Forbes Ecuador
rumores
Columnistas
Share

Sócrates inquirió: ¿Lo que me comentarás, es útil para mí? La réplica fue que la información a entregarse le será inútil. Pues bien, así el de Atenas concluye en que si el informante no tenía certeza sobre la data, la misma era mala y además inservible, no tenía sentido alguno recibirla. Fin al rumor.

31 Julio de 2024 15.43

Partamos de conceptuar al “rumor” como la voz que corre entre el público, el ruido confuso de voces, según la RAE. Equivale a la noticia sin confirmar, que al entrañar una verdad a medias o falsedad pasa a ser infundio. Es sinónimo de runrún, chisme, cotilleo, cuento, comadreo, bulo y patraña. A lo largo de la historia de la humanidad, la práctica de difundir mensajes tergiversantes de la realidad con propósitos de confundir o de lograr reacciones que sin ellos no se darían, ha sido una constante en las sociedades. El advenimiento de la “era digital” y en particular la proliferación de “redes sociales”, ha convertido a la praxis en un fenómeno social distorsionante del quehacer humano en prácticamente todas sus manifestaciones.

En lo que va del siglo XXI, la generalización del rumor pone en evidencia al deterioro ético de la sociedad. Una importante porción de la población ha dejado de interesarse en labrar su conocimiento en el estudio y en el acceso a fuentes idóneas del saber. Esa parroquia atiende a la “instrucción” que brindan Wikipedia, Tik Tok y los innumerables “sitios web” que ofrecen ilustración a quienes por ignorancia no están conscientes de su ignorancia. Al hacerlo aparecen, por default, doctos pueriles.

El círculo se cierra con los millardos de mensajes circulados con información falsa, pretendientes de llevar a las personas a evolucionar en conductas suplicadas por los mensajeros. El caldo de cultivo de estos recados son los grupos de WhatsApp, Facebook, X, Instagram y más. Apiñan miembros disímiles en formación académica, en cultura, en valores y en inteligencia, resultando en colectivos de pena. Los más escritos y los más leídos son los apuntes frívolos de fácil digestión. De ahí que las redes tengan tanto éxito… están dirigidas mayoritariamente a los anodinos.

El problema se agrava al autoconvencerse los actores de su obligación de expresar algo, por más incoherentes o estúpidos que sean sus discursos. Prefieren hablar majaderías que apelar al silencio. El mutismo, cuando es imprescindible en atención a la mediocridad del agente, permite ocultar deficiencias de intelecto y de erudición en temas que requieren de academia. En las anotaciones digitales referidas es fácil identificar a los advenedizos en materias ajenas a su formación o a su ciencia u oficio. Pierden la invalorable oportunidad de callar.

El mejor freno – tal vez el único – a la imperante cultura del rumor es emprender en una convocatoria a la reflexión. Puede sonar ingenuo… pero algo hay que hacer, o decir afirmarían los “twiteros, influencers y whatsaperos”. Relatamos a la reflexión kantiana, a título de bregar por la certeza desembocante en la autoconciencia. Según dice M. Heidegger al comentar sobre F. Nietzsche, reflexión implícita que es re-presentación como descomposición y comparación lógica; y reflexión explícita que es conexión de las representaciones entre sí. Mientras el hombre mantenga su actitud de irreflexión, no abandonará la idiotez heideggeriana en que prima el “en-sí-mismo-ávido” expresante de subjetividad desatinada.

Ahora es necesario traer a colación a Sócrates, quien nunca prefirió lo cómodo a lo piadoso. La teoría – confirmada – que explicaremos tiene su base en la ética socrática, sustentada a su vez en la naturaleza humana y en los deberes naturales del hombre como ser de bien. La ética del griego demanda de virtud, de justicia y de moderación, a las cuales se accede en exclusiva con el conocimiento. Para el más sabio de los hombres según el oráculo de Delfos, la ineptitud y tosquedad intelectuales son las responsables del mal moral. En la filosofía socrática solo el hombre ignaro puede reputar de bueno lo que es malo.

Fábula. Un hombre accedió a Sócrates con un bulo: escuché algo de un amigo tuyo. Ante ello el filósofo convoca al intrigante a someter el chisme al triple filtro de la información en ciernes. El primero es aquel de la verdad. Se da mediante la pregunta ¿Estás seguro de la veracidad de lo que te propones anunciarme del amigo? Siendo la respuesta “no, solo lo escuché”, la conclusión racional es que desconoce la realidad de los hechos, por lo cual hay una primera descalificación.

El segundo filtro es el de la bondad. ¿Lo que me harás conocer, es algo bueno y por tanto provechoso? Si la contestación es “no; al contrario, es negativo”, la información tampoco superó este nuevo filtro. Queda entonces uno último. Es el denominado filtro de la utilidad. Sócrates inquirió: ¿Lo que me comentarás, es útil para mí? La réplica fue que la información a entregarse le será inútil. Pues bien, así el de Atenas concluye en que si el informante no tenía certeza sobre la data, la misma era mala y además inservible, no tenía sentido alguno recibirla. Fin al rumor. (O)

10