En temas de seguridad pública, el primer día de este mes fue el peor de la historia del Ecuador, Fue el 1º de noviembre que el terrorismo asomó su horrible rostro a través de acciones coordinadas en las provincias de Guayas y Esmeraldas (y, al día siguiente, en Santo Domingo de los Tsáchilas), con el propósito de causar temor en la población y obligar al Estado a desistir de la acción que desarrollaba.
En nuestra historia ha habido masacres carcelarias, crímenes, revueltas y hasta sangrientas guerras civiles, pero jamás hasta este 1º de noviembre, terrorismo en su dimensión verdadera: el empleo consciente y repetido de brutales actos de violencia con el propósito de doblegar la voluntad del Estado.
Las bandas criminales que ejecutaron esos actos no lograron su propósito. Ni los asesinatos aleves a los policías ni los ataques a unidades policiales ni los múltiples bombazos (algunos con coches-bomba; otros directamente con artefactos explosivos) ni las acciones indiscriminadas contra la población civil, hicieron cambiar la voluntad del presidente Guillermo Lasso y su Gobierno de reorganizar las cárceles, reubicando miles de presos y requisando armas y dispositivos de comunicación, con el propósito de terminar de una buena vez con los centros de mando del crimen, enquistados en las prisiones, con pabellones enteros dominados por sendas bandas criminales.
El operativo estaba previsto desde antes y se buscaba una fecha adecuada. El último diferimiento se dio por la realización de la final de la Copa Libertadores en Guayaquil y se lo pasó para el martes. Pero se filtró, y los cabecillas de las mafias creyeron que, desatando el terrorismo, con atentados a puestos policiales, incendio de gasolineras, amotinamientos, asesinatos a policías y ataques a civiles (en total fueron 33 atentados, solo en Guayas y 11 en Santo Domingo), no les iba a ocurrir lo que les sucedió: la rotación de la población carcelaria. Según el ministro del Interior, Juan Zapata, cerca de 2.500 reos han sido movilizados hasta este lunes, incluyendo los 515 reclusos de los pabellones 1 y 2 de la Penitenciaría que fueron movidos a Manabí.
Justamente en el pabellón 2, los Chone Killer que lo controlaban recibieron a bala a los policías y militares; fuera, hubo una serie de ataques en Durán, con el mismo propósito terrorista de doblegar al Estado y hacerle cesar su acción. Pero tras una batalla de unas horas, en que hubo once policías y tres militares heridos, se sometió a los reclusos y se apresó a decenas de implicados en estos y los demás atentados de la madrugada del 1 de noviembre.
Según detalló el ministro Zapata, en la Regional se movilizó a 903 internos, que se suman a otros mil reos trasladados, pero dijo que esto recién empieza pues son 12 pabellones los de la Penitenciaría Regional. También informó que, en total, 29 policías han sido heridos y cinco han fallecido (al momento de mandar esta columna a la revista, ya son seis los policías fallecidos). Se entiende, por declaraciones del director del SNAI, que dos pabellones que han quedado vacíos serán restaurados y remodelados, y que cuando estén listos, se trasladará allá a presos de otros pabellones, para luego ir haciendo las reparaciones en los siguientes.
En su afán de hacer obras gigantes (¿por prurito?, ¿por deseo de robar?), uno más de los errores de Correa fue construir megacentros de reclusión (igual que las tristemente célebres Escuelas del Milenio o las llamadas Plataformas Gubernamentales: todo grande, todo concentrado, todo desproporcionado). Los nuevos reclusorios se convirtieron en unos gigantescos depósitos humanos, contrarios a la técnica penal y a los principios de derechos humanos, para los que se careció desde el inicio de una política de rehabilitación. Sumando a ello la debilidad de los sistemas de vigilancia, la ausencia de inteligencia carcelaria y la escasez de personal de guías penitenciarios, no es de extrañar que las mafias se apoderasen de los pabellones, controlasen sus accesos, jerarquías, telecomunicaciones y, bien provistos de armas, desatasen guerras internas para eliminar a los miembros de las bandas rivales. Esa ha sido la causa de las masacres en las cárceles que hemos tenido que lamentar en el país en los últimos años.
Poner control en ese desmadre no ha sido fácil. La reacción desproporcionada y criminal de la madrugada del martes 1º llevó a que el presidente Lasso decretara el estado de excepción, indispensable para que actúen las Fuerzas Armadas, así como el toque de queda, y se pusiera al frente a los centros de mando unificados en las tres provincias. Ha demostrado firmeza y voluntad de salir adelante, contra viento y marea.
La oposición ciega de Rafael Correa y sus áulicos, entre los que ahora está el PSC, no tuvieron mejor idea que echar la culpa al Gobierno de lo que acontecía. Sin una palabra de condena al terrorismo y al crimen organizado, y complotando como lo hacen de manera obsesiva, buscaron configurar supuestos causales de destitución al presidente y convocatoria a elecciones anticipadas, cuando aquello no está previsto en la Constitución que el propio sátrapa impulsó. Mucha miseria moral se necesita para aprovechar el terrorismo de las mafias y el narcotráfico en provecho propio. Solo hay que congratularse porque su maniobra no tuvo los votos requeridos y la sesión de este lunes del Congreso se diluyó en pedidos retóricos.
Es que ni los políticos corruptos ni los terroristas podrán derrotar al Ecuador. El liderazgo del presidente y la propia necesidad de supervivencia del país no lo permitirán. Necesitamos paz y unidad para salir de esta hora trágica. (O)