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El pacto político es una estrategia legítima y potente. Se sustenta en la voluntad de seres libres

22 Noviembre de 2023 15.08

Finalmente el pacto se ha materializado. Confluyen por primera vez la Revolución Ciudadana, el Socialcristianismo y Alianza Democrática Nacional. Correa, Nebot, Noboa. Dos viejos zorros de la política y un recién llegado. Las reacciones brotaron enseguida. Unas celebrando a rabiar. Otras a rabiar cuestionando. 

Revisemos ante todo el sentido del pacto. Se trata de una convergencia de voluntades. Los actores -personas o agrupaciones- coinciden en determinados puntos (formar una coalición para gobernar, nombrar autoridades, aprobar leyes…). Se comprometen a cumplir lo estipulado. El pacto puede ser formal o informal. Versar sobre temas de coyuntura o aspectos estructurales. Puede ser transparente o viscoso.

Hasta ahí no hay drama. Es necesario también desmitificar el acuerdo político, porque en nuestra cultura se acompaña de densos nubarrones, aun antes de empezar… No es más que una estrategia legítima y muy utilizada en las democracias. Suelen ser una costumbre o una respuesta a peticiones colectivas. Ayuda a crear sentido de país. Es saludable en muchos casos, sobre todo porque aceita la gobernabilidad que tanto echamos de menos. 

El sustento, que suele olvidarse, es el incomprendido diálogo. Este misterioso artilugio humano de hablar con argumentos, analizar circunstancias, apreciar efectos para actores, proyectar resultados. De convencer y convencerse. De verse como semejantes en territorio semejante, no como enemigos.

A pesar de lo sencillo y cotidiano del diálogo, implica algunas condiciones. La principal, la libertad. Se corrompe en un escenario de presiones, chantajes o imposiciones. Solo se puede dialogar entre seres libres. Los rendidos no dialogan, se someten. Los déspotas no dialogan, imponen. 

Una segunda refiere a la precisión de los acuerdos y los roles de sus autores; las expresiones nebulosas trocan en problemas con el tiempo. Y una tercera condición es un nivel aceptable de confianza. La certeza de que se honrarán los acuerdos, que se respetarán sus límites. Que no habrá distorsión. Ni manipulación.  

Se pueden distinguir al menos cuatro posturas en relación con el pacto que empezó a cumplirse con los nombramientos de la Asamblea. Desde el lado de la aprobación, una que aplaude con júbilo el acuerdo. Lo considera un hecho histórico insuperable y augura soluciones de primer nivel. Lo valora como nueva forma de hacer política y como fin de toda polarización. 

En la misma vereda, se aprecia una postura menos radical. Aprueba el pacto, tiene expectativas, pero no lo sobredimensiona, dadas las circunstancias y el escaso tiempo disponible. Lo entiende como parte de lo posible. Apuesta sobre todo por la gobernabilidad y la decencia en la Asamblea. Cree que triunfará y se extenderá a nuevos temas, económicos y de seguridad, sobre todo.

Desde el lado crítico se vislumbran también dos posturas. Una extrema, que rechaza de plano el acuerdo, por la presencia de fuerzas no democráticas, por los engaños encubiertos, por las cosas no dichas, por la traición a las promesas levantadas. Afirman que ya ha producido efectos negativos: baja del nivel de aceptación del Presidente, incremento -junto a otros factores- del riesgo país. Lo miran frágil y peligroso. Un engendro que empezó mal y terminará peor.

Y una segunda postura crítica moderada, que advierte riesgos inminentes, sobre todo en el reparto de espacios de poder. En la conformación del inefable CAL y en las Comisiones, la de Fiscalización en primera línea. Se sospecha que su entrega pueda devenir en protección a Wilman Terán y su CJ, bloqueo al nuevo Contralor, expulsión de Guarderas del Consejo de Participación. Y con ello, facilitación del juicio a la Fiscal… Todo en la mira de favorecer impunidades, fantasma del pacto. Se advierte que el cauto y no polarizador Noboa, puede naufragar en medio de intereses impresentables.

En fin, por si la situación económica no fuera alarmante, la esfera política no llega con auspicios. El punto nodal de las sospechas -centrado en la impunidad- muestra aún zonas grises. Y es, por ello mismo, que precisa información completa y seguimiento de la clase política y las organizaciones ciudadanas.

Dos observaciones finales. La primera, recordar que estos legisladores, tan sospechosos, fueron elegidos (o reelegidos) por la propia ciudadanía. Y la segunda, que los pactos también pueden darse por terminados civilizada y oportunamente. Cuando pierden esencia, traicionan, arrinconan. Deshacerlos en determinadas circunstancias, también con transparencia, puede ser saludable. (O)

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