoración póstuma de la Orden Nacional Honorato Vásquez en el grado de Gran Cruz, a Manuel Antonio Muñoz Borrero, por su destacada e incansable labor como diplomático ecuatoriano durante la Segunda Guerra Mundial, al servicio de la causa de salvación de cientos de seres humanos.
Manuel Antonio Muñoz Borrero, ese hombre silencioso, discreto, humilde, valiente, sacrificado, inteligente, humano y solidario, es el verdadero héroe del Ecuador. (O)