¿Se puede vivir en un mundo, y particularmente en la actividad política, desde el punto de vista proselitista y del servicio público, en el que no se use términos peyorativos y que el diálogo con argumentos sea el punto de partida para la solución de conflictos y la transmisión de ideas?
Cuestionar a un Gobierno se ha convertido en un acto muy sencillo, incluso ensalzado por la ciudadanía. Hoy por hoy, existe un sinnúmero de canales que viabilizan estos cuestionamientos, redes sociales, aplicaciones como WhatsApp o Telegram, medios de comunicación masivos, la música, plataformas digitales como los blogs, podcast, entre otros.
Antoni Gutiérrez-Rubí, consultor de comunicación, en su libro Tecnopolítica, en el que recoge varios artículos, dice “es la tecnología la que arrastra a la gente y ésta, más tarde, a las instituciones” y recuerda “la llegada del Internet, las redes sociales, los teléfonos móviles y las nuevas tecnologías de comunicación que nacerán y nos sorprenderán en los próximos años están revolucionando para siempre la manera de relacionarnos, de organizarnos de movilizarnos, de gobernarnos, de informarnos y de manipularnos”.
Sin embargo, desde el otro lado de la vereda, la gubernamental, aunque se creería que no es políticamente correcto expresarse con un lenguaje soez, han existido casos en los que la autoridad utiliza espacios públicos, que al final del día son financiados con recursos de los ciudadanos, para transmitir menosprecio a las personas que no piensan igual.
Norberto Bobbio dice que “la fuerza es necesaria para ejercer el poder, más no para justificarlo”. No obstante, diario El País, en una nota de mayo de 2017, nos trae a la memoria algunas de las expresiones de un expresidente, donde evidenciaba su lenguaje machista, expuesto en sus llamados “enlaces ciudadanos” de cada sábado.
Las diversas expresiones, sin entrar en el detalle de si es políticamente correcto o no, ya sea desde el lado del poder o de los mandantes, es una evidencia clara de la frustración que tiene el individuo y de lo ignoradas e incluso despreciadas que han sido sus voces. De aquí pueden nacer movimientos políticos y organizaciones sociales, a veces con buenas intenciones que después se desvían o en otras ocasiones nacen árboles torcidos.
En los canales de comunicación, a través de un vistazo general, podemos darnos cuenta que “la sátira visual ha desplazado a la crítica argumental. Su capacidad viral es imparable. El humor social canaliza el malestar”, dice Gutiérrez-Rubí. Al parecer, el comportamiento de los seres humanos como el léxico soez actúan como válvulas de escape.
Repensar la forma de actuar y de expresar no es dejar de ser. Antes de expresarnos de manera grotesca, de transmitir improperios verbales, que actualmente tienen espacio y oídos para ser replicados, sería más valioso que los ciudadanos se pongan de acuerdo en las necesidades del país y como satisfacerlas.
Podría ser un mecanismo más valioso y, por qué no, políticamente correcto de encausar puntos en común en favor de la mayoría. Seguramente, aspiro a vivir en un mundo perfecto. Nunca me cansaré. (O)