Ahora que se acaba el año descubro que cada vez tenemos menos tiempo. El cambio de año es simbólico y siempre sacude. Siempre ha sido así. Por eso hemos encontrado, sin darnos cuenta, en esta fecha un momento para la renovación, los ajustes, los ofrecimientos, aunque no los vayamos a cumplir. Hacemos promesas, porque se cierra un ciclo y empieza uno nuevo: nunca más voy a tomar, voy a dejar de fumar o promesas extravagantes como la que hizo Jero Freixas (@jerofreixas) de no tener sexo durante seis meses (aunque tenía buenos motivos). En definitiva, el fin de año es un homenaje al paso del tiempo.
Seguramente por eso es la fiesta más universal del planeta, un lugar común, quizás el único, de casi todos los habitantes de este planeta, siendo la constatación más cruda que tiene el ser humano de que el tiempo camina sin detenerse. El reloj solo marca las horas, pero el fin de año es un riguroso momento en el que el tiempo nos dice que en ninguna circunstancia se va a detener. Por eso, aunque es un día más en el calendario, es un año menos en esta cuenta regresiva que se llama vida. Por eso el tiempo, ahora que lo pienso, es lo más valioso que tenemos.
Si, el tiempo es escaso y debemos aprender a valorarlo. No regresa y no hace falta una enfermedad terminal para darnos cuenta. Ahora que todo es tan rápido y las cosas son inmediatas, las redes sociales nos abruman, las comunicaciones nos acercan, creemos que nos sobra tiempo porque todo es a ritmo de Tik Tok. Pero el tiempo pasa sin darnos cuenta. De repente, sin enterarnos estamos en el último año de colegio, el viaje que esperábamos con ilusión es tan solo un recuerdo, descubres que el primer amor fue hace tan solo 29 años, que hasta hace poco le enseñabas a construir castillos de arena a tu hijo que ahora lleva un maletín para ir a su oficina y que las canciones que escuchabas, ahora son parte del catálogo del baúl de los recuerdos.
No nos damos cuenta de que el tiempo pasa porque tenemos la costumbre de vernos todos los días en el espejo y nos encontramos con la misma cara que hemos visto toda la vida y parece la misma, aunque no lo sea. Sobre todo, los cuarentones, que son una especie frágil, creemos que todavía tenemos la fuerza de la juventud, pero al jugar un partido de fútbol entendemos a golpe de lesiones, que es mejor dedicarse a tomar una cerveza, porque en el bar la vida es más sabrosa. Hasta ahora, yo no he visto a nadie lesionarse en la barra de un bar. Los 40´s son los nuevos 30, pero con panza, calvicie y decadencia. Rafael Lugo decía, fiel a su estilo, que cuarenta y veinte cantaba el Príncipe de la canción José José, en 1992. Y recuerdo esa sensación morbosa de imaginar a un viejo sucio barrigón seduciendo con sus millones a una guapa e ingenua señorita que bien podría ser mi compañera de aula. Dos décadas después soy ese viejo barrigón, pero sin los millones. Por eso, volviendo al tema, el tiempo es lo más valioso que nos queda. Los que no lo son, algún día llegarán a los 40. Y los que ya llegaron, empezarán una segunda vuelta porque entenderán que es más el tiempo vivido, que el que nos queda por vivir.
Por eso hay que aprovechar el tiempo que nos queda. Hay que dejar de perder el tiempo en reuniones infructuosas, en discusiones estériles, en querer imponer lo que pensamos a la humanidad, en tener la razón en vez de buscar la paz. El tiempo es escaso para soportar a personas absurdas que no aportan y perderlo con gente que no es gente.
Tenemos dos vidas. Y la segunda comienza, cuando te das cuenta de que solo tienes una. Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena. Ahora que llega el siguiente año y que el tiempo es lo más importante, hagamos que sea un 2023 que trascienda.
Está en nosotros hacer que quede bien gravado, como el año en que nacimos o los años en los que Argentina ganó un mundial. Siempre nos acordamos. Que el año venga sin prisas, que lo importante supere a lo urgente y demos valor al tiempo, que cada vez se vuelve escaso.
Para terminar el año (y este texto), lo único que puedo hacer es desearles, estimados lectores, que les asalten amaneceres, que bailen estrellas no tan fugaces, que les brinden un toro, que tengan miel en sus lunas, que les levanten la falda. La vida no tiene cura, ni receta, ni manual y es corta. Por eso, como propósito para el 2023 deberíamos hacer como lo que le proponía el Sr. Conejo a Alicia en el País de las Maravillas: -Lo mejor será que bailemos. - ¿Y que nos juzguen de locos Sr. Conejo? - ¿Usted conoce cuerdos felices? -Tiene razón. ¡Bailemos!. (O)