Partamos del “sentido común” como aquella facultad, que también capacidad o habilidad, del hombre para identificar sus traspiés del pasado y del presente… y en consecuencia aprender de ellos a efectos de no repetirlos. Es igual una destreza ilustrada que la desarrollan los seres humanos, sustentada en el intelecto, que permite profundizar dialécticamente en el conocimiento que les brindan tanto las experimentaciones vivenciales como la asunción racional que hacen de ellas. La carencia de sentido común es, por lo general, manifestación de limitaciones doctas de las personas, las cuales impiden actuar de manera razonada.
Existen personas con niveles intelectuales promedio – y hasta con inteligencias algo superiores a la media – en las que el sentido común asimismo deja de estar presente. Son individuos ineptos para desagregar debidamente, a efectos analíticos, los distintos factores involucrados en la ponderación de un problema. Por ende, la conclusión a que arriban como solución al dilema peca, en el mejor de los casos, de absurda, pudiendo culminar en un desenlace incoherente y torpe.
En el juicio sensato gravita de forma negativa una serie de prejuicios, taras, obsesiones y ofuscaciones que el hombre los desarrolla desde temprana edad. La educación formal algo puede hacer para superarlos, mas la tarea es imposible cuando los núcleos familiares, sociales y sociopolíticos en que la persona se despliega contrapesan más allá de lo que la lógica impone.
Todo lo anterior nos lleva a referirnos a la importancia que tiene en la formación del sentido común lo que K. Popper – filósofo austriaco, catedrático de London School of Economics – denomina la “disposición a actuar”. Ésta, junto con las expectativas, va ligada según al autor a las “creencias”, que para nosotros, sociológicamente, pueden llegar a ser asentimientos conductuales propios de especímenes cortos en entendimiento fundado. Para evitar que las creencias sean inútiles deben ir siempre atadas al sentido común.
Cuando el ente se resiste a comportarse lúcidamente en función de confianzas o fes absurdas o desatinadas, se producen en su mente convicciones contradictorias del juicio sensato… y por ende yerra. De allí que para Popper el método de aprendizaje de ”ensayo-error” es fundamental. A éste acuden, dice, inclusive los animales más o menos desarrollados y los chimpancés. ¡Cómo que, en determinada instancia, los primates en función de la experiencia tienen más sentido común que los hombres!
En la materia es imprescindible remitirnos también a la obra The claims of common sense (John Coates, Cambridge University Press, 1996). El autor afirma que el sentido común genera una “tensión fundamental” metafísica entre dos fuerzas opuestas, a saber, la aceptación y el rechazo. Se remite a lo que para algunos es el “repositorio de la sabiduría colectiva”, y para otros el “corpus de los errores del pasado”. En tal orden de ideas, creemos que lo relevante – filosóficamente – es encontrar el necesario balance lógico de las dos tensiones a efectos de dar a cada una el rol que le compete hacia la concreción de un propósito válido.
En el plano político. Los pueblos, o parcelas de estos, incapaces de cultivarse en el pasado se “autocondenan” a sucumbir en el futuro. La problemática no está obstaculizada por cortedad de memoria, lo cual por último podría ser comprensible, que no justificable, pero obstruida por simple estupidez. De hecho, la falta de sentido común es penosa revelación sociológica de estulticia. Muy propia de masas que se dejan llevar por falsas ilusiones de un porvenir distinto del pretérito del que ya fueron víctimas… sin siquiera percatarse de ello. En esta realidad la sicología identifica cierto grado de masoquismo social, entendido como la complacencia en sentirse humillado o maltratado (RAE).
De la privación de juicio sensato, por parte de muchedumbres que se dejan conducir como borregos por su pastor, se aprovechan actores sociales que sin ser necesariamente eminencias en intelecto, sí que son manipuladores inescrupulosos. Disculpas por la redundancia, pues todo manipulador es falto de escrúpulos. Así los ciudadanos pobres en reflexión coadyuvan a un statu-quo sociopolítico que perenniza la mediocridad.
El futuro auspicioso – y protector de su bienestar – de cualquier sociedad biempensante está en el sentido común con que sus miembros se desenvuelvan. Si lo hacen apartándose del mismo, el mañana será tan malo como fue el pasado del que no aprendimos. (O)